"A veces es necesario no funcionar", dice Robyn en su modo más funcional y escandinavo: tranquila, medida, y con la calma de una criatura del bosque que emerge luego de un sueño reparador en una caverna de poderes místicos. De hecho, han pasado cuatro años desde que Robyn dejó de tocar en vivo su adorada trilogía synth-pop emocional de 2010, Body Talk, cuatro años largos en los que su leyenda se hizo más fuerte. "Antes, cuando estaba en un momento complicado, entraba en un modo en el que aceptaba las dificultades a la fuerza y me entusiasmaba poder explorar la desesperación y la frustración y todo eso." En años recientes, dice, "me estaba aburriendo de eso. Buscaba un entendimiento más profundo de mí misma".
Hits como "Dancing on My Own" –cuya influencia excede sus 112 millones de escuchas en Spotify– hicieron que Robyn fuera una estrella rara, que trasciende el pop al mismo tiempo que lo exalta, y artistas como Taylor Swift tomaron nota.
Pero, como Robyn explica por teléfono desde Londres, su carrera siempre incluyó la pregunta de cuánto absorber de las expectativas ajenas, y cuánto dejar afuera para salvar a su propia freak interior. Nacida con el nombre de Robin Carlsson en Estocolmo en 1979, se pasó la infancia viajando con el grupo de teatro experimental de sus padres. A los 14 años la descubrieron y la transformaron, a fuerza de marketing (y gracias al talento del superproductor Max Martin), en la sensación pop internacional detrás de "Show Me Love", de 1996. "No fue para nada una mala experiencia, pero no era un ambiente natural para mí", dice.
Para cuando la joven Robyn estaba tocando en el Apollo y teloneando a Tina Turner en Suecia, ya era más consciente de los límites de su carrera en los grandes sellos, en la que "se permitían pocos matices". Quería componer canciones sobre un aborto que se había hecho; ellos querían que fuera la Britney Spears sueca. Luego de una crisis en un hotel en Chicago, Robyn rompió su vínculo con Jive Records y se alejó del pop.
Cuando volvió a hacer música, fue con su propio sello, Konichiwa, y con colaboradores elegidos por ella: el músico sueco Klas Ahlund y el dúo The Knife. Con más libertad, más control y "más tiempo para descubrir cosas sin presión", empezó a "reimaginar lo que podía ser el pop. No sabía, por supuesto, si la gente iba a estar de acuerdo". La gente sí estuvo de acuerdo, con respuestas contundentes a Robyn, de 2007, y el triunfo de Body Talk.
El éxito puede llevar a alguien a "aceptar dificultades a la fuerza", en lugar de enfrentarlas y resolverlas. En 2014, tras la muerte de un amigo y el fin de una relación, sintió que era hipócrita seguir haciendo música en esa línea. "Me encontré en un lugar muy vulnerable. Y decidí explorarlo, y no luchar contra eso, y aislarme un poco."
Viajó a Ibiza, Nueva York y Los Ángeles. Tomó clases de producción musical. Hizo psicoanálisis tres o cuatro veces por semana. Durante un año trabajó sola, tanto en sí misma como en su música. "A veces sentía que la idea era volver a una posición en que pudiera disfrutar de las cosas. Era algo muy práctico, como: OK, ¿qué hago para volver a sentirme bien con la música?" Aprendió a bailar samba. Aprendió que el duelo puede ser formativo. Aprendió a no tener un plan.
Finalmente, aprendió, otra vez, a verse desde adentro y no desde afuera. Si un tema que recorría sus discos anteriores había sido la euforia del corazón roto, ella dice que Honey, su disco nuevo, es más suave, más redentor. Hay tristeza, pero está contenida por la lucha contra ella. "La falta de conexión es dolorosa para los seres humanos, pero también es una forma de tener espacio para escucharse más a uno mismo", dice cuando nuestra conversación se acerca a su fin. "Podés escuchar a otra persona hablando de sus sentimientos, y así podés ponerles palabras a tus propios sentimientos. Ahí es, creo, donde pueden ocurrir las verdaderas conexiones."