Roberto Alagna, el tenor “superstar” que vuelve a la tierra de su abuela materna: cómo será su presentación de esta noche en el Colón
“Es un milagro volver a Buenos Aires”, sostiene una de las voces más destacadas de la lírica mundial; con residencia en Polonia, habla de las dificultades para salir de su país, de los tres millones de refugiados ucranianos que hay en él y de sus vínculo sanguíneo con la Argentina
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A una década de su única presentación en la Argentina (la tierra donde nació su abuela materna, en el seno de una familia siciliana que había emigrado primero a Nueva York y luego a Buenos Aires para regresar finalmente a Italia después de un largo periplo por el continente americano), el célebre tenor ítalo-francés Roberto Alagna, una de las voces más aclamadas de la escena internacional, vuelve al Teatro Colón. “Es un milagro volver a Buenos Aires” afirma en diálogo con LA NACION el cantante superstar como pocos al estilo de los grandes divos.
Con más de treinta años en el podio de la lírica siendo uno de los tenores más exitosos del mundo, Alagna ya es una leyenda. Sin embargo, por su personalidad franca y directa, sigue asombrándose no sólo de la popularidad extraordinaria que le ha brindado la ópera sino también de una vida que sin estar exenta de tragedias y dificultades, “es como un sueño o una película”.
“Cuando empecé con todo esto no hubiera sido capaz de imaginar que llegaba a donde llegué. Todo lo que recibí de esta profesión es un regalo del cielo”. También su esposa, la bellísima y talentosa soprano polaca Aleksandra Kurzak es otra de las bendiciones que ha recibido, así como una voz privilegiada y un temperamento lleno de pasión que le permite “enamorarse de la música” y recrear los personajes más románticos del repertorio.
-¿Por qué es un milagro su concierto en la Argentina?
-Por la guerra en Ucrania. Traté de posponer la fecha pero fue imposible mover mi agenda. Nosotros vivimos en Polonia, o sea que estamos en la primera línea. Tenemos más de 3 millones de refugiados ucranianos y la situación está muy difícil, de modo que no es bueno irse tan lejos en este momento. Yo tengo allí a mi pequeña hija y obviamente a mi esposa con toda su familia. Todos tenemos miedo porque no sabemos qué puede pasar. De hecho escuchamos las noticias con el temor de una invasión rusa también a Polonia.
¿Cómo imagina este regreso al Teatro Colón?
-Con una emoción muy grande porque es el país donde nació mi abuela materna. La primera vez que me invitaron, hace más de 30 años para cantar La Bohéme, no pude ir. Mi primera esposa se estaba muriendo y no podía alejarme con un viaje tan largo. Lo cancelé y ella falleció. Más tarde surgieron otras oportunidades que nunca llegaron a concretarse. Y la última vez, cuando vine hace una década [en el año 2012 para un concierto con orquesta en el Colón junto a su exesposa, la soprano Angela Gheorghiu], tuve problemas de salud, pero tengo gratos recuerdos de la ciudad, del teatro y del público tan afectuoso. Para mí, volver a la Argentina es volver a ese lugar que está en mi cabeza desde la infancia escuchando la voz de mi abuela que nos hablaba de un gran país que era un sueño dorado de aquella época.
-Con tres décadas en el podio de la lírica mundial ¿qué es lo que más aprecia de ser cantante?
-Para mí fue siempre lograr el contacto con la gente. En mi vida privada soy muy tímido. De chico me costaba comunicarme, era una tragedia hablar debido a mi timidez. Pero gracias al canto lo pude superar. Por eso, cuando estoy en el escenario, lo que más valoro es compartir la emoción de la música con el público. Ahí está mi temperamento.
-¿Cómo llegó a ser un profesional del cabaret en Francia a los 16 años?
-Yo vengo de una familia modesta pero muy feliz, donde siempre había música. Celebrábamos la felicidad cantando y así crecí, en ese ambiente. De modo que empecé cantando solo con mi guitarra como algo natural en pizzerías y restaurantes, luego en cabarets y musicals. A los veinte comencé con la ópera. Hoy, mirando esa experiencia en retrospectiva, creo que me hizo mucho más rico porque aun cuando canto ópera, trato de cantar con esa misma libertad, con la frescura y el swing que me dio la música ligera. Evito ser un matemático de la música. Nunca me repito porque mi pasión es transmitir emociones y por eso soy generoso con el público y sincero con el canto.
-¿Cómo describiría su voz luego de 30 años de actuación ininterrumpida?
-Creo que soy un afortunado porque mi voz no ha cambiado mucho durante estos años. Si escucho mis grabaciones de cuando era más joven, advierto que siempre es la misma voz con sus características de color y modos de cantar algo más ligero o más dramático. Es una voz creíble dentro de un repertorio amplio. Pero no es mi voz. Para mí es como una persona a la que invito, acompaño y trato de hacer feliz. Es como una relación en la que debo ser amable y respetuoso porque si no lo soy, si soy torpe o descuidado, se daña, se resiente y se va. Es mi gran compañera de la vida, como mi esposa. Entonces debo tratarla bien porque estamos juntos en todo, compartimos felicidades y tristezas. Vamos a envejecer juntos y quiero que tengamos una vida larga y una vejez buena.
-Acaba de mencionar dos ideas interesantes desde el punto de vista de la interpretación: la de ser “sincero con el canto” y “creíble con la voz” ¿Qué entiende por esos conceptos?
-Yo puedo cantar Otello y muchos dirán que no es la voz característica para Otello. Sin embargo, lo puedo hacer y no soy ridículo. Puedo cantar Elisir, Bohéme, Turandot o lo que sea. Puedo cantar Lohengrin y también podrán decir que no soy el típico tenor wagneriano. Pero puedo ser vocalmente creíble en ese papel y aprecio cuando la gente lo entiende. La idea es poder cantar un rol y aún sin tener la típica voz distintiva, cantarlo sin ser un grotesco en ese personaje. Eso es ser vocalmente creíble.
-¿Qué ha cambiado en el mundo de la ópera en sus 30 años de carrera?
-El mayor cambio se ha dado en relación con el cantante. Hoy no se respeta la voz. A veces se ensaya ocho horas hasta la medianoche y al día siguiente hay otro ensayo temprano. Manteniendo ese ritmo durante seis semanas, las voces se resienten. Es tremendo porque no deja el tiempo para que las cuerdas se repongan. Es como estar corriendo una maratón todos los días y en la mayoría de las producciones, la voz ha dejado de importar. Otro tema es que los cantantes no están bien pagos. Yo he tenido el privilegio de llegar al top del mundo lírico y mantenerme en esta posición. Me siento un privilegiado y por eso hablo por mis colegas porque hoy es muy difícil económicamente ser un joven cantante lírico.
-¿Esa relación viene impuesta por los teatros?
-Ha cambiado mucho la mentalidad de los teatros. Por ejemplo: se hace una producción y se la anuncia con los nombres del director de escena y del de orquesta. Pero no se anuncia el reparto porque para los teatros ha dejado de ser significativo quién y cómo canta. Eso es absurdo porque lo que define a la ópera es el canto. ¿Se puede montar una producción donde lo más importante sea la régie? ¡Sí, sí que se puede! Pero eso no es ópera. Aclaremos que es cualquier otra cosa menos ópera.
-¿En este marco se explica su retiro de la Tosca del Liceu de Barcelona para 2023? Lo han acusado de provocar un escándalo de trascendencia [la pregunta hace referencia a una producción del director de escena Rafael Villalobos cuya puesta, ya estrenada en Bélgica, fue criticada por un exceso de obscenidad, violencia y mal gusto].
-Algunos quieren justificar lo que sucedió diciendo que busco el escándalo, pero no es así. Yo no estoy en contra de aportar nuevas visiones. Pero si se trata de cambiar absolutamente el sentido de la obra, no me interesa. En esta Tosca se me hacía imposible interpretar a Cavaradossi. El régisseur inventó y agregó otro personaje que no tiene nada que ver con la obra de Puccini: lo introduce a Pier Paolo Pasolini y nos pone a cantar en escenas ridículas y desagradables a las que no estoy dispuesto. Por eso me retiro, pero no me opongo ni discuto la libertad del régisseur y del teatro de montar lo que quieran. Si desean inventar una vinculación con Pasolini y el mundo de su film Saló o los 120 días de Sodoma… ¡Adelante, háganlo! Pero sin mí.
-¿A qué atribuye estos cambios en el modo de hacer ópera, incluso en la desatención de las voces que son su condición sine qua non?
-El mal trato a la voz viene en general de los directores de escena que son quienes tienen el poder. Ellos deciden, pero no tienen ningún conocimiento de la voz humana. No saben de ópera. No conocen y como no saben, exigen a los cantantes a hacer cosas imposibles. Por ejemplo: poner la voz en una pésima posición. Los régisseurs no saben de eso, no entienden de voces y ningún cantante se anima a plantearlo porque lo reemplazan. Nosotros somos solistas, actuamos individualmente y como tales no tenemos el poder de cambiar esa realidad. Cuando yo era joven y cantaba con gente como Piero Cappuccilli (famoso barítono verdiano), él reclamaba enérgicamente cuando algo estaba mal. Hoy eso es imposible porque al cantante lo despiden. Por mi renuncia a Tosca me llamaron muchos colegas para expresar su solidaridad y decirme que piensan igual que yo. Pero públicamente no pueden decirlo por el temor a ser reemplazados. Esa es la triste verdad.
-¿Qué ha elegido para cantar en su reencuentro con el público argentino?
-Voy a hacer un programa ecléctico, un repertorio extenso cuyo mayor desafío es manejar las diferencias de estilos. Nunca canto dos veces el mismo programa. No me gusta volverme rutinario, así que haré algo de ópera, algo de canción napolitana y melodía francesa, cosas conocidas y otras no tanto. Quiero un menú que tenga de todo, como un banquete donde se revivan sentimientos de la mano de la buena música. Tengo algunas sorpresas como los tres roles masculinos de Pagliacci: las tres partes en la voz del mismo tenor. Eso es algo original para un recital. Y para los encores, algo lindo en español, pero no lo voy a decir (risas). Voy a cantar para un público con el que ya nos conocemos. Quiero que sea como una fiesta en la que vamos a compartir emociones y momentos de música con bellas líneas vocales que nos den felicidad a todos.
Recital solista de Roberto Alagna. Acompañado al piano por Irina Dichkovskaia. Ciclo Grandes Intérpretes Internacionales. Teatro Colón, Libertad 621. Este martes 14 de junio, a las 20. Obras de: Lalo, Cherubini, Halévy, Verdi, Leoncavallo, Di Capua y otros.
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