Robert Johnson: vendió su alma al diablo, grabó solo 29 canciones y ahora un documental ilumina su leyenda
En una entrevista reciente publicada por The New York Times, la única que dio en los últimos cuatro años, Bob Dylan habló de Robert Johnson. "Fue uno de los genios más creativos de todos los tiempos-sostuvo-. Pero probablemente no tenía una audiencia a la cual dirigirse. Estaba tan adelantado a su tiempo que aún no lo hemos alcanzado. Su estatus hoy no podría ser más alto. Sin embargo, en su momento sus canciones deben haber confundido a la gente. Eso simplemente muestra que los grandes siguen su propio camino". Esos elogios encendidos aludieron a un músico legendario que siempre fue una referencia importante para él (una prueba clara: King of the Delta Blues Singers, un compilado de 16 temas de Johnson grabados en Mono lanzado en 1961, es uno de los vinilos que aparecen prolijamente desparramados en la tapa de Bringing It All Back Home, quinto álbum de la carrera de Dylan y el primero en el que el rock y la electricidad empezaban a cobrar la misma importancia que el folk acústico de sus inicios.
La historia de Robert Johnson es digna de una película: contiene los ingredientes necesarios para cocinar a fuego lento una mitología destinada a crecer con el paso de los años. Y está llena de misterios, equívocos, polémicas y probables invenciones, igual que la del propio Dylan, otro verdadero maestro a la hora de manejar los hilos de su biografía como un experto ilusionista.
Netflix estrenó La encrucijada del diablo, un nuevo capítulo de ReMastered, una irregular serie de documentales dedicados a grandes músicos: Bob Marley, Johnny Cash, Sam Cooke, Víctor Jara... Esta vez el foco es Robert Johnson, y se trata sin dudas de uno de los casos más felices dentro de una saga discreta, un matiz para nada casual: era relativamente simple armar una buena película con las increíbles alternativas de la corta vida de este pionero del blues (su muerte inauguró el famoso "Club de los 27" en el que más tarde ingresaron Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Sid Vicious, Kurt Cobain y Amy Winehouse, entre otros).
Los enigmas y las curiosidades en torno a la figura de este singular artista son abundantes. El año pasado, The New York Times sintetizó con una simpática ocurrencia las confusiones relacionadas con su biografía: publicó, ochenta y un años más tarde, su necrológica, acompañada por una breve nota de disculpa por el olvido en 1938, cuando Johnson todavía no era objeto de culto como sí lo es hoy.
La leyenda más conocida dice que el jovencito nacido Mississippi era un músico mediocre hasta que decidió desaparecer de todos los lugares que frecuentaba por seis meses para volver hecho un experto guitarrista y un cantante cautivante. ¿Cómo lo logró? Se supone que hizo un pacto con el Diablo, que le exigió la entrega de su alma a cambio de la destreza en su oficio.
"No existe canción de rock o blues que no tenga acordes de Robert Johnson", se asegura en el documental de la serie ReMastered. Si bien es una consideración que suena exagerada, ya a partir de los años 60 muchos artistas de renombre empezaron a poner en circulación juicios de ese tipo y a grabar versiones de sus temas: fruto de la fascinación de Keith Richards, los Rolling Stones incorporaron a su repertorio "Love in Vain", pero el guitarrista se negó a interpretarla como un blues "para evitar el sacrilegio". Y Eric Clapton grabó "Crossroads", su adaptación para Cream de "Cross Road Blues", una de las canciones más emblemáticas y sugestivas de Johnson, la que dio pie a las teorías más aventuradas sobre su muerte ("Fui a la encrucijada y caí de rodillas, pedí al Señor, ten piedad, salva, por favor, al pobre Bob").
Se supone que el músico murió en el cruce de las carreteras 61 y 49 de Clarksdale (Mississippi), exactamente donde el Diablo habría afinado para siempre su guitarra y sitio de permanente peregrinación de fans y curiosos desde hace años. En "Me and the Devils Blues", Johnson canta con un tono que cruza el terror con un sentido del humor oscuro: "Entierren mi cuerpo junto a la carretera, para que mi viejo y malvado espíritu pueda subirse a un autobús de la Greyhound y viajar". Un verso servido en bandeja para los que gustan de alimentar las especulaciones.
La voz de Johnson es mucha veces sombría, tal como la define con sagacidad Richards en el documental, donde en un arrebato de entusiasmo también lo compara con Bach. Ese temperamento estaba seguramente relacionado con su traumática historia personal. Recién en 1967, casi treinta años después de muerte, se encontró su acta de defunción y se pudo reconstruir parte de su vida con algunos datos más concretos que complementaron la enorme tradición oral que lo mantiene presente hasta hoy.
La pareja que lo crió -una mujer elegante y un carpintero que había ganado suficiente dinero como para tener ahorros y una buena granja- debió migrar a Memphis por la persecución de un grupo de racistas incapaces de tolerar que una familia negra fuera independiente y exitosa. En el curso de ese viaje, su madre tuvo un amorío furtivo con el padre biológico de Robert, un hombre que desapareció muy pronto. Johnson no creció en un entorno estable y de hecho fue durante toda su vida un verdadero errante. Tuvo una relación muy conflictiva con su padrastro, que pretendía obligarlo a trabajar en el campo, algo que Robert rechazó abiertamente aun cuando el único empleo posible para un negro en aquellos años era uno de ese tipo. Las personas negras trabajaban en la servidumbre y el campo o no trabajaban. Pero Johnson tomó una decisión: sabía que quería vivir de la música y se rebeló en aras de cambiar un destino al que parecía condenado. Empezó tocando para la gente de las plantaciones de algodón en sus breves períodos de descanso y luego empezó a probar suerte en la vida nocturna de los bares. "No había radio ni ningún tipo de entretenimiento para la gente que trabajaba ahí. Solo los músicos como Robert Johnson, que se acercaban los fines de semana, tocaban para ellos y se llevaban algunas monedas. Fue muy valiente de su parte. Mississippi era por entonces uno de los lugares más peligrosos del mundo para un negro", asegura Taj Mahal en la película.
Cazador de ideas
Johnson parece haber sido uno más entre un grupo de artistas que no llegaron a tener su misma relevancia en el futuro. Un formidable cazador de ideas que flotaban en el aire. El blues era en ese tiempo una música minoritaria, consumida por negros situados en la base de la pirámide social, lo que evitaba los problemas de copyright. Los temas eran, de algún modo, el producto del proceso de la evolución de la música popular. Y lo importante era, sobre todo, la personalidad en la interpretación. El cambio se produjo cuando esos temas empezaron a aparecer en discos que vendían millones de ejemplares, a partir de la década del 60.
De hecho, en su libro Crónicas, Dylan polemiza con Dave Van Ronk, cantante de folk y uno de los mentores más importantes de Johnson, convencido de que el celebrado bluesman fue básicamente un genio del plagio. Reconstruyendo su historia -con mitos y datos más o menos certificados- queda bastante claro que había un repertorio más o menos común entre los músicos negros de la década del 30 y que el tiempo posterior a la desaparición repentina de Robert estuvo dedicado casi enteramente a la escucha obsesiva de discos de pasta que giraban a 78 rpm. y a una práctica intensiva con la guitarra que tuvo resultados asombrosos. De tocar muy rudimentariamente, Johnson pasó a volar por el espacio con un estilo que incorporaba frases de piano, sugería el pulso del contrabajo y sonaba como si tuviera más de dos manos. Sin dudas, anticipó la gran metamorfosis del blues de la década siguiente en Chicago, cuando algunos de sus coetáneos de Mississippi electrificaron las guitarras y formaron bandas para potenciar el sonido de un género que empezó a expandirse
El productor Don Law percibió precozmente ese perfil de precursor de Johnson: aprovechó uno de sus viajes a Dallas para pedirle que grabara veintinueve canciones en solo cinco días. Muchos años más tarde, Steve LaVere, un especialista en reediciones, encontró a una hermanastra de Robert que tenía dos fotos del difunto (hasta entonces, un artista sin rostro) y tuvo la habilidad comercial de ocuparse del registro de las creaciones de Johnson a nombre de sus descendientes. Quiso quedarse con el 50% de los ingresos por su rol como gestor y desató una ola de disputas judiciales. Pero logró convencer a Columbia Records, propietaria del archivo del sello original, para que publicara, en 1990, The Complete Recordings, una lujosa caja con dos CDs con las veintinueve únicas canciones de Johnson grabadas más algunas tomas alternativas. Se vendieron más de dos millones de copias. La explicación de ese suceso y de todo el interés persistente en este músico tiene que ver en parte con su música áspera y conmovedora y también con la magnífica fábula que él mismo se ocupó de propiciar con su conducta extravagante y deliberadamente misteriosa. Dylan repetiría esa estrategia años más tarde, de ahí parte de su fascinación por el personaje.
Ni siquiera está del todo clara la causa de la muerte de Robert Johnson. Se supone que este hombre huidizo y sin amigos, según advierten testimonios de quienes dicen haberlo conocido, murió envenenado por un marido celoso que descubrió un amorío con su mujer y le pasó una botella con whisky y estricnina una noche de borrachera en un bar recargado de humo y alcohol. Hay tres lápidas dedicadas a Johnson sobre tres supuestas tumbas. Muchos dicen que ninguna es auténtica. Se sabe que se casó en 1929, cuando tenía 18 años, con Virginia Travis, una joven que murió al año siguiente mientras paría y él se había ido de viaje para tocar y ganarse unos pesos. La desgracia de no haber estado presente en esa situación clave lo atormentó toda su existencia. Uno de sus fanáticos más famosos, Martin Scorsese, decretó en una sola frase de qué se trató todo en su mágico caso: "Robert Johnson solo existió en sus discos, fue pura leyenda".
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