Rigoletto, de Giuseppe Verdi
Dirección musical: Antonio María Russo. Dirección escénica: Ana D’Anna. Escenografía e iluminación: Gonzalo Córdova. Vestuario: María Jaunarena. Reparto: Juan Font, Ivana Ledesma, Sebastián Russo, Felipe Cudina Begovic, Gabriela Kreig, Pol González. En el teatro avenida.
Nuestra opinión: Buena
En una carta de 1849, Giuseppe Verdi se refería a su primera impresión sobre Le Roi s’amuse, la pieza de Victor Hugo que está en la base de Rigoletto: "Una obra magnífica, con situaciones terriblemente dramáticas y dos papeles extraordinarios". Más adelante, hacia 1853, con la ópera ya estrenada, insistía: "El mejor material que puse en música es Rigoletto. Tiene las situaciones dramáticas más poderosas, variedad, vitalidad, pathos…". Pasado en limpio: Rigoletto es ante todo una ópera de voces y de drama; más aún, una ópera en la que las voces cargan de manera casi exclusiva con la responsabilidad de realizar el drama. Las voces, justamente, fueron el punto alto de la versión con la que abrió su temporada Juventus Lyrica, y que constituyó también una lograda celebración de los 15 años de la compañía.
En un reparto parejo, Ivana Ledesma, Juan Font y Sebastián Russo se destacaron respectivamente como Gilda, Rigoletto y Duca. Es probable que la de Font no sea de esas voces que deslumbran, pero consiguió que siguiéramos el progreso de su personaje, del cinismo a la desesperación. Lo mismo puede decirse de Ledesma, que no se guardó nada y cuyo opulento caudal de voz recorrió todas las transiciones entre la inocencia, el entusiasmo amoroso y el sacrificio. Ligera, ágil, la voz de Russo para hecha a medida para Duca, y aunque su faena fue irreprochable, le faltó tal vez énfasis dramático. De todos modos, los tres, junto con Gabriela Kreig como Maddalena, se lucieron en el maravilloso cuarteto de tercer acto, esa especie de enclave de la música absoluta en la más pura teatralidad. Fue por otra parte estremecedor el Monterone de Pol González, Felipe Cudina Begovic compuso un seguro Sparafucile, y el coro se escuchó sólido en sus intervenciones.
Verdi fue quizás el primer músico italiano que notó los límites del tabicamiento en números típico de la tradición del belcantismo. "Tengo pensado Rigoletto sin arias, sin finales, como una secuencia interminable de dúos". Lo que Verdi buscaba era continuidad dramática y musical. Esto se advierte no sólo en el desdén del aria como momento autónomo sino singularmente en la unidad motívica. El enfoque del director Antonio María Russo trabajó con suma sensibilidad los contornos y recurrencias de la melodía verdiana y proyectó sobre ella todos sus claroscuros; por desgracia no siempre lo acompañó la orquesta, que tuvo un desempeño deficiente sobre todo en la cuerda, con desafinaciones y desajustes. En cualquier caso, esto no opacó la intimidad de ciertos pasajes, como el relato de Gilda hacia el final del segundo acto, con el doloroso acompañamiento del oboe; también una especie de dúo en una ópera en la que cada aria busca a su doble.
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