Ricky Martin se dio el gusto de realizar un show sinfónico y enloqueció a su fiel y adorado público
El boricua brindó anoche la primera de las tres presentaciones que tiene pautada en el Movistar Arena; el público cantó todo su repertorio junto a él
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Ricky Martin sinfónico. Músicos: Carlos David Pérez (coros), Tony Escapa (batería), Paulo Stagnaro (percusión latina), Alberto Menéndez (piano, teclados), Pablo Della Bella (bajo), Gustavo Escobar (trompeta), Léster Pérez (trombón), Andrés Vicenci (saxo tenor), David Cabrera (dirección musical) y orquesta sinfónica dirigida por Ezequiel Silberstein. Lugar: Movistar Arena. Artista soporte: Nahuel Pennisi. Nuestra calificación: muy bueno.
Son pocos los músicos populares, sobre todo los muy exitosos, que se resisten la tentación de actuar en algún momento con una orquesta sinfónica a sus espaldas. Supuesto “ascenso social”, fantasía de moverse en otro círculo, autorreconocimiento por pertenecer a otro estatus cultural, lo concreto es que convocan a un arreglador y a un director profesionales para que los respalden en su aventura. Sin embargo, es verdaderamente excepcional el caso en el que un cantante popular suma por sobre su trabajo habitual con este formato al que suele bautizarse ampulosamente como “sinfónico”. Y, como contraparte, cualquier orquesta con ese orgánico europeo se luce siempre más con otro tipo de repertorios pensados originalmente para el formato y para sonar acústica en salas que lo permiten. Tanto que, también casi como norma, todos los artistas populares que se vuelcan a esta línea sinfónica, nunca dejan de incluir su propia banda pop de respaldo, más o menos numerosa y significativa según sean el estilo y los recursos de la figura en cuestión.
Esta vez, el “sinfónico” fue el puertorriqueño Ricky Martin, un cantante y un artista completo, exitoso, importante, líder de masas y enloquecedor de público femenino que no necesita, por supuesto, ningún reconocimiento extra para mostrar todo lo que es. Pero allí estuvo, una orquesta de formato europeo, conformada como para tocar música de Mozart o Beethoven, integrada por músicos elegidos en nuestro país y dirigidos por el argentino Ezequiel Silberstein; dicho sea de paso, un experto en esto de acompañar cantantes populares. Y como suele suceder, esa orquesta quedó durante casi todo el concierto sonoramente escondida detrás del potente grupo pop/latino con bronces y guitarra solistas y mucha percusión comandados por David Cabrera.
Pero es con el propio Ricky Martin con quien cualquier discusión en estos sentidos desaparece y queda sepultada detrás de su enorme figura. Podrá quien escucha ser más o menos amante de sus canciones y su estética, pero nadie podrá dejar de ver lo que es sobre un escenario este señor nacido en San Juan de Puerto Rico hace 50 años. Se lo vio más maduro, menos saltarín que en tiempos más juveniles, con una escenografía austera que solo recurrió a una pantalla posterior y a un par de laterales. Se mostró prolijamente peinado y afeitado y con un vestuario de pantalón negro y zapatillones blancos que completó con tres camisolas: una negra inicial, una blanca luego y una negra con brillos para la última parte. Porque lo valioso de Ricky está finalmente en su garganta que no afloja nunca, en su presencia arrolladora, en su sonrisa permanente, en la complicidad erótico-picaresca que establece con un público que es ampliamente femenino. “Venimos a pasarla bien, a cantar, a bailar, a divertirnos; creo que menos sacarnos la ropa, haremos un poco de todo”, dijo para arrancar una de las tantas ovaciones que lo acompañaron a lo largo de todo el show en la noche del debut, la primera de tres conciertos que se prometen repletos en el Movistar Arena.
Nahuel Pennisi había sido su respetado –y hasta muy festejado, cuando cantó “Universo paralelo”- telonero. Pero naturalmente, el estadio se hizo una locura cuando apareció el boricua en escena. Arrancó un set de unos 20 títulos con “Pégate” y ya no hubo tregua. Vinieron “Volverás”, “Gracias por pensar”, “La bomba” –una de las grandes locuras de la noche-, la abolerada y muy inspirada “Ácido sabor”, “Fuego de noche” –con un aprovechamiento, esta vez sí, de la sinfónica, con solo de arpa-, un popurrí para el gran coro colectivo –“Vuelo”, “El amor de mi vida”, “Te extraño, te olvido, te amo”-, “Tiburones”, “Asignatura pendiente” –para lucimiento de una violonchelista de la orquesta-, “Vuelve” y un cierre para la fiesta completa con una seguidilla de “Lola, Lola”, “Livin’ la vida loca”, “Vente pa’ca” y “The Cup of Life”.
Desde que comenzó, pasadas las nueve y media de la noche, hasta que se fue ya sobre el día siguiente, el público lo vio y lo escuchó de pie. “¿Qué pasa, acá nadie baila?”, preguntó el cantante a la multitud, casi como una ironía porque no hicieron otra cosa que cantar y bailar de punta a punta del show. La alegría es total y volvió a serlo en este caso. Para esa multitud que siente que pagó con creces el alto costo de las localidades y para el propio artista que, pequeñas demagogias incluidas, elogió la tan especial entrega de los espectadores argentinos.
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