Ricardo Soulé, a 50 años del debut de Vox Dei
Con una función vía streaming, se acaba de realizar el preestreno de Peregrino, la película que cuenta la vida y la obra de Ricardo Soulé. A cincuenta años de Caliente, el disco debut de Vox Dei, el músico habla sobre la pandemia, las compañías discográficas y su fascinación por los naturalistas. "No rechazo la ansiedad del hombre actual, pero ese tipo de vida, simplemente, no tiene atractivo para mí".
El punto equidistante entre Bob Marley y Darth Vader. Promediando Peregrino, uno de sus hijos define al fundador de Vox Dei con dos pinceladas tan precisas como inquietantes. "A cierta gente le vibra muy buena onda: es un tipo que te habla del amor y de la paz -dice-. Por otro lado, tiene una energía oscura y hasta puede generar cierto temor". El director Néstor Rodríguez Correa toma ese fresco a pie juntillas. En la secuencia de apertura, por ejemplo, el autor de "Presente" toca el violín en el medio de la honda noche de La Pampa. Extático frente al fuego, acompañado por su halcón (Soulé cultiva la cetrería: el entrenamiento de aves rapaces) y de espaldas a un enorme caserón victoriano que se derrumba con indiferencia. Si: entre el bucólico fogón de los hippies y esta hoguera medieval, todo parece indicar, hay un solo paso.
Desde el año cero de Vox Dei, Soulé pisó el pedal de la paradoja. Su hard-rock barrial y metafísico dialogaba felizmente con la sintonía generacional de la Era de Acuario, pero al mismo tiempo parecía estar arrojando leña en un fuego más antiguo. Un nombre en latín y una devoción por los Rolling Stones. Un disco dedicado a un profeta hebreo y un par de jeans Oxford. Así, aunque suele asociarse su influjo con bandas de la ortodoxia rockera (como Divididos o La Renga), la obra de Soulé también fue influyente para artistas "modernos" como Daniel Melero, Soda Stereo y hasta Carca.
Reunidos en Quilmes durante 1967, Soulé (guitarra y voz), Willy Quiroga (bajo y voz), Yody Godoy (guitarra) y Rubén Basoalto (batería) editaron su primer LP en el legendario sello Mandioca y luego hicieron un movimiento extraño: una obra conceptual alrededor de La Biblia. El talento melódico de Soulé y los textos despiadados del Antiguo Testamento hicieron combustión y la banda alcanzó una popularidad nada desdeñable. Quien lo hubiera dicho: sobre marketing no hay nada escrito.
-Cada vez que se habla del génesis de La Biblia, te preguntan por la resistencia de la Iglesia. Sin embargo, el público rockero, que a priori era open-minded, también manifestó su resistencia.
-En realidad, nosotros no buscamos a la Iglesia. La cúpula de la Iglesia, la cúspide, la parte gubernamental, nos buscó y nos mandó llamar de una manera perentoria: "preséntense acá con las letras". Fue taxativo. El julepe que nos pegamos también fue taxativo. Gracias a Dios todo terminó bien. Podría haber terminado muy mal. Era un momento muy difícil para la ciudadanía argentina. Y mucho más difícil para un puñado de muchachos que estaban pretendiendo modificar situaciones que estaban totalmente anquilosadas en la sociedad argentina y mundial. En cuanta al público, la reacción fue excelente desde el primer día que empezamos a tocar La Biblia. Parecía que ya conocía los temas, que ya los había escuchado. Y si recibimos algún tipo de crítica fue de parte de algunos músicos. Pocos: dos o tres, habrán sido.
-Por un tiempo intentaste mantener una distancia entre tu repertorio sacro y tu repertorio profano. Desde el vamos, sin embargo, estaban unidos. ¿Estás de acuerdo?
-Coincido. Hay una retroalimentación desde siempre. No solo en mi producción, sino en la música de todos los tiempos. Se tomaban danzas populares para generar sonatas da chiesa y se tomaban salmos súper antiguos para generar canciones populares. Así que no hay ningún invento, no hay ningún hallazgo. Lo que pasa es que, tal vez, para la gente que estaba un poco alejada de esta historia fuera una combinación novedosa. Pero no lo era. Nada más que referirse a los principios del siglo XX, cuando se cantaba el negro spiritual. O el gospel. Era una combinación que se dio mucho para el blues, para el rhythm and blues, para el jazz y lógicamente para el rock.
-El año pasado, Jeremías Pies de Plomo (1972) fue editado en vinilo por el sello catalán Guerssen. ¿Con qué clase de público te gustaría que dialogue actualmente esa música?
-Para mí es una novedad. No sabía que lo habían editado en Cataluña. Como la mayoría de las compañías que tienen el repertorio de Vox Dei se han apropiado y hacen lo que quieren sin avisarnos, sin decirnos ni pagarnos. Estamos totalmente negados por el sistema y nos sentimos desplazados y estafados por todo este sistema antropófago.
-Por regla natural, tu repertorio solista aún es un secreto para el gran público. ¿Cuál es la mejor puerta de acceso?
-Mis etapas solistas pueden estar agrupadas en una primera etapa del siglo XX y una segunda etapa del siglo XXI. Si bien todos los discos tienen un sello muy especial de mis distintas facetas, este último grupo de discos con La Bestia Emplumada parecen formar parte de una única obra: Soulé en Río Turbio (2007), Buddy Middler (2008), Dolmen (2011) y Vulgata (2015). Aunque no aparezca tanto en la superficie, hablan mucho del tema espiritual: la vida en esta tierra y la vida en otros lugares. Creencias profundas. No solamente cristianas sino, sobre todo en el Dolmen, creencias ancestrales. Tal vez, creencias que no son de esta tierra.
-En la película no solo aparecés haciendo cetrería y leyendo a William H. Hudson, sino que tus hijos cuentan historias contemplativas dignas de naturalistas. Despertando con el amanecer y acostándote con el anochecer. ¿Te ves como un hombre de otro siglo?
-Yo me encuentro con Hudson de una manera casi personal, porque los sitios que más a menudo recorro son los sitios que más recorría él. Y casi de la misma manera: en bicicleta y con prismáticos. Todo mi vínculo con la naturaleza, con estar sujeto a la luz del sol, tiene mucho que ver con la cetrería y con la contemplación. Hay un ejercicio que se llama el Libro de Las Horas. Los cristianos de otras épocas, sobre todo en la vida monástica, tenían ese ejercicio de siete rezos diarios. El primero es en la primera hora del día: cuando sale el sol. Después la tercera, la sexta, la novena. Las vísperas, las completas y las maitines. Y eso, como es lógico, está muy vinculado a la cetrería. Son muchísimos los puntos de contacto que tengo con el medioevo. Y no por proponérmelo o por elegirlo. Me salen de manera natural. Hay un vínculo tan fuerte con ese tipo de naturaleza humana que sería imposible no relacionarme con esos sentimientos ancestrales. Me siento bastante alejado de la ansiedad del hombre actual. Todas estas disciplinas que mencionamos (escribir, leer, la cetrería) son acciones que llevan tiempo. El resultado se ve con el tiempo. No hay inmediatez. Al contrario: llevan un proceso de maduración bastante importante. Así que no rechazo la ansiedad del hombre actual. Ese tipo de vida, simplemente, no tiene atractivo para mí. Sobre todo con el vínculo con el placer como única fuente motora.
-En ese sentido, ¿qué lectura hacés de la pandemia que nos toca vivir?
-Lo vivo como todos los ciudadanos. En cuanto al confinamiento, es una situación curiosamente autoritaria que me duele mucho porque me hace acordar a otras épocas ya vividas. Estamos todos doloridos y desconcertados porque no sabemos cómo va a terminar. Yo, en ese sentido, estoy sorprendido como el que más con la pandemia. No sé si el coronavirus es una cosa natural o producida por el hombre, por algunos hombres, pero sí me doy cuenta de que es una especie de burla al sistema. Esta situación se burla del sistema materialista a ultranza que estamos viviendo. De golpe, una criatura invisible detiene a la economía: el lugar donde más le duele al hombre moderno. Que muera la gente, no sé si le importa tanto.
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