En una emotiva charla, el cantante habló de sus raíces, de lo difícil que le resultó adaptarse a un país nuevo a los 8 años y del dolor por la partida de su gran amigo, Gerardo Rozín, quien lo ayudó a idear su disco tanguero
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Los olores de la casa, el calor de los brazos de mamá y papá, el sabor de ciertas comidas y, por supuesto, la música. La infancia se rememora en recuerdos y sensaciones que nos marcan y nos acompañan para siempre. “Cuando nosotros nos fuimos de aquí, mi papá se llevó no sé cuántos álbumes de tango. Me acuerdo de uno de Aníbal Troilo y que mi mamá tenía otro de Mariano Mores, en donde estaba ‘Cuartito Azul’, su canción preferida”, recuerda Ricardo Montaner con los ojos cerrados y una sonrisa de añoranza y paz que se dibuja de manera intrínseca en su rostro.
Son esos sonidos de la infancia que le transmitían sensación de hogar en la lejana Venezuela, los que lo llevaron a grabar su último disco, Tango, una deuda consigo mismo, con su familia, con sus raíces y su historia. “Hicimos 11 tracks y cada uno tiene una razón de ser. La gran mayoría tienen algo que ver con mi niñez, con mi abuelo, con mi padre y con mi mamá. Tiene todo que ver con el Ricardo niño, con el niñito que partió a vivir en Venezuela a los ocho años. Tiene todo que ver con esa nostalgia que te deja el desarraigo repentino, cuando te sacan de tu de tu zona de confort, cuando pasás de estar jugando a la pelota con el amiguito que crees que te va a acompañar toda la vida y resulta que no”, reflexiona con nostalgia.
“Hay una cosa que uno mantiene, que va directamente ligada a la genética y al ADN, que en algún momento estalla y empieza a generar una inquietud. Eso me persiguió a mí en los últimos 20 años: la inquietud de grabar un álbum de tango en agradecimiento a mis raíces y para cumplir la promesa que le hice alguna vez a mi abuelo Laurentino”, confiesa en una charla exclusiva y cara a cara con LA NACION. Es cerca del mediodía y el hotel porteño en donde se da el encuentro se convierte en un oasis de paz. Montaner se relaja y deja de lado su teléfono celular, en donde se puede ver la imagen de su nieta Índigo como fondo de pantalla, y se sumerge en un viaje al pasado para emocionarse con los recuerdos que afloran a medida que transcurre la charla. Es un día especial, hace pocas horas salió a la luz el disco que estuvo esperando tanto tiempo y que movió cada fibra de su ser.
“De repente el año pasado todo se dio de manera natural, cuando estaba viviendo en Argentina por La Voz. Empecé a ir a lugares a escuchar tango, a reconciliarme con ese Ricardo niño, a visitar lugares a los que iba cuando era chiquito. En medio de todo eso dos amigos, Gerardo Rozín y Diego Nuñez, que es mi productor en La Voz, me empezaron a insistir para que concrete esta asignatura pendiente. Empezamos jugando hasta que en un asado largamos el repertorio completo. Rozín aportó algunos, Nuñez otros y yo el resto, hasta armar esto que es un proyecto que estoy seguro será inolvidable”, resume.
-¿Qué recordás de tu infancia en el país?
-Me acuerdo de muchas cosas. Mi llegada al colegio, a encontrarme con la señorita Eve, que era mi maestra y fue mi primer amor. El primer enamoramiento que tuve fue por ella y luego por una niña que estudiaba en el mismo salón que yo, que se llamaba Nancy. Me acuerdo del colectivo, porque yo vivía primero a media cuadra de la escuela, en Portela, en Valentín Alsina, pero luego nos mudamos a vivir a Villa Caraza. Como no me querían sacar de la escuela en donde yo estudiaba, todas las mañanas subía al colectivo muy tempranito y llegaba justo antes de las 8 a la puerta del colegio. Me acuerdo de jugar a la pelota, en la cortada en Valentín Alsina, hasta que llegaba la policía, nos prendía la sirena y nos teníamos que ir al lado de la iglesia. Me acuerdo de mis abuelos, de ir los fines de semana a dormir en el catre de la casa del abuelo Laurentino, y de muchas cosas más.
-¿Cómo fue vivir el desarraigo que implica emigrar, alejarse de la familia y todo lo conocido, siendo tan chiquito?
-Fue muy, pero muy duro. Recuerdo que al principio, cuando llegué a Venezuela, de un día para otro me cambiaron de libertador, de San Martín a Bolívar, me cambiaron de geografía, de limitar con Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay a hacerlo con el mar Caribe, con Colombia, con Brasil. ¡Me habían cambiado todo! No tenía a los amigos del barrio, tuve que aprenderme en tiempo récord la historia de Venezuela y me enfermé de la vista. Me acuerdo que eran las cuatro de la mañana y seguía estudiando, y era un niño de nueve años. Un día mi mamá me encuentra a la madrugada con el libro de historia pero lo tenía como a un metro y medio de mí, porque no veía. Ella me pregunta por qué tenía el libro tan lejos y al día siguiente me lleva al oculista. Me detectaron una hipermetropía gigante y me dijeron que podía perder el ojo izquierdo por el esfuerzo que hacía. Me pusieron unos anteojos enormes que se convirtieron en el gran complejo que tuve en mi vida, me decían cuatro ojos y comencé a tener complejo de feo. En esa primera etapa de mi mudanza viví depresión y, en consecuencia, como era un niño medio raro porque no tenía amistades, engordé y empecé a sufrir bullying. Fue una etapa de dos o tres años bastante oscura por culpa del desarraigo.
-¿Qué te ayudó a salir de esa depresión y esa sensación de sentirte menos?
-La música, descubrí la música y descubrí a conciencia que había nacido para la música. Mi papá me ayudó mucho, me compró los instrumentos a crédito, mi batería y una mejor guitarra, y me acompañó para que yo empezara a desarrollarme como artista. Esa fealdad que yo sentía, ese complejo, se fue disipando gracias a los instrumentos. Ya mudado a Maracaibo, tendría yo 13 años, empecé a tocar con una banda de rock. La música embellece, te da una cosa que te hace que el autoestima cambie, te sientes como con power. Por muy narigón que yo era, y todo lo otro, sentía que la música me daba la posibilidad de socializar y de poder conversar con la gente, de poder tocar una puerta sin que me diera vergüenza. A partir de ahí nunca más paré.
Un homenaje al tango
Cuando Montaner comenzó el proceso de grabar Tango, sabía que no podía ser un disco más. “Andrés Linetzky, el director y arreglista, se debe llevar todos los créditos. Dirigió la orquesta con la que grabamos en simultáneo, todos juntos emplazados con micrófonos de la época dorada del tango y totalmente análogos. Grabamos con los mismos equipos que Goyeneche, incluso guardamos respeto por eso, en un estudio icónico, el ION. Lo único que puede no parecer del mundo del tango soy yo, el resto es puro tango”, cuenta con orgullo.
-Me decías que Tango es un homenaje y una asignatura pendiente con tu papá, con tu abuelo y con esa infancia en Argentina ¿Qué rol ocupó el tango en tu desarraigo y cómo te mantuvo conectado con el país?
-Cada vez que en Maracaibo había un evento que tuviese que ver con el tango, mi papá y mi mamá asistían y volvían a casa con algunos de los cantantes. Mi papá se les acercaba y les decía: ‘Somos de Argentina, nos encantaría invitarte a casa’, y así más de uno vino a tomar mate, a comer empanadas, y eso me mantuvo cerca. Muchos traían su guitarra o su bandoneón, que es un instrumento por el que siempre me sentí atraído, y gracias a todo eso, a la música, nunca hubo un desapego completo por lo que dejamos. La música nos ayudó a mantenernos, de alguna manera, en contacto.
-¿Se escuchaba mucho tango en Venezuela?
-Cuando Gardel murió, en el 35, antes de pasar por Medellín que fue su último concierto, fue a Maracaibo, a Caracas y a Valencia, en donde hizo shows. Estoy hablando de 1935, no habíamos nacido aún, pero lo que quiero decir es que él dejó sembrada esa semilla del tango, de la nostalgia del género, y por supuesto eso ha trascendido con los años.
-¿Qué sentís, como argentino, al haber podido grabar este disco de clásicos que hoy van a recorrer Latinoamérica con vos y llegar a personas que tal vez nunca escucharon estas canciones?
-¿Sabes qué es lo que más me gusta de todo de este proyecto? Que reivindicamos un acervo cultural del país. El tango ha estado relegado a que se escuche lo que se grabó en algún momento, no hay nuevas generaciones emergentes que ayuden a internacionalizar el tango como era. Siento que hoy tengo la posibilidad de hacer eso, y de alguna manera, recurrir al público que me ha sido fiel durante todo estos años para lograrlo. De hecho ya empecé a cantar algunos tangos en la gira que estoy haciendo. Creo que este disco le da la posibilidad al tango de volver a tocar puertas, porque cuando alguien lo escucha, lo adquiere. Hablaba con parte de mi equipo, que vienen de otros países y que tenían el tango como algo de referencia a lo lejos, y me decían que hoy escuchan tangos y se dan cuenta que tienen una riqueza enorme. Musicalmente hablando es una cosa muy importante, muy atractiva, y yo siento que de alguna manera el hacer este álbum nos está llevando a la posibilidad de que en toda Iberoamérica el tango nuevamente vuelva a sentirse como algo muy importante.
-Al comienzo de la charla me decías que uno de los impulsores de este álbum fue Gerardo Rozín ¿Cómo estás viviendo el lanzamiento sabiendo que no lo podés compartir físicamente con él?
-Gerardo y yo somos amigos hace más de 18 años. Nuestra primera conversación fue en una entrevista, se llamaba La pregunta animal, y a partir de ese momento nunca más nos separamos. Me acuerdo que después de eso llegué a mi casa en Miami y le conté a Marlene que había conocido un periodista que me había dejado loco, que nunca me habían hecho una entrevista como esa, y desde ese momento me hice amigo. Pero peor aún, Marlene se hizo entrañable amiga de él, entonces ya éramos los dos. Su partida ha sido un sacudón muy duro en mi vida y en la de mi familia. Nosotros teníamos una expectativa diferente, apostábamos a que él se sanaba. Veníamos acompañándolo como hermanos desde hace más de un año, lo empujábamos cuando él entraba en depre, a seguir adelante y a que se olvidara un poco de todo porque iba a estar bien. Creíamos que iba a salir de ahí. Agarramos mucha ilusión porque hubo un momento en que se vio una mejoría enorme, después de que lo operaron, y vivimos juntos el proceso porque coincidió con que estábamos viviendo en Argentina, por lo que puedo decir que transitamos todo y lo sufrimos junto a su familia.
-Su partida dejó un vacío muy grande en todos ustedes, ¿no?
-Lo que jamás esperé, después de verme con él un jueves, porque yo me iba de regreso el viernes, es que a los pocos días se iría. Pasé la tarde con él, lloramos mucho y oramos mucho. Recuerdo que una de las últimas frases que me dijo, mientras me abrazaba, fue: ‘Montaner, no me quiero morir’ [mientras habla sus ojos se llenan de lágrimas]. Fue muy duro, pero yo le decía que eso no iba a suceder. Me tomé el avión al día siguiente y el lunes entraba en coma y a menos de tres días había partido. Nos dolió mucho y todavía estamos sufriendo el luto, con la tranquilidad de que Tango salió a la luz y que Gerardo va a quedar para siempre como el precursor de este proyecto, como un gran consejero y un maravilloso coproductor.
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