Ricardo Iorio, un artista irrepetible envuelto en su propio laberinto
El músico de 61 años murió de un ataque cardíaco; fue uno de los padres del heavy metal argentino y su figura creció a la par de una serie de mediáticas polémicas
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Ricardo Iorio tenía 16 años cuando vio por primera vez La canción sigue siendo la misma en el cine de Santos Lugares. La película de Led Zeppelin fue iniciática y punto de refugio para muchas de las figuras más importantes del rock argentino, pero no tanto como para Iorio, quien murió hoy a los 61 años. Mientras algunos se embelesaban tanto con las melenas de Robert Plant como con los hits de ABBA y Rod Stewart que se proyectaban en la pantalla a modo de previa, el futuro líder de V8, Hermética y Almafuerte prefería quedarse hasta el final y así ver los videoclips de Black Sabbath que hacían las veces de bonus track una vez terminada la película. Era 1978 y empezaba a gestar una estética y una identidad que se plasmarían un lustro después: el ser metalero argentino.
Porque antes de sus polémicas mediáticas que comenzaron con el ciclo de entrevistas a Beto Casella, de su foto con Alejandro Biondini y su innumerable cantidad de comentarios racistas, homofóbicos y discriminatorios que disparaba como una ráfaga de todo lo que es repudiable, Ricardo Iorio le puso voz, sensibilidad y palabras a un género que en la Argentina siempre estará asociado a la clase obrera y al que tiene tanta conciencia de sí como de los otros. El changarín, el peón rural, las comunidades originarias, las víctimas del gatillo fácil, los cautivos del sistema. A todos les dio identidad como ningún otro músico en la historia del rock argentino. Y al mismo tiempo hacía del heavy metal argentino un lugar de lucha, de épica y de singularidad. Cuando no existían las camperas con tachas, él se metía al cementerio de la Chacarita a robarse tachas de bronce de cualquier nicho que encontrara. Entre los 40 años que van desde el debut de V8 con Luchando por el metal hasta su muerte, Iorio logró que el heavy metal nacional se construya a su imagen y semejanza.
Ese debut de V8 llegó en 1983. En aquel año bisagra para el rock argentino -con discos como Clics modernos (Charly García), Bajo Belgrano (Spinetta Jade), Vasos y besos (Los Abuelos de la Nada), La dicha en movimiento (Los Twist)-, tres bandas traerían la modernidad por fuera del canon: Virus la new wave más hitera con Agujero Interior: Los Violadores, el punk con su debut homónimo y V8 con el heavy metal del ya mencionado Luchando por el metal.
Iorio, Zamarbide, Civile y Rowek proponían una destrucción del orden establecido, una estética del horror que se había cocinado en la dictadura y no avisorsaba demasiadas luces en los primeros años del regreso de la democracia. Bajo la producción de Pappo, V8 daba su primer paso en una batalla que necesitaría muchos más para llegar a establecerse. Después de que con V8 sentara las bases de un sonido y una furia que no terminaban por materializarse en discos que se grababan con tecnologías precarias, Iorio formó Hermética, la banda más emblemática de la historia del heavy metal argentino. Apenas tres discos de estudio le bastaron para lograr picos de popularidad en un género que nunca fue del todo masivo. Ácido argentino y Víctimas del vaciamiento permanecen hoy como aguafuertes del desguace menemista. En esos dos discos, Iorio pulió su pluma como un Discépolo moderno, dueño de una sensibilidad capaz de narrar con belleza y crudeza lo que pasaba en las calles de Liniers y la atmósfera parrillera de un asado de obra.
Con la llegada de bandas internacionales del género, Hermética pudo compartir escenario con las grandes bandas del género. Telonearon a Motörhead en Obras Sanitarias y recibieron más aceptación y agite que Black Sabbath, Kiss y Slayer en el mítico Monsters of Rock de 1994. Pero el heavy metal argentino siempre estuvo rodeado de la épica de lo que pudo ser. Y en el pico de popularidad, las peleas internas y acusaciones de traición terminaron por dinamitar la relación de Iorio con sus compañeros de grupo. En diciembre de ese mismo año, Hermética anunciaba su separación.
Luego del fin de Hermética, situación que él mismo llamó “el amasijo de un gran sueño”, Iorio formó Almafuerte y prolongó su popularidad. Se consolidó por primera vez en su carrera como el cantante principal de una banda y su garganta áspera y grave se volverían marca de estilo definitiva. El grupo, que pasó de trío a cuarteto hacia el 2003, llegó a tocar en el estadio de All Boys y agotaba Obras Sanitarias cuando ninguna otra banda del género podía hacerlo. Incluso cuando el género todavía era esquivo para la alta rotación, “Sé vos” consiguió filtrarse como un himno que llamaba al empoderamiento y al autoestima. Con Ricardo Mollo como productor, los discos Almafuerte y A fondo blanco mostraron al grupo con un sonido más pulido, menos frenético pero con mucha más contundencia y efectividad. Fiel a su propia biografía, las letras de Almafuerte retrataron el viaje de la ciudad al campo. Lo rural le ganó paso a lo urbano sin que en ese viaje se perdiera ni un gramo de sentir nacional ni detalle de lo mínimo, esos detalles que solo puede tener alguien que vivió de verdad. Canciones como “Convide rutero” o “Toro y pampa” dan muestra de ese cambio, en el que José Larralde se confirmó como referente definitivo de Iorio.
Y si en su obra se notaba ese paso de la ciudad al campo, no era más que un reflejo de su vida privada. Iorio se asentó en los campos de Coronel Suárez para dar paso a su etapa rural. Arreglar la camioneta, rodearse de pájaros y perros y andar por la llanura como un paisano sin otra causa que la de entregarse a sí mismo. Así, Iorio iba a transitar los últimos años de su vida, luego de separar Almafuerte en un fade out que tuvo como último mojón Trillando la fina (2012) y comenzar una etapa solista irregular, con discos y shows esporádicos.
Entre 2008 y 2022, Iorio editó como solista cuatro álbumes que contienen mayoritariamente reversiones propias y ajenas. Sin escaparle al tango, la milonga y el folklore y tampoco a mostrar la amplitud de sus gustos musicales. De Black Sabbath a Roxette, pasando por Spinetta, Roque Narvaja, Cadícamo, Discépolo y Larralde. Todos unidos por la voz cada vez más arenosa de Iorio, convertido en un crooner de tierra adentro. En un reciente posteo en su cuenta de Instagram, Álvaro Villagra -histórico ingeniero de sonido desde Hermética en adelante-, contó que un día antes de morir, Iorio lo había llamado para grabar un nuevo disco, que se llamaría Ganar perdiendo.
El suicidio de Ana Mourín en 2001 (por entonces ya exesposa de Iorio) y los excesos terminaron por minar la personalidad de un Iorio cada vez más errante, solitario y polémico. Si su reivindicación a Seineldín en “Cumpliendo mi destino” podía verse como un hecho aislado, los años posteriores la carga se invertiría: Iorio iba a ser más veces noticia por sus exabruptos que por la calidad de su obra. Su radicalización hacia la extrema derecha y sus frases, algunas tristes y otras con destino de meme, atrajeron como un imán a los medios que jamás le dieron lugar a su música. Muchas veces se dice como lugar común que hay artistas únicos e irrepetibles. Cuando se dice eso de Ricardo Iorio, no es una exageración.
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