Ricardo Arjona lo hizo otra vez: en su primer streaming, el cantante demostró hasta dónde llega su popularidad
Después de negarse por meses a realizar un show en streaming, el cantante guatemalteco diseñó uno a su medida y tuvo premio: su público lo acompañó en todo el mundo; las claves de un fenómeno que sigue vigente
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Ricardo Arjona está preocupado. Lo dice sonriente pero, afirma, se está “riendo de preocupación”. Este sábado pasado dio el primer show por streaming de su carrera y la transmisión colapsó ante las más de 150 mil personas de todo el mundo que intentaron verlo desde sus casas. Entonces, ahora en un comunicado en forma de video, anticipa que el show seguirá disponible durante dos días (hasta las 6 de la mañana, hora de Argentina, de este martes) y se extiende en un mensaje en el que no oculta su felicidad -y tal vez algo de sarcasmo- ante una (re)confirmación de popularidad. “Las grandes plataformas que hacen este tipo de eventos jamás pensaron que podíamos llegar a determinados números. Quizás porque prenden las radios y dicen: ‘Este tipo no aparece nunca acá, aparecía antes pero ahora no’. Y, en su análisis sobre su presente en relación a la industria musical, que lo acompañó históricamente, teoriza: “Empiezan a establecer todo en base a esta especulación y uno se da cuenta de que ,a pesar del tiempo y de tantas cosas que suenan por ahí y de lo difícil que es a veces acceder a ciertas cosas, hay un montón de gente que está con uno y no necesitan la repetición de todos los días, sino que siguen estando ahí”.
La constatación de un público fiel es evidente para Ricardo Arjona y hasta resulta inverosímil que aún lo sorprenda a él, con 47 años de vida y 35 de carrera. Porque, es innegable, jamás dejó de ser un fenómeno popular. Los números lo han acompañado siempre. Agotó 34 estadios Luna Park en 2006, suma más de 5 millones de suscriptores a su canal de YouTube y ahora, desde su producción, le proclaman un nuevo récord: el show por streaming de un artista iberoamericano más visto en la historia (éxito que llevó a la producción a mantener en línea hasta mañana a las 6 hora argentina abierto a los que habían comprado su entrada y no pudieron acceder). También, para seguir enumerando cantidades estrafalarias, afirman que para este show -titulado Hecho a la antigua y emplazado en Antigua Guatemala, su ciudad natal- se conectaron fans de 5 continentes, estuvo iluminado por 5 mil velas, hubo 4 directores de cine involucrados, más de 30 músicos en escena “y mucha emoción”, agrega Arjona por mail a LA NACION.
Entre la iluminación de las velas y el color de las paredes de las ruinas de Antigua Guatemala, el cantante construyó una intimidad en sepia tan efectiva como estereotipada. Si existiera algo así como una fórmula Arjona, podría reducirse a la reutilización de lugares comunes una y otra vez para construir una narrativa (visual y sonora) que no esconde demasiados misterios ni pliegues insondables. Fiel a su obsesión por la unión de opuestos (“Si el Norte fuera el Sur”, “Acompáñame a estar solo”, “Cómo deshacerme de tí si no te tengo”) casi como recurso único, Hecho a la antigua fue la excusa de presentación de Blanco, su último disco de estudio al que le seguirá, por supuesto, uno titulado Negro, a editarse en algún momento de este año. “Visité el convento de las capuchinas una tarde de febrero de este año y encontré el único lugar donde me vi haciendo algo como esto”, cuenta Arjona. “Lo encontré justo en el momento donde el formato estaba gastado, deteriorado y no estimulaba a nadie. Después de un año de negación a este tipo de eventos decidí hacerlo de manera independiente justo en el momento más difícil. Lo complicado fue convencer a la gente de que Hecho a la antigua era algo distinto cuando no existía aún”.
Y aunque la falta de una audiencia presencial haya, a priori, atentado contra la cercanía que construye con sus fans en los recitales -dialogar con alguien puntual de la platea, cantarle un tema al oído y hasta cambiar el “tú” por el “vos” en sus shows en Argentina-, Arjona no claudicó en darle a su núcleo de seguidores lo que ellos quieren y entonces el final fue, como desde hace años, con “Mujeres”. Como un esclavo de sus números más que de sus palabras, ni esta distancia virtual lo llevó a imponer su propio deseo artístico, que le había confesado en 2009 a LA NACION: “Todas mis canciones son un paisaje de mi carrera, pero me gustaría ir deshaciéndome de algunas y me gustaría no terminar mis recitales con ‘Mujeres’, pero es inevitable. Lo que hacemos ahora es un mix de esos temas que, si no los canto, la gente puede terminar haciendo barbaridades”.
Siguiendo el juego de opuestos, podríamos entonces contraponer números a palabras. Y si bien los números siempre estuvieron de su lado, las palabras no tanto. Cuesta encontrar críticas favorables a la obra de Arjona y, aunque parezca extraño, también cuesta encontrar las desfavorables. A pesar de haber sido durante años una suerte de enemigo público número uno de quienes valoran el riesgo artístico, la originalidad y/o la reinvención constante, el corpus literario sobre su música no abunda. Como si todo se diera por sobreentendido. Como si para unos Arjona condensara “todo lo que es reprochable” y para los otros el escudo fuera “sobre gustos no hay nada escrito”.
Arjona no representa un desafío para nadie, ni para el detractor ni para el fan. Entonces, Arjona sigue allí, reforzando el vínculo con su público -que, de más está decir, excede al estereotipo de “señoras de cuatro décadas”-, independientemente de las críticas de quienes no comulgan con su obra. Hecho a la antigua (título que pone en tensión el lugar elegido, la transmisión por streaming y su autopercibido alejamiento de la alta rotación) fue “sólo otro intento de sorprenderme a mí mismo para permanecer despierto y alejarme de la posibilidad de que la costumbre se quede con todo”, señala. De su parte tampoco hay, al menos puertas afuera, demasiada reflexión sobre su praxis.
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