Refinada mirada sobre lo folklórico
Guillo Espel Cuarteto / Músicos: Alejandro Guerschberg en bandoneón, Oscar Albrieu Roca en vibráfono, Alfredo Zuccarelli en chelo y Guillo Espel en guitarra, arreglos y dirección / Músicos / Invitados: Agus Voltta en voz, Ignacio Svachka en percusión y vibráfono, Pedro Carabajal en chelo, Coti Moroni en clarinete bajo y clarinete en BB, Pablo Fenoglio en trombón, Germán Gómez en percusión. Temas de la proyección folklórica y propios de Guillo Espel. Sala mayor del Teatro Colón / Nuestra opinión: Muy bueno.
Es un premio sin pergamino. Pero vale mucho más que un honorable papiro. Porque se trata del reconocimiento del Teatro Colón al talento de un compositor y guitarrista que hace 12 años lidera un cuarteto instrumental enrolado en la vanguardia del folklore de proyección, al convocarlo por segundo año consecutivo para inaugurar en la sala mayor el ciclo Intérpretes Argentinos.
No es la primera vez que el Teatro abre sus puertas a Guillo Espel y sus grupos. En 1993 su trío La Posta, creado en 1990, presentó su disco en el Salón Dorado. El año pasado el músico ingresó con su quinteto de cuerdas. Ahora regresa al Colón con su guitarra, el eufónico vibráfono, violonchelo, bandoneón y una cantante, más clarinetes, trombón y percusiones, para sorprendernos otra vez con enigmáticas sonoridades y desafiantes entretejidos armónicos al expresar un repertorio de ritmos regionales autóctonos (chacareras, zambas, vidalas, cuecas...), obras propias y populares.
Celebramos que el Teatro Colón haya creado un ciclo que asigna prioridad al valor universal de la música clásica, al fomento de las obras de cámara y al imperativo de apostar por la excelencia. Con esto no hace sino convalidar y ratificar el destino original de la creación del Teatro como ámbito lógico e ineludible de la ópera y el ballet. Y discernir que, entre el elitismo y el populismo, crece una ancha franja de muy buena música, apta para dignificar la función primordial de este templo que, como todo templo, impone códigos y rituales dignos de ser honrados. Por lo cual sólo la demagogia pudo permitir "espectaculares" de música comercial y pop en nuestro primer coliseo.
El domingo sorprende y gratifica que cientos de jóvenes de provincias (de 15 a 30 años), que integran la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino, puedan conocer la propuesta de quien, como Guillo Espel, pertenece a la nueva estirpe de renovadores del lenguaje inspirado en la proyección folklórica. Genealogía precedida por los vuelos alucinantes en la armónica del inefable Hugo Díaz; las renovadas armonías de Carlos García en piano; los portentos de Waldo de los Ríos y su quinteto Los Waldos desde la raíz; las onomatopeyas de los grupos vocales como los de Farías Gómez; los desafíos armónicos del Cuchi Leguizamón y su mágico Dúo Salteño; las conquistas de los tríos de Manolo Juárez en piano; el folklore profundo y transfigurado en el bandoneón de Dino Saluzzi... Y tras ellos, nuevos aportes en armonías, contrapuntos, ritmos y cadencias que partieron desde la raíz, en creadores e intérpretes como Carlos Aguirre, Jorge Fandermole, Juan Quintero...
Con el cuarteto de bandoneón (Alejandro Guerschberg), vibráfono (Oscar Albrieu Roca), chelo (Alfredo Zuccarelli) y Guillo Espel en guitarra, arreglos y dirección, ha dado un salto fenomenal; no en el vacío, sino en nuevas osadías, al igual que sus predecesores, en disoluciones armónicas, en sutiles metamorfosis de los temas originales, empezando por sugerentes introducciones y, sobre todo, por la construcción de exquisitas atmósferas tímbricas. Se disfrutan temas emblemáticos: la chacarera "La vieja" y la zamba "La nochera"; las resonancias que expande el vibráfono; también las introspecciones del chelo solo, o en dúo con la guitarra, y varias eufónicas combinaciones más.
Son impecables los entretejidos instrumentales de Guillo Espel, aunque la melodía se diluya y a veces los acentos folklóricos resulten desdibujados. La cantante folk-pop invitada, Agus Volta, poco aporta con su voz metálica y su gratuita gestualidad. Espel cuida que la diafanidad de las texturas permita vislumbrar más allá, detrás de las bifurcaciones del lenguaje, las lucubraciones, disociaciones y ramificaciones de los pulsos, los contenidos telúricos. Esto es respeto y amor.
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