Ray Davies cumple 80: la canción que se anticipó al heavy metal y los celos que le tuvieron a su banda los Beatles y los Stones
Figura clave del Swinging London, el líder de The Kinks resultó un faro para las generaciones posteriores: el britpop lo consideró su padrino
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A mediados de los 90, mientras Oasis y Blur se iban a las manos por convertirse en la banda-estandarte del movimiento conocido como britpop, existía un tercer grupo en el pelotón que canjeaba flashes, escándalos y convocatoria por autenticidad, calle y una elegancia rea. Hablamos de Pulp, la criatura de Jarvis Cocker que -si bien tuvo su buena repercusión: Different Class (1995) fue cuádruple platino en su país- se concentró más en representar con estilo la britanidad que en salir en la tapa de los diarios. Letras narrativas cargadas de mordacidad y detalles de insider de una clase que no por trabajadora resignaba búsqueda estética o inquietudes artísticas. Esa era -grosso modo- la fórmula que hacía de Pulp, no el grupo más grande, pero sí el más esencialmente inglés del movimiento. Una fórmula que Cocker y antes Morrissey perfeccionaron, pero que un hombre patentó cuando estos todavía no habían siquiera terminado la primaria: Ray Davies, frontman de The Kinks que hoy cumple 80 años, relató de primera mano la historia de la juventud británica de los 60 y 70 y se ganó con ello el reconocimiento de fans y -sobre todo- colegas.
El cartelito de “padrino del britpop” se lo cuelgan todos a Davies, porque no hay muchas dudas. De hecho, los Kinks fueron al rock inglés de los 60 lo que fue Pulp al britpop: una alternativa que no le disputó protagonismo a Beatles y Rolling Stones para dedicarse a contar la lucha y la diversión del suburbio londinense con quirúrgica sorna. “Mientras los demás cantaban con acentos de Estados Unidos, nosotros cantábamos con acento de Londres”, declaró alguna vez, pero su identidad no moría en su pronunciación: sus letras desbordaban de imágenes reconocibles para un sector de la población joven que se identificaba con ese yugo, ese consumo y esa filosofía.
Era una cuestión de edad, pero también de territorio y sobre todo de clase. “Río viejo y sucio, ¿debes seguir rodando, fluyendo hacia la noche? La gente tan ocupada me hace sentir mareado, la luz del taxi brilla tan fuerte. Pero no necesito amigos: mientras contemple el atardecer en Waterloo estoy en el paraíso”, cantaba en “Waterloo Sunset”, en 1966 y mataba varios pájaros de un tiro: la alienación de no ser precisamente el chico popular del colegio, el paisaje tan cercano al corazón (el Waterloo del título no es la localidad belga de la que Napoleón salió derrotado sino un puente sobre el Támesis) que servía de fondo para las noches de naufragio gasolero, la voluntad de buscar tranquilidad en medio del caos que hasta entonces se consideraba vida.
Lo mismo en “Sunny Afternoon” (1996), letra en la que se burla de los white people problems de la clase alta londinense. “El recaudador de impuestos se llevó toda mi plata y me dejó en mi casa majestuosa, vagueando en una tarde soleada. Y no puedo navegar en mi yate, se llevó todo lo que tengo, todo lo que me queda es esta tarde soleada”, cantaba en el mismo año en el que los Beatles se quejaban de los impuestos que debían pagar en “Taxman”.
Esta capacidad de Davies para expresar con gracia la vida cotidiana, el goce y el esfuerzo de -volviendo a Pulp- la “gente común” tiene su explicación en su historia de vida. Ray nació en 1944 en Fortis Green, un barrio de clase trabajadora del norte de Londres. Su papá Frederick era un obrero de un matadero que se pasaba las noches en los pubs. Su madre Annie -dice el autor Johnny Rogan en la bio Ray Davies: una vida complicada (2015)- tenía “una lengua filosa y podía ser cruel e intensa”. Tenía seis hermanas mayores y un hermano menor: Dave, guitarrista, su socio y enemigo íntimo en los Kinks.
Como muchos hijos del baby boom, Ray desarrolló en su adolescencia un espíritu bohemio que tenía que ver con la intención de dejar atrás las penurias de la Segunda Guerra Mundial, que mantuvo a sus padres con la mente puesta en poco más que la supervivencia durante años. Eran otros tiempos, el rock n’ roll de Elvis había metido a la juventud en el mapa del consumo y la diversión por primera vez en la historia reciente y se gestaba en las grandes ciudades británicas una intelectualidad (con mayor o menor grado de pretenciosidad) en la que Davies encontró cobijo. Después de pasar por la escuela de arte, se interesó por la música y deambuló por varios grupos hasta formar con Dave The Kinks.
Con su tercer single plantaron bandera en la escena: “You Really Got Me” llegó al primer puesto de los charts de su país gracias a un riff que muchos historiadores de la música señalan como antecedente directo y necesario de lo que poco después sería el heavy metal (en el 78, Van Halen conseguiría un hit versionándolo). Después vino un período de exploración con un costado más apacible que incluyó otro ejercicio de vanguardia: “See My Friends” (1965) se considera la primera canción occidental en incluir sonidos de raga hindú, seis meses antes de que The Beatles grabaran “Norwegian Wood (This Bird Has Flown)”.
Pero fue a partir de Face to Face (1966), el primer disco compuesto íntegramente por material propio, que Davies agudizó su mirada sociológica. Sin resignar experimentación en lo musical (sus canciones se hicieron más barrocas, con instrumentaciones complejas que excedían el formato básico de guitarras, bajo y batería y coqueteaban con el music hall tradicional británico), los Kinks se despacharon con poesía cáustica sobre cuestiones de clase, tanto para mofarse de la ostentación de los nuevos ricos (“Most Exclusive Residence For Sale”) como para pintar un fresco de la exclusión (“Dead End Street”). El materialismo tuvo su crítica en “Situation Vacant” y especialmente en la deliciosa “Dedicated Follower of Fashion”, con la que Davies demostró no encandilarse con los brillos del Swinging London sino más bien pararse en la vereda de enfrente a desenmascarar egos.
Otra veta de Davies como letrista servía para profundizar todavía más su vínculo con la britanidad: su interés por el pasado de su nación, con un enfoque a la vez nostálgico e irónico. Canciones como “Village Green” o “Merry England” son odas a un ayer que encuentra en la simpleza su mayor atractivo, mientras que la ópera rock Arthur (Or the Decline and Fall of the British Empire) de 1969 ofrece -a través de la historia de Arthur Morgan, un hombre de clase trabajadora- una exploración profunda y crítica de la sociedad británica de mediados del siglo XX, con foco en el declive del imperio, la emigración, las consecuencias de las guerras y demás entreveros de la época.
Aunque cambió de estilo (en los 70 y 80 eligió volver a un sonido más directo, menos sobrecargado), Davies nunca perdió el filo, ni en los siguientes trabajos con los Kinks ni en sus discos solistas, grabados a partir de la implosión del grupo por sus constantes peleas con su hermano. Hoy, a sus 80 años, es posible que no se lo señale como uno de los artistas más populares de todos los tiempos, pero a la vez nadie dudaría en ubicarlo entre los más influyentes. El britpop, dijimos, le debe todo, pero su ascendente no está ni cerca de morir ahí. Para muestra vale lo que declaró alguna vez Frank Black, líder de los Pixies: “Nunca copié a Ray Davies o a los Kinks, pero cada vez que escucho una de mis canciones digo: ‘carajo, ahí está otra vez, el inconfundible sello de los Kinks’. Es el resultado de haberlos escuchado todos los días entre los 14 y los 18. Nunca se van a ir de mí. Soy un orgulloso servidor suyo”.
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