Raúl Lavié, "el descubridor" de Abel Pintos y su primer fan
Raúl Lavié recuerda a ese joven de 14 años que le entregó sus canciones y que, dos décadas después, le agradeció en un teatro colmado
A Abel, hijo del dios Zeus, se lo conoció en la mitología romana como "El hijo del sol". Pasó mucho tiempo de esto, tanto que entonces no existían los mortales. Quizás muchos de ellos tampoco sepan hoy quién era, pero tal vez aquel Abel que conocí en Ingeniero White sea el mitológico personaje que, debido al capricho de los dioses, volvió a la tierra y ahora brilla en otra constelación: la de la música.
Pero la virtud de este mortal Abel es que no se cree "El hijo del sol" y sigue manteniendo esa humildad de chico bueno que yo le conocí cuando tenía 14 años. Lo recuerdo muy delgado, con dos pocitos en las mejillas que enmarcaban una sonrisa fresca. Traía en su mano el arma que iba a cambiar su destino, un "demo" con sus canciones. Y me lo entregó como se entregan los sueños, con esperanza. Estábamos en el teatro de White y aprovechando esto le pedí al técnico de sonido que me lo hiciera escuchar. Con las primeras frases de la canción sentí que estaba en presencia de alguien que tenía destino de grandeza. Le dije: "Voy a ver qué puedo hacer". Tal vez fue muy poco para él, tal vez esperaba un poco más de mí, pero tampoco quería ilusionarlo demasiado.
En el regreso a Buenos Aires, sentado en el asiento del avión, pensaba cómo hacer y a quién ver para ayudarlo, cuando otra vez aparecieron los dioses celestiales en la persona de un gran productor, Pity Iñurrigarro, quien justamente estaba en Aeroparque esperando a alguien que llegaba en un vuelo. Nos saludamos y le comenté: "Quiero que escuches a un pibe que canta como los ángeles". "Dejámelo", me contestó, a lo que le respondí que no, que me diera una cita para escuchar ese demo juntos. En mi ansiedad ya se lo había prometido a otro productor y no quería llevárselo antes de que lo escuchara Pity. Por suerte acordamos reunirnos al día siguiente.
En el viaje a la oficina de Pity me carcomían la impaciencia y los nervios, como si el de la prueba fuese yo. Por suerte me hizo entrar inmediatamente, tal vez para desembarazarse rápido del compromiso en que lo había puesto. Cuando la voz de Abel surgió del parlante del equipo de sonido, hubo un silencio de siglos y comenzaron a acercarse los empleados de la oficina, gratamente asombrados por lo que estaban escuchando. Me preguntaron quién era y les dije que por el momento era sólo un chico que amaba la música. "Ahora depende de ustedes para que sea algo más." Y vaya si lo fue. Hace unos días fui invitado a cantar con él en el Opera. Me sentí como Zeus, presenciando en la penumbra del escenario la llegada del hijo del sol. Cuando Abel salió al escenario, el teatro se iluminó con su voz. Y me dije: "Tarea cumplida".
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Raúl Lavié
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