En un show maratónico en el Luna Park, la banda de Walter Giardino celebró sus treinta años de carrera acompañada por una orquesta de cuerdas.
Dos horas y veinte minutos es una duración más que respetable para un show de rock. Sin embargo, cuando ayer a la noche en el Luna Park había pasado ese tiempo, Rata Blanca recién estaba alcanzando la cumbre de su show: después de interpretar veinte canciones, subió a escena la orquesta prometida para celebrar sus treinta años de carrera. Faltaban otros diez temas, la pata más power metal del concierto, la que incluye castillos y dragones y -ya de arranque- “La llave de la puerta secreta”. En este set sinfónico, también hubo baladas (“Noche sin sueños”, que sirvió para repasar viejas fotos y recordar a Guillermo Sánchez, el “Negro”, bajista fallecido en mayo del año pasado), hits (“La leyenda del hada y el mago”, infaltable), carreras de 100 metros llanos entre los dedos de Walter Giardino y los violines (“Preludio obsesivo”) y un salto abrupto de tres décadas al pasado en el cierre con “El último ataque” de aquel primer disco homónimo del 88. Todo esto, mientras la popular del Luna pedía con fervor que “suban la orquesta”, que languidecía bajo el volumen insalubre de la banda y -más que nada- de la guitarra. Así, el reloj marcó tres horas y cuarto, una extensión que los fanáticos más leales festejaron como si fuera la Navidad metalera.
Hubo una muestra gratis de la veta sinfónica en la primera mitad del concierto: la versión acústica de “Mujer amante”, con aires flamencos y el apoyo de un violín y un chelo. Pero más que nada lo que se vio en esta instancia inicial fue el otro costado de Rata Blanca, el del hard rock clásico y la New Wave of British Heavy Metal. “Los chicos quieren rock” abrió el show en plan setentoso, a puro riff, y “Volviendo a casa” sumó al combo un estribillo melódico y entrador. “Sólo para amarte” mostró la influencia de Judas Priest, presente en el machaque de Giardino pero principalmente en el registro operático de Adrián Barilari, cuya garganta no parece sentir el paso del tiempo. “El círculo de fuego” trajo el primero de muchos solos de guitarra, un display de destreza del que Walter no se privó ni en baladas pastorales como “Ella”, en la que aprovechó para sacar a relucir el doble diapasón que popularizó Jimmy Page. En “El camino del sol” se pusieron esotéricos y mediorientales, apoyados en una puesta en escena digna de una banda internacional, pero primero le hicieron un guiño a la vieja guardia con “Chico callejero”. Ruta y nenas con “71-06 (Endorfina)”, metal clásico en “Agord la bruja” y una hora más con orquesta para una banda que no tiene ningún interés (ni ningún incentivo) para salir de la ortodoxia; detenidos en el tiempo, aferrados al imaginario quintaescencial del rocanrol “peligroso”, Rata Blanca sigue haciendo eso para lo que, según su líder Walter Giardino, nació: llenar estadios.
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