Raly Barrionuevo reconstruye su historia con un excelente disco de folklore
Otro disco de versiones con el que el músico hace relucir de manera magistral un repertorio de obras del cancionero telúrico
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Artista: Raly Barrionuevo. Álbum: 1972. Temas: “Amémonos”, “Zamba de la añoranza”, “La Ene Ene”, “A unos ojos”, “Si yo fuera río”, “Calle angosta” , “La de los angelitos”, “Vallecito”, “Al jardín de mi madre”, “Febrero en San Luis”, “Achalay mi mama”, “Y dicen que no te quiero”, “Patio de la casa vieja”, “Alfonsina y el mar”. Edición: Disco Trashumante. Nuestra opinión: excelente.
Las historias íntimas a veces tienen más interés en las audiencias que aquellas públicas que son capaces de cambiar la historia de un pueblo. Con eso también se puede decir que la historia de un álbum puede parecer tanto o más importante (podrá tener más likes) que el disco en sí (aunque no tenga la pretensión de cambiar el curso de la humanidad). El álbum 1972 de Raly Barrionuevo lleva consigo una historia, que es la del propio artista, en relación con sus padres (especialmente con un padre ausente) y con la música de su infancia. Pero, ojo, también (o, sobre todo) es un gran álbum.
Para aquellos que se quedan con las historias digamos que 1972 es el año en que Raly nació. Raúl Barrionuevo, criado en la localidad de Frías, en el Oeste de Santiago del Estero que linda con Catamarca. Hijo de Olga del Carmen Toledo y Segundo Rosario Barrionuevo. Ellos son el retrato de una madre valiente y un padre “abandonador” que Raly unió con cinta scotch, en una vieja foto rota, justamente, para reconstruir la historia y desarrollar el relato. Con las 15 canciones de este álbum el cantor volvió a ese Santiago del Estero de los bordes fronterizos, a buscar su infancia con la banda de sonido de esos días de principios y de finales de la década del setenta, y a abrazar a su madre, que no está desde 2013, y a su padre, con quien se conectó (porque lo fue a buscar) después de varias décadas. Y lo encontró en la música más que en la palabra. Hasta aquí la historia, una a la que la audiencia le podrá poner todos los adjetivos que quiera (y los likes). De hecho, Barrionuevo no reniega de eso; todo lo contrario, se valió de esa historia para armar el cancionero de 1972 y darle ese justo contexto, casi como una carta de presentación del álbum.
Claro que el valor artístico del disco no es ese. Volvamos otra vez sobre el asunto. La historia es su contexto. Las canciones (muchas muy tradicionales y conocidas) tienen peso propio en las versiones de Raly. Entendido así, como repertorio dentro de un catálogo discográfico que tiene cerca de una decena de producciones de estudio, se pude descontextualizar y recontextualizar en el oído de cada uno.
1972 tiene un link con Radio AM, álbum que Barrionuevo editó en 2009 y en el que versionó clásicos del folklore argentino. Este va en esa senda, con parte de aquel plantel de músicos (Elvira Cevallos al piano, Daniel Barrionuevo en bombo y Luis Chazarreta y Carlos García en guitarras y guitarrón) más algunos invitados especiales (Ramón Navarro, Daniel Altamirano y Néstor Basurto). ¿Podría sonar como un segundo volumen de aquél? En parte sí, pero si solo se circunscribiera a ese fin antológico carecería de novedad. Y lo central de este disco es que la novedad es el modo como Raly interpreta cada pieza. Es absolutamente tradicional y en parte canónico, pero al mismo tiempo actual. Barrionuevo además de ser un gran compositor de la música popular de raíz folklórica, desde mediados de la década del noventa es un gran intérprete de este tiempo. Por eso 1972 es un disco absolutamente clásico, que pudo haber sido grabado (por repertorio y arreglos) hace treinta años, pero la voz de Raly lo pone de manera unívoca en este siglo. Clara, expresiva y sin los engolamientos, los fiatos exagerados y los floreos histriónicos de muchos otros cantores, la garganta de Raly es contundente.
“Cantar estas canciones es regresar a la niñez tan descalzo como entonces”, escribía para el disco Radio AM; del mismo modo, 1972 es un viaje para cerrar una historia personal de infancia, pero quien sólo hurga en el sonido y en la palabra de lo que suena en los parlantes. Es un disco exquisito con distintas paletas sonoras. La de las chacareras y gatos (”De los Angelitos”, “De mis pagos”, “Si yo fuera río”), la de las zambas (”Alfonsina y el mar”, “Patio de la casa vieja”), la de la estética sonora de la región cuyana que está magníficamente representada en temas como el clásico “Calle angosta”, “Vallecito” y “Febrero en San Luis”, o en lo que se conoció como ese canto criollo que se hermanó con el tango, con gemas como “Y dicen que no te quiero” y el vals “A unos ojos”.
Si Raly consigue tan buenas versiones se debe, en parte, a que hay alguien que lo potencia: Luis Chazarreta. Convertido por talento y larga experiencia en uno de los grandes guitarristas del folklore argentino, Luis tiene, por momentos, con su guitarra y su guitarrón, el mismo lucimiento que la voz de Raly. Juntos representan una sociedad virtuosa, que se convierte, con esa materia prima que son las canciones, en los pilares de este álbum.
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Duro golpe para los amantes del dark: el bajista anunció en sus redes que deja la banda que integraba desde 1979 (con un breve impasse entre el 82 y el 85). “Con el corazón un poco apesadumbrado, ya no soy miembro de The Cure. Buena suerte a todos ellos”, reza el escueto anuncio que subió a sus redes. Consultado por un seguidor sobre los motivos de su partida, respondió: “Estoy bien... simplemente me cansé de la traición”.
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