Rafa Arcaute, el productor musical del momento: "Spinetta me firmó un cheque en blanco"
Echar un vistazo a las listas de nominados a los premios Grammy y Latin Grammy es un ejercicio anual del periodismo dedicado a la cobertura de la escena musical. Allí hay nombres que se repiten, casi año tras año, y que son desconocidos para el público que se limita a consumir canciones, discos y videos. Rafael Arcaute es un artista poco conocido por el gran público pero bien reconocido dentro de la industria de la música. Por su trabajo con Luis Alberto Spinetta (quien hace dos décadas vislumbró en Rafa un gran talento como productor), con Illya Kuryaki & The Valderramas, Calle 13, Aterciopelados, Diego Torres, Babasónicos y Andrés Calamaro, entre muchos otros. Incluso por trabajos más recientes, como los de Lali o Nathy Peluso. Por la producción del disco Calambre, que acaba de publicar la ascendente porteña radicada en España tiene, otra vez, un lugar privilegiado en la terna de Productor del año, pero también por su trabajo con Manuel Medrano, Lali, Dani Martin con Sabina y con Juanes, Draco Rosa, y el remix que hicieron de "Tutu" Camili, Shakira y Pedro Capó. Pero ojo, lo suyo no son solo nominaciones, Arcaute tiene ya 2 Grammy y 11 Latin Grammy en su casa.
Disciplina y gran proyección podrían ser dos palabras que resumen el derrotero de este productor que capitalizó una formación académica (ingeniería electrónica y composición contemporánea) que está relacionada al arte y la música pero que no es la más habitual para el mainstream de esta industria. Cuando era un veinteañero, Arcaute salió de gira con una banda. Spinetta, como el mismo Rafa asegura, le "firmó un cheque en blanco" para trabajar con él durante casi una década. Se estableció como productor y compositor, comenzó a cosechar premios y desde hace dos años está instalado en Miami desde donde trabaja con un equipo de la oficina regional de Sony Music. Y por estos días, seguramente, estará a la espera de los resultados de los próximos Latin Grammy, que se entregarán este jueves 19.
-¿El volumen de los premios significa algo en particular?
-Obviamente que más que hacer el conteo, representan momentos vividos que remiten a otros momentos. Sobre todo porque la Academia tiene una manera muy linda de reconocer a los que participan en la industria, en muchos casos sin saber quiénes son. La primera vez que gané un Grammy, que fue trabajando con Calle 13, no tenía idea de lo que significaba en términos de repercusión ni cómo funcionaba. Yo no me postulé. Tenés que subir a recibir el premio y hablar. Y al bajar, no sabía que había tanta gente que sabía de mi. Fue una especie de bienvenida a la industria. Por eso representa tanto un Grammy. Sé de la ilusión y el potencial que genera en artistas nuevos. A su vez, en los niños que empiezan a hacer música, está la cuestión aspiracional de un premio.
-¿Con qué te encontraste después, siendo una persona de bajo perfil?
-La exposición es un trabajo también. Nunca fui fan de eso. Porque nunca tuve aspiraciones de frontman. La primera vez que gané un Grammy me llegaban notificaciones de todos lados menos de Argentina. Si vos contratás un relacionista público el tipo se ocupa que eso llegue a todos lados durante el evento de los Grammy. No sabía que funcionaba así. Mi perfil es natural a mi y al lugar que quiero ocupar. Me gusta estar de este lado de la industria.
-¿Tocás música?
-Sí. Y trato de darle cada vez más lugar, pero no pensando en un disco mío. Toco cuando hago discos. También tuve una etapa en vivo, entre Spinetta e Ilya Kuryaki.
-¿Por qué te llaman para producir temas o discos?
-Creo que a estas alturas de mi carrera tiene que ver con lo que ya hice. Mi primer trabajo profesional fue con Spinetta. Y él no tenía referencias de donde yo venía. Tenía 23 años. Compartí una semana en su estudio, porque fui a grabar otra cosa. Me encontré con él cotidianamente y le mostré cosas de mi música. Eso le bastó. Spinetta me firmó un cheque en blanco. Trabajar con él es una garantía para siempre. O, al menos, así lo sentí durante muchos años. Por eso, cuando alguien te busca para trabajar, uno puede llegar con un montón de proyecciones, pero cada proyecto en realidad comienza de cero por las relaciones entre las personas involucradas. Siempre lo tomo como un empezar de cero.
-Parece haber un abismo entre tu formación en música contemporánea, con maestros como Carmelo Saitta y tu trabajo actual.
-Eso tiene más que ver por una cuestión familiar. Mis padres no tenían nada que ver con el mundo de la música pero eran profesionales académicos. La formación era importante, yo salí del Colegio Pellegrini direccionado a una carrera de grado. Hice dos años de ingeniería electrónica, hice un paso por Imagen y Sonido y terminé en la Universidad de Quilmes, en la Licenciatura en Composición Contemporánea, que unía la música y la tecnología. Carmelo fue uno de mis grandes maestros, un percusionista y compositor muy reconocido de la música contemporánea. Enseñaba composición desde la percusión. Y la percusión es la primera instancia de análisis en la música. Y me fascinaba como explicaba la composición desde esa abstracción. Me ayudó mucho en el futuro a producir. A estructurar, a valorar elementos. Ese fue mi paso por ahí.
-¿Cómo se conecta esa formación académica con la industria de la música?
-En realidad fue un eslabón de formación. También me interioricé con otras cosas de la industria, como el management, por ejemplo y me involucré con los Kuryaki. El aditivo de la estrategia para que lo que se hace en un estudio también tenga su desarrollo y evolución fuera.
Hay gente que le dedica cinco horas diarias a Instagram, hay otra que se las dedica a la música o a la ciencia
-¿Qué tan diferente es la industria de estos años en comparación con la que viviste en tu trabajo con los Kuryaki?
-Es otro mundo, no solamente para la música. Estamos inmersos en una revolución industrial. La música estuvo más habituada a sufrir cambios asociados a los cambios de formato. Vinilo, cassette, CD, música digital. Ahora el cambio no es en un formato en sí sino por lo que pasa dentro de los dispositivos. Por eso la industria es diferente y en nueve meses será otra. Así se mueve hoy el medio. Antes los desarrollos eran más localizados y era más complejo hacer viajar la música. Vamos a los primeros formatos. La primera manera que tuvo la música de viajar fue cuando se comenzó a escribir. Ese fue su primer formato físico. Hoy el formato es de cambio constante. Antes era local. Hoy es globalizado.
-¿Condiciona el trabajo artístico?
-Creo que lo enriquece. Online hay 2.5 millones de artistas en todo el mundo generando música. Y se puede expresar con menos recursos que antes. Con una guitarra se sube una canción a YouTube en cualquier momento. Eso es lo que potencia.
-Es curioso que, por un lado, hay un trabajo publicado con esa sencillez y, por otro, el rol del productor es cada vez más decisivo. En el trap, por ejemplo, es cada vez más evidente. Hay una especie de binomio entre productor e intérprete.
-Cambió el modo de hacer música. Es afín a la tecnología. En otras épocas esos binomios no se daban porque gente como Stevie Wonder o Prince componían y se producían. En algunos casos grababan todos los instrumentos. En la música urbana hoy uno es portavoz y dos o más hacen la música, por lo general, generada en dispositivos electrónicos. Hay cada vez más músicos y productores, porque hay cada vez más gente con visión de hacer música sin ser músicos ejecutantes. Creo que se amplió la creatividad en todo sentido. Ahora estoy fascinado con los instrumentistas sub 18. Hay niños de 9 a 18 que tienen el lenguaje de músicos de 40 años. Es un fenómeno interesante.
-¿Chicos que tocan instrumentos tradicionales?
-Sí, Justin Schultz tiene 13 años y toca el piano y la guitarra. Hace poco le pregunté qué planes tenía. Si estaba grabando, si pensaba sacar un disco. Y me dijo que el año que viene iba a estudiar trompeta, luego trombón y saxo para tener, a los 17, su propia sección de vientos, tocando él solo. Ese era su plan. Me pareció fascinante. Es una generación de formación digital que estudia sola, en su casa. Y la pandemia ratifica esto. Gente estudiando en sus casas. El método lo encuentran a partir de lo que buscan en la Internet, en contraposición a todas las teorías y denuncias que hay por la manipulación de gente desde Internet. Pero es la generación o los individuos que escapan a la manipulación y usan más del 10 por ciento del cerebro, que es lo que se dice que usamos.
-El caso de Justin parece la otra cara de aquellos a los que solo les importa triunfar con el tema que suben a YouTube.
-Hay gente que le dedica cinco horas diarias a Instagram, hay otra que se las dedica a la música o a la ciencia. Hay una esperanza potente de un mundo que viene. Cuando yo tenía 5, mi abuela tenía un piano. Un día me dijo: "llevate el piano a tu casa". Mi contacto con la música era ese. Escuchaba las canciones en un grabador y trataba de sacarlas. Rebobinaba los cassettes con una lapicera para no gastar tanto las pilas. Es el proceso de las 10 mil horas para hacerse experto en algo. Hoy un chico como Justin entra a YouTube y ahí le explican cómo poner los dedos sobre el piano y cómo tocar una canción. Lo que me costaba un mes, hoy un chico lo resuelve en un par de horas y luego le quedan cinco horas para aprender mucho más. Por eso no es ilógico que a los 13 años tenga, en el piano, el lenguaje de un tipo de 40. No sé si es un superdotado. Le dedica el tiempo y, obviamente, tiene el talento.
-¿Dónde es hoy tu lugar?
-En los últimos veinte años viajé sin parar. Hace dos años estoy haciendo base en Miami. Es un punto clave para estar conectado con América Latina, con el resto de Estados Unidos y con Europa también. Para mí no es ajeno hacer música a la distancia. En ese sentido la música está adelantada. Realmente funciona.
-¿Hay cierta nostalgia de producir más discos completos, en estos tiempos donde mandan las canciones?
-La respuesta corta es sí. Pero la completa es: en los últimos cinco años la industria sufrió una gran transformación de formato. Hoy el lanzamiento de una canción tiene la misma relevancia que el lanzamiento de un álbum. Pero también hay una realidad que si un artista como Bad Bunny saca un álbum el nivel de engagement que tiene genera un efecto multiplicador. Creo que el álbum vuelve a tomar su valor. Me encantan los álbumes, vengo de esa generación. Cuando descubría a un artista era por un álbum y enseguida me quería comprar todos sus discos. Me gusta ese tipo de artistas, pero disfruto también de los que sacan una canción. Al final se trata de canciones y artistas. Esta industria no se trata de otra cosa. De grandes canciones que duran lo que duran. Y los grandes artistas atraviesan muchas décadas y van mostrándonos su percepción de esos cambios.
-Es tan particular este momento que lo que más llega de la industria son las colaboraciones entre músicos y, por otro, las cifras: cuántos millones de views o reproducciones se generaron.
-Las colaboraciones que me gustan son las que están respaldadas en un sentido artístico y siempre existieron. Y ahora hay más artistas y aperturas para colaborar. Ahí está el juego de compartir audiencias. Pero por lo general, las más interesantes son las orgánicas. Respecto de la durabilidad, estará relacionado a la capacidad del artista de contar su percepción de las cosas y de dar con ese sentido de sensibilidad común de la gente. Eso no cambia. Sí hay más artistas y oportunidades. Vivimos en una era mensurada. Cuántos infectados y cuántas muertes hay en el mundo, por día, por semana, por ciudad. Y la música está adelantada porque ese sistema es anterior a la pandemia. Hoy le tocó a la medicina. Creo que vamos a estar cada vez más habituados a entender el mundo desde ese análisis y desde ese nivel de precisión. Estamos en un mundo más mensurado y todo parece ser susceptible de ser contado.
-En un modo pragmático es entendible, pero desde una mirada más romántica de la producción artística quizá no tanto.
-Desde luego. Pero siento que cuando hay un artista y gente escuchando, hay algo que pasa o no pasa. Eso es inalterable. Pueden haber números y juegos de percepción pero al final el que solito se para sobre el escenario y la gente canta sus canciones de principio a fin, tiene más posibilidades de perdurar en el tiempo. Esos artistas van a existir siempre.
-¿Hay muchas cosas pendientes a los 43?
-Pendiente es seguir haciendo música. Siempre me gusta estar en posiciones de aprendizaje. Y entender el momento en que uno se encuentra, de donde viene y las posibilidades a futuro. Puntualmente estoy en Estados Unidos porque comencé un proyecto con la oficina regional de Sony junto a Afo Verde. Me convocó para sumarme a su equipo y trabajar en la artística de toda la región. Me tiene muy motivado. Es una súper oportunidad. Es un camino totalmente nuevo. Esta industria es apasionante. Reconozco tres eslabones en mi vida, con agradecimiento absoluto: Spinetta me enseñó a vivir de, para y por la música. Más adelante, conocí a Calle 13, que me ayudó a entender Latinoamérica. Y ahora la convocatoria de Afo para este proyecto, que me vuelve a poner en cero para aprender.
Otras noticias de Latin Grammy
- 1
Claudia Villafañe: su mejor rol, por qué no volvería a participar de un reality y el llamado que le hizo Diego Maradona horas antes de morir
- 2
El mal momento que lo tocó vivir a China Suárez a pocos días de Navidad
- 3
Con qué figura de la selección argentina habría tenido un romance secreto Emilia Attias
- 4
John Goodman, el actor de Los Picapiedra, luce irreconocible tras su gran cambio físico