Quincy: el retrato definitivo de una leyenda viva de la música norteamericana
Quincy (EE. UU./2018). Guión y dirección: Alan Hicks y Rashida Jones. Fotografía: Rory Marx Anderson. Edición: Andrew McAllister y Will Znidaric. Música: Quincy Jones. Duración: 124 minutos. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
Rashida Jones tenía 13 años en 1989, cuando su padre, Quincy Jones , produjo y editó uno de los álbumes más decisivos y esenciales de su extraordinaria carrera, Back on the Block. Ese lanzamiento coincidió en el tiempo con Listen Up, The Times of Quincy Jones, el primero de los dos grandes documentales consagrados a esta figura clave de la música popular estadounidense del siglo XX, todavía influyente a sus 85 años. Tanto, que Rashida y el documentalista australiano Alan Hicks decidieron hacer un nuevo documental para Netflix que seguramente quedará como el retrato humano y artístico definitivo de la única figura en la que confluyen y se expresan de manera virtuosa todas las manifestaciones de la música negra a lo largo de la historia: jazz, soul, gospel, funk, pop, rap, hip hop.
Nadie hizo más que Quincy Jones para que todas estas expresiones se encontraran y experimentaran de manera recurrente algún tipo de encuentro, síntesis o fusión. De hecho, Back on the Block es el resultado de un acercamiento inédito que va del be bop al hip hop. Lo dice expresamente la letra de la canción que le da título al álbum, cantada por un seleccionado de virtuosos raperos de aquél momento. Lo que nos dice esa grabación, de la que participaron músicos inmensos de tres generaciones, es que hay un continuo, una línea estilística de la música negra que adquiere distintas manifestaciones según la época, más allá de las innovaciones rítmicas o tímbricas. Los últimos experimentos de Miles Davis siguieron esa línea. También el extraordinario Q’s Jook Joint, el magnífico álbum de 1995 que continúa el recorrido abierto por Back on the Block y lo fortalece todavía más en esa confluencia.
Davis y varias de las grandes figuras que se sumaron a Jones en Back on the Block aparecen en Listen Up, cuya versión original puede verse completa en YouTube. Muchos de ellos son nombres gigantescos de la historia del jazz que ya no están entre nosotros: Ella Fitzgerald, Dizzy Gillespie, Clark Terry (cuya vida se narra en otro documental dirigido por Hicks, Keep on Keepin’ On), Lionel Hampton. También brinda allí su testimonio Frank Sinatra, a quien Quincy Jones le debe uno de los grandes giros de su carrera, al sumarse como arreglador y director musical en una de las grandes etapas de La Voz, aquélla de las grabaciones junto a la orquesta de Count Basie. "Frank tenía mi estilo", confesará Jones en el nuevo documental.
Como se ve, Quincy funciona a la vez como reverso y continuación de Listen Up. Lo complementa. El título completo de Listen Up es "The Lives of Quincy Jones". Ese plural tiene connotaciones musicales. Es una suerte de manifiesto polifónico sobre los múltiples viajes de Jones al mundo de la música negra, a su historia y a su futuro. Quincy, en cambio, es un nombre propio. Cuenta una sola vida y todo lo que su protagonista hizo con ella.
Listen Up empieza en el momento en que Quincy Jones, a fines de los años 80, regresa ya famoso por primera vez al barrio y a la casa que lo vieron nacer en un suburbio mísero de Chicago en 1933. Un lugar en el que comía ratas y que tenía un destino marcado para él: inevitablemente iba a convertirse si se quedaba allí en ladrón o pandillero. Lo salvaron la constancia de su padre y el piano, punto de partida de una formación musical integral (instrumentista múltiple, compositor, arreglador, director orquestal, productor).
Quincy parte de Listen Up. Retoma y reconfigura ese camino abierto, hasta darle un virtual cierre. Aquéllos primeros acercamientos al mundo del rap y del hip hop de 1989 se prolongan en 2018 cuando vemos a Kendrick Lamar y Dr. Dre expresándole a Jones su admiración y el reconocimiento de su gran influencia. Esa línea de tiempo también se expresa en la tristeza de Jones al recordar tantos compañeros de ruta desaparecidos, varios de los cuales (recordemos) aparecían con sus testimonios en Listen Up. El momento más conmovedor de Quincy es el rescate de las imágenes de archivo de la ceremonia de 2001 en la que Jones recibe el premio Kennedy y Ray Charles le dedica al piano una versión conmovedora de "My Buddy". Es imposible no emocionarse a la par del destinatario del maravilloso homenaje.
Hay mucha más emotividad. A la hora y media de su metraje, Quincy recupera aquéllas imágenes del regreso al primer hogar que mostraba el comienzo de Listen Up. En verdad, este documental de 2018 retoma y reconfigura el camino abierto por su par de 1989 y lo enriquece con el acercamiento humano y personal a su figura central, mirada desde los conmovidos y admirados ojos de una de sus hijas. De toda la prole de Jones (cinco mujeres y un solo varón), Rashida es la que supo desarrollar la carrera más visible y destacada en Hollywood como actriz, directora, cantante y escritora. Rashida es ante todo una gran comediante, y esa perspectiva resulta indispensable para entender algunas de sus arriesgadas decisiones, que en otras manos hubiesen sido vistas como golpes bajos difíciles de explicar.
En más de una ocasión vemos a Quincy en una cama de hospital, lleno de tubos y en medio de cuidados intensivos. El documental refleja sin vueltas los dos serios episodios de salud (un coma diabético y un coágulo) que atravesó Jones en los últimos años como resultado de su incansable vida de viajes, proyectos y actividades musicales o filantrópicas y que lo tuvieron (según confesiones de sus médicos) al borde de la muerte.
Rashida y Hicks salen de ambos trances con elegancia, delicadeza y más de una broma (como cuando un médico le pregunta a Jones quién es el presidente de Estados Unidos y él contesta "Sarah Palin"). Detrás de cada infortunio siempre aparece un testimonio de resiliencia. Está claro que los responsables de este documental quisieron no esconder esas delicadas y personales experiencias para dejar constancia sin necesidad de subrayados la fuerza de voluntad de su protagonista excluyente para sobrevivir a toda clase de adversidades. En las dos horas de Quincy varias de ellas quedan a la vista. El distanciamiento de su madre, afectada por problemas mentales, cuando tenía 7 años; las dos operaciones cerebrales a las que debió someterse en los años 70 por sendos aneurismas; sus relaciones conflictivas con la mayoría de sus mujeres y madres de su prolífica descendencia.
Hay, pues, un acercamiento amoroso que jamás se disimula y que se enriquece todavía más gracias al acceso privilegiado al archivo personal de Jones, sobre todo a bellas fotografías y filmaciones caseras registradas durante el tiempo en que los hijos llegaban y todo era felicidad. Lo único que piadosamente Rashida parece reprocharle a su padre es la entrega casi enfermiza al trabajo, que lo llevó más de una vez al colapso físico y mental.
Un productor es ante todo un gran organizador. Y Q. es un organizador extraordinario""
Quincy jamás se pierde en las tres líneas paralelas que conforman su narración. Primero, un recorrido bastante ordenado por la trayectoria del artista, narrado desde su propia voz en off, desde sus comienzos como trompetista en la orquesta de Hampton hasta los triunfos colosales junto a Michael Jackson. Segundo, las imágenes caseras de la actualidad, mostrando a Q. en la intimidad de su hogar, sus viajes, sus achaques, su palabra ante cada homenaje o tributo. Y tercero, el camino que lo lleva al objetivo de sus desvelos más recientes: la producción musical del acto de inauguración del museo afroamericano que forma parte del complejo Smithsonian, en Washington, última muestra de una larga y perseverante acción contra las discriminaciones raciales en el mundo musical estadounidense.
"Un productor es ante todo un gran organizador. Y Q. es un organizador extraordinario", señalaba en Listen Up Steven Spielberg, que trabajó codo a codo con Jones en El color púrpura. Casi tres décadas después, Quincy llega para corroborar en plenitud esa afirmación. Quizás la falta de distanciamiento y la piedad de la mirada de su hija Rashida le hayan quitado algo de objetividad, sobre todo en la observación minuciosa de su carrera musical, con decisiones y giros dignos de un análisis más preciso. Pero el retrato humano es contundente, profundo y digno de una figura de ribetes únicos. Quienes tuvimos la suerte de verlo aparecer en persona el 9 de septiembre pasado en el Festival de Toronto, tras el estreno mundial de Quincy, pudimos comprobarlo. Ese hombre que recorre sonriente el escenario y saluda con voz poderosa y vital, disimulando cierta fragilidad que emana de su pose encorvada, es sin exageraciones una leyenda viva.
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