"¿Quién se ha tomado todo el vino?": el blues que La Mona transformó en hit y la pregunta que no tiene respuesta
En el año 1988, Juan Carlos Jiménez Rufino hizo su debut cinematográfico en una comedia producida por Argentina Sono Films. Su nombre tenía perfume actoral, pero todos los conocían por su apelativo: La Mona Jiménez. En un tramo de la película, poco antes de brindar una pista clave para la resolución del enigma, se presenta ante una multitud en el Club Atenas de Córdoba. Entre ese público, mezclado con Emilio Disi, Javier Portales y tres mafiosos de poca monta, una criatura se sacude al ritmo arquetípico del cuarteto. Nadie sabe cómo se formula la pregunta en lengua alienígena, pero su gesto no admite ninguna duda: "¿Quién se ha tomado todo el vino?". Parece que el verdadero crossover no solo trasciende estilos: trasciende planetas.
Como una sonda, la canción venía de recorrer un largo y sinuoso camino. Comenzó en diciembre de 1975, cuando Jorge "Fat" Cueto presentó la primera formación de Año Luz: un cuarteto de rock progresivo que se fogueó en el circuito cordobés. Atravesó los años de la dictadura ganando y perdiendo integrantes hasta que, en la puerta de los ochenta, se estabilizó como un trío de hard-blues con Mario Ledesma en batería, Mario "Tribilín" Altamirano en guitarra y el propio Cueto en bajo. Almendra ya había coronado su regreso en el Chateau Carreras y, en el aire de La Docta, se adivinaba un futuro para el rock & roll. Atentos a esa sintonía, Cueto y Altamirano decidieron establecer una rutina compositiva para los sábados. A partir de las diez de la mañana se reunían en la sala de ensayo con los instrumentos, lápiz y papel, una damajuana y algún corte de carne vacuna para la parrilla anhelante. Eso se llama trabajo.
"Un día empezamos a armar temas y a la una del mediodía quisimos tomar un vino pero no había más nada en la damajuana –recordó Cueto, entrevistado por el periodista Diego Tabachnik-. ¡Y éramos dos nomás! Supuestamente no estábamos borrachos… me imagino el pedalín que debemos haber tenido. Y ahí surgió, cuando nos empezamos a preguntar quién se había tomado el vino si estábamos sólo nosotros". Montado sobre un blues en RE menor, Cueto escribió la primera versión urgido por –como diría Luis Alberto Spinetta- la sed verdadera. Una estrofa de preguntas y respuestas en la tradición arquetípica de la música afronorteamericana, pero pasado por el filtro porteño de Manal: "No sé qué pasa en esta ciudad / No sé qué pasa, no puedo entender / Estoy a punto de morir de sed / Por qué no encuentro algo para tomar".
En pleno destape democrático, "¿Quién se tomó todo el vino?" ganó posiciones en el repertorio de Año Luz. En el festival de La Falda, en Córdoba Rock o en sus propios conciertos, la canción se transformó en esa clase de hits de transmisión oral que permanecen fatalmente inéditos. La paradoja bailaba en una pata. Si para las bandas de rock cordobesas grabar era prácticamente una utopía, para los artistas del cuarteto era prácticamente una rutina. Para entonces, por ejemplo, La Mona ya tenía registrados unos treinta discos. A todos los efectos era casi un veterano, pero en 1984 también se sentía como un debutante. Después de haber sentado las bases del género con el Cuarteto Berna y el Cuarteto de Oro, quería lanzarse como solista.
Jiménez grabó las canciones de Para toda América y comenzó a reunir a los nuevos músicos de su banda. Por ahí cayó Altamirano, el guitarrista de Año Luz. Si bien venía a hacer su trabajo como integrante de la nueva visión cuartetera (además del ensamble habitual, La Mona sumó esa guitarra eléctrica y algunos sintes), cada vez que tenía oportunidad se ocupaba de mostrar sus credenciales rockeras. "Ese tema era un blues –recuerda Jiménez, en su biografía-. Tribilín había estado doce años tocándola en los shows del dúo que tenía con el gordo Cueto y de vez en cuando la tocaba en el colectivo, cuando salíamos de gira. Los otros muchachos se embolaban. ‘Che, dejá de cantar esa cagada’, decían. Hasta que en un ensayo le pedí que la tocara. ‘Hay que cambiarles algunas cosas’, le dije".
¿Algunas cosas? El aporte de Jiménez fue decisivo. Además de trasladar la canción al modo binario del cuarteto (el característico tunga-tunga), agregó el leit-motiv de acordeón que abre la plegaria dionisíaca. Para salvar la distancia que dentro del blues suelen cubrir los comentarios de la guitarra, sacó de la galera un recurso vocal y rítmico (ese "oh oh oh" que suena como un cifrado de Código Morse) y lo subrayó con un gesto inmortal: la mano hábil hacia adelante y hacia atrás, de dorso y de revés. La colaboración autoral, por lo demás, fue de hecho. "A los rockeros en los 80 no nos interesaba Sadaic ni registrar temas, queríamos tocar –dice Cueto-. Cuando me entero que La Mona estaba trabajando en el tema, me acerqué a Sadaic y él ya había reservado el título y tenía todos los trámites hechos. Si yo no firmaba, quedaba afuera. Entonces firmé como coautor, junto a Mario Altamirano y Carlos Jiménez".
En el techo de la primavera democrática, La Mona decidió grabar un disco en vivo durante dos noches del otoño de 1986 (9 y 10 de abril, para ser precisos) en el Monumental Sargento Cabral. Incluyó "¿Quién se tomó todo el vino?" (o "¿Quién se ha tomado todo el vino?", esta última registrada como subtítulo en Sadaic) como grand finale y la canción prendió como un reguero de pólvora. En unos meses, Jiménez llevó el cuarteto desde los barrios periféricos de La Docta hacia el resto del país como si fuera un embajador. La primera gran parada fue Cosquín. El miércoles 27 de enero de 1988, el festival cedió ante la evidencia y recibió a La Mona y sus miles de seguidores en la Plaza Próspero Molina. Jiménez solo llegó a completar unas tres canciones y el episodio, con muchísima mala leche, fue titulado por la prensa como "La Noche Negra de Cosquín". A la distancia, sin embargo, el video de la performance se ve como una consagración. Los músicos gozan, el cantante está encendido, pero el nivel de histeria es incontenible.
Resulta increíble que, con semejante currículum y convocatoria, Jiménez no se presentara en Buenos Aires sino hasta ese año. El debut porteño fue en el Microestadio de Atlanta y unos meses después rubricó su desembarco con un concierto en el Luna Park. El aluvión era oportuno. La hiperinflación, los alzamientos militares, la muerte de Alberto Olmedo. Frente a la metrópolis dark y expresionista de "En la ciudad de la furia", las lentejuelas de Jiménez eran una válvula de descompresión. Incluso, con cierta perspectiva, esa alegría descarada adquiría un matiz revulsivo. Casi punkie. No fue casual que fuera bien recibido en Cemento.
La crónica de esas noches es materia de fetichistas y sociólogos. El domingo 18 de junio de 1989, tres micros se estacionaron en la puerta del boliche de Omar Chabán. La comitiva de treinta y cinco personas tomó su lugar y, mientras preparaba su maratón de cuatro horas, recibió su lista de invitados: Fito Páez, Horacio Fontova, Juan Carlos Baglietto, Los Fabulosos Cadillacs... Ataviada como una odalisca, Katja Alemann ofició de maestra de ceremonias y un anónimo rocker de Quilmes se trepó al escenario para manifestar públicamente su devoción. Era el Mono de Kapanga. Promediando el recital, Pipo Cipolatti subió para cantar "¿Quién se tomó todo el vino?". Si bien llevaba una botella de tinto en cada mano, todo el mundo sabía que no era el culpable del atropello. La pregunta, a esa altura metafísica, ya no tenía respuesta.
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