¿Quién escribió el Boléro de Ravel? La historia de la obra más famosa de la música
Una batalla judicial pone en jaque el dominio público de la pieza, establecido en 2016; los herederos de Alexandre Benois reclaman la coautoría de la obra que también consagró a Jorge Donn
Las anécdotas y las desavenencias alrededor de Boléro fueron instantáneas. Por ejemplo, cuando Arturo Toscanini lo dirigió con la Filarmónica de Nueva York, Maurice Ravel se quejó del tempo, que juzgó excesivamente rápido, a lo que el director respondió sin vueltas: "Es la única manera de salvar la obra". Sabemos que Maurice Ravel llegó a odiar su Boléro porque entendía que su éxito opacaría otras de sus piezas. "Van a convertirlo en otro 'Madelon'", le confió a la violinista Hélene Jourdan-Morhange, en alusión a una de las canciones preferidas de los soldados franceses en la Primera Guerra. El malestar es comprensible, pero a la vez injusto. Es cierto que la fama de Boléro fue fulminante ya desde su estreno en forma de ballet por Ida Rubinstein, en París, en noviembre de 1928. Tan cierto como que la pieza está habitada por una originalidad incorruptible. Algo sospechaba Ravel. Una tarde, en el casino de Montecarlo, el director Paul Paray le preguntó si no quería apostar algo. "Escribí Boléro y gané. Me planto", contestó Ravel. No se equivocaba: son acaso los 15 minutos más famosos de la historia de la música, y también los más hipnóticos.
Las idas y venidas de la pieza tomaron días atrás una nueva dirección. Según informó el diario francés Le Figaro, se hizo una presentación ante la Justicia para que Boléro, escrito hace 90 años, vuelva a tributar derechos de autor. Ravel murió en 1937, por lo que al cumplirse 70 años de su muerte toda su obra pasaría al dominio público, de acuerdo con las leyes de derecho de autor europeas. Sin embargo, la legislación francesa exige que las obras publicadas entre el 1º de enero de 1921 y el 31 de diciembre de 1947 esperen ocho años y 120 días extras, de modo que la obra de Ravel entró en dominio público el 1º de mayo de 2016. La presentación judicial, cuya posibilidad ya se sospechaba desde ese 1º de mayo de 2016, corrió por cuenta de los herederos de Alexandre Benois, que reclama la coautoría. Las razones de la batalla judicial son bastante claras: Boléro es la pieza que generaba mayores ingresos a la Société des Auteurs, Compositeurs et Éditeurs de Musique (Sacem) y, según datos que publicó Libération, desde 1960 la música de Ravel rindió entre 400 y 500 millones de euros, de los cuales cerca de 50 millones proceden de Boléro, una de las piezas más queridas del repertorio sinfónico y objeto de usos emblemáticos en el cine: basta pensar en 10, la mujer perfecta, la película de Blake Edwards con Bo Derek, y, sobre todo, en la escena final de Jorge Donn en Los unos y los otros, de Claude Lelouch.
Desde la muerte, en 1960, de Edouard, el hermano de Maurice que fue su primer heredero (y quien convirtió en museo la casa de Montfort-l'Amaury, donde, según demostró el periodista Jon Henley, trabajaba como "conserje" Celeste Albaret, que había sido ama de llaves de Marcel Proust), los derechos de la obra de Ravel entraron en un litigio interminable y casi novelesco. Pero en este caso el asunto es otro, porque la batalla se limita únicamente a Boléro.
Ahora bien, si se aceptara como coautor a Benois, que murió en 1960, los poseedores de sus derechos tendrían por lo menos otros 20 años para su explotación comercial y cada orquesta que toque la pieza deberá volver a pagar. En su momento, la Sacem había negado la coautoría, y todo podría terminar en la Corte Suprema.
¿Quién fue Benois? En el estreno en la Ópera Garnier, la coreografía para Ida Rubinstein perteneció a Bronislava Nijinska y la decoración y puesta en escena, a Benois, justamente. Ravel quedó disconforme. Contó René Chalupt, editor de la correspondencia del músico: "La escenografía representaba una cabaña en el Paralelo: sobre una tarima emplazada en el centro de una enorme habitación, una mujer bailaba mientras en torno a ella una caterva de hombres la observaba inflamada de deseo. Ravel aceptó esta interpretación de Boléro, pero no se ajustaba a su idea original. Para empezar, no concebía la obra entre cuatro paredes, sino en un espacio abierto. Pretendía acentuar el elemento árabe en la repetición de los dos temas. Descubrió luego una analogía entre la alternancia de los dos temas unidos como los eslabones de una cadena, y una cinta de montaje industrial. Para eso, la habitación debía haberse sustituido por la escenografía de una fábrica, de modo que un grupo de obreros y obreras abandonaran sus máquinas y se fundieran en la danza de la multitud". Ya con esta diferencia de opiniones entre compositor y escenógrafo parece difícil defender la posición de los herederos.
La pieza es además un auténtico tour de force, el golpe de genio de un compositor que sabía calcular cada efecto que perseguía. Con sus insistencias y sus repeticiones, Boléro es protominimalista. Es un experimento, en el sentido de un estudio casi de laboratorio: cómo poner a prueba un parámetro, la dinámica. En cierto modo, todo Boléro es un estudio sobre los grados dinámicos y, en ese sentido, debería ser escuchado como la historia de un crescendo, que termina, de la manera más significativa, con el vuelco armónico del final. El Boléro es un acto de ilusionismo maquínico, un artefacto artístico vaciado de aquello que lo constituye: una obra musical sin música. ¿Será por eso mismo que los herederos de Benois insisten en su reclamo? Cuenta otro compositor, Arthur Honegger, que Ravel le confió un día, con estricta seriedad: "Escribí una sola obra maestra, Boléro. Pero desgraciadamente no hay música en ella".
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