Quién es Feli Colina, la salteña que cantaba en el subte y llegó a los míticos estudios Abbey Road
La historia de Feli Colina es de película. Llegó de Salta a Buenos Aires y decidió probar suerte cantando en el subte. Conquistó el corazón de muchos de los que la escucharon y eso generó repercusión en las redes sociales. Y finalmente se ganó la posibilidad de grabar un disco nada menos que en Abbey Road, el estudio que se hizo famoso en todo el mundo gracias a los Beatles, en un concurso televisivo en el que brilló con su talento para la música. El álbum, segundo de su carrera, se llama Feroza y fue producido por Juanchi Baleirón, de Los Pericos. Es un disco heterogéneo y en muchos pasajes visceral, donde esta joven de 26 años exhibe una notable personalidad.
Antes de la llegada de la cuarentena, Feli ya había plantado bandera en el circuito independiente: muchos de los que fueron a ver la presentación del último disco de Francisca y los Exploradores en Niceto quedaron encandilados con su show de apertura, una performance moderada, en términos de despliegue escénico, en comparación con las que suele montar para sus propios conciertos, de impronta claramente teatral. Pronto estrechó vínculos con artistas de su generación que son parte de la nueva escena del pop argentino: Juan Ingaramo, Conociendo Rusia, Usted Señálemelo, Salvapantallas... Y ahora, como todos sus colegas, espera con ganas la reactivación de los eventos en lugares públicos para girar por el país con su flamante repertorio.
Para matizar este paréntesis obligado lanzó un single, "Serenidad", que arranca con una declaración de principios: "Quizás no pueda quedarme callada". Una buena manera de levantar la mano y hacerse visible hasta que las cosas vuelvan a su cauce. "La idea original era hacer ese tour nacional, pero hubo que recalcular. Todo esta pausa me hizo sentir un poco desconectada. Entonces me propuse reconectar y empecé a conceptualizar lo que me pasa para escribir nuevas canciones. Pienso en un futuro disco donde esté muy presente el espíritu de mis ancestras: mi tía, mi madre, mi abuela, mi tatarabuela, mis primas, mis hermanas...", explica.
-¿Cuánto te sirvió la experiencia de tocar en el subte para aplicarla cuando tuviste la oportunidad de grabar profesionalmente en un lugar como Abbey Road?
-Mucho. Feroza es, en buena parte, una consecuencia de esa experiencia. El subte fue como una universidad para mí. Estaba sola con la guitarra en un vagón lleno de gente, y yo mido 1,65 y peso 50 kilos... Hay que sacar una fuerza muy especial de adentro para aumentar el peso de tu presencia, para llamar la atención, para hacerte gigante, digamos. El disco tiene momentos muy íntimos, muy chiquititos y otros súper grandilocuentes que forjé ahí en público, rodeada de gente que estaba viajando a su casa o al trabajo.
-Es una situación rara porque mucha gente quizás no la tiene prevista. ¿Tuviste algún problema con pasajeros?
-Al contrario, la verdad es que me pasaron cosas muy lindas. Yo tocaba canciones de amigos o algunas más viejas que escuchaba mi papá en casa. Y hubo gente que se emocionó porque un tema le trajo un recuerdo, o niños que me observaban súper atentos. Incluso logré muchas veces capturar la atención de alguien que en principio no parecía muy predispuesto a escuchar. Yo creo que la falta de predisposición para escuchar un artista callejero está relacionada con el apuro por hacer lo próximo en esta lógica medio alocada en la que vivimos. Porque el subte nunca es un lugar de tranquilidad, eso lo saben todos los que viajan. Los músicos del subte le dan presencia, importancia a ese momento en el que ofrecen su arte. Si vos tenés vergüenza o tratás de ser invisible es peor, porque en el subte todos somos un poco invisibles, cada uno está en la suya. La única forma de llamar la atención es tener el coraje de exponerte al cien por ciento.
-¿Ahí está el origen de la teatralidad de tus presentaciones en vivo?
-Claro, algo de eso quedó en mí. Cada canción tocada en un vagón del subte es una oportunidad de captar nuevas miradas, así que eso me sirvió mucho como entrenamiento. En todos los shows, incluso cuando soy corista -con Gonzalo Aloras, por ejemplo-, me expongo al máximo para atraer la mirada del otro. Es un buen recurso.
-Siempre es difícil definir el estilo de un músico, pero intentémoslo igual: ¿qué dirías del tuyo?
-Feroza es un disco heterogéneo porque yo soy parte de una generación heterogénea. Yo diría que la mixtura es mi identidad. El disco está lleno de matices y momentos diferentes. Las especias que se usaron para hacerlo son mías, claro. Son condimentos que tengo dentro mío. A mí me gustan Oktubre, de Los Redondos y La hija de la lágrima, de Charly García, pero también amo a Chavela Vargas, Chabuca Granda y Lola Flores.
-¿Y que relación tenés con la gran tradición del rock argentino? Es música que escuchaste o escuchás?
-Me parece que la inmensa mayoría de la gente de mi generación que hace música acá escuchó a Charly, Cerati, Spinetta y Fito. Somos los herederos de ellos, de algún modo. Es la música con la que crecieron varias generaciones de argentinos. Tengo muchísima afinidad con la obra de todos esos grandes artistas. No conocí personalmente a ninguno porque me muevo en otro ambiente, pero sus canciones siempre estuvieron presentes en mi vida.
-¿Cómo fueron tus primeros contactos con la música?
-Mi papá y mi tío abuelo cantan y tocan la guitarra muy bien. Siempre hubo un juego con eso en mi casa de Salta. Fue natural la posibilidad de agarrar una guitarra y ponerme a cantar. Cuando tenía 11 años empecé a sacar temas con mi hermano. Y un día les mostramos a mis viejos lo que habíamos hecho y quedaron muy impresionados. Eso me dio mucha seguridad. Yo era una niñita. Tengo también un recuerdo anterior, que tiene mucho que ver con mi personalidad escénica: cuando pasaban Yo soy Betty, la fea en Telefe, el tema de presentación del programa era "Se dice de mí", de Tita Merello. Yo tenía 7, 8 años y me gustaba mucho el juego de memorizar esa letra y hacer una perfo cuando la cantaba. A mi vieja le encantaba eso, me pedía que lo haga para las amigas.
-Años después decidiste mudarte a Buenos Aires. ¿Ya estás completamente adaptada?
Sigo siendo salteñísima (risas). Toda mi familia está ahí. Vivo acá hace seis años, así que estoy en proceso de adaptación todavía. En Salta no hay mucha gente que tenga curiosidad por escuchar cosas nuevas, alternativas. Todos están con el folclore, el jazz más clásico o el rock barrial. En un momento sentí que el piso estaba muy cerca del techo, entonces decidí venirme a Buenos Aires. Dedicarme a la música no era una posibilidad real allá. De hecho, cuando terminé la secundaria empecé a estudiar Derecho porque, aunque en el fondo sabía perfectamente que quería dedicarme a la música, pensaba que nadie se lo iba a tomar en serio. Buenos Aires es una ciudad muy grande. Te cruzás todo el tiempo con distintos tipos de gente, y yo siento que hay un individualismo y una apatía por el otro que me resultan muy extraños. Durante los primeros años que estuve acá sentía que cuando me hablaban me estaban retando (risas). Salta tiene algo de pueblo chico que es bastante dañino, pero la gente suele ser más amable, más empática que en Buenos Aires. Extraño eso, porque acá es como si fueras solo un número. Obviamente que en Salta sufrí como niña y adolescente la represión y el machismo de una provincia que es muy conservadora. Todavía hoy peleo con los fantasmas de una sexualidad muy reprimida. En Salta, a las mujeres se les enseña la pureza y a los hombres todo lo contrario. Aun hoy me acuerdo de algo que me dio mucha bronca: el Flaco Spinetta fue a Salta para presentar su disco Pan, en 2007 y yo, que tenía 13 años, me moría de ganas de verlo. Pero no pude. Y a mi hermano, que tenía 14, lo dejaron ir sin problemas.
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