Cuáles son los títulos imprescindibles, para descubrir el sonido que definió a una década
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Durante los años sesenta, San Francisco se convirtió en el epicentro de una corriente musical que nucleó a su alrededor a una lista considerable de grandes bandas. Decenas de jóvenes nacidos o llegados a esa ciudad se arremolinaban alrededor de distintos clubes, disquerías y salas de ensayo improvisadas para dar origen a canciones que intentaban capturar el espíritu de una época atravesada por una libertad rabiosa. Y el sonido de Frisco pronto fue reconocible mediante grupos que se convirtieron en emblema de ese movimiento. A continuación, una lista de diez títulos esenciales para redescubrir el sonido de una época que tuvo su cumbre en el llamado “Verano del amor”.
Jefferson Airplane: Volunteers (1969)
Alcanza con poner un disco de Jefferson Airplane, para comprender qué fue eso que se denomina el movimiento de San Francisco. De hecho, en buena medida ese fenómeno se gestó a través de este grupo, que impulsó a esa ciudad como un rincón ideal para las bandas ávidas de experimentar nuevas construcciones sonoras. Pero esquivemos el lugar común y en vez de Surrealistic Pillow quizá haya llegado el momento de destacar a Volunteers como su disco emblema. Con un pie casi en los setenta, comprendiendo Vietnam como una tragedia irreversible y con la necesidad de embestir contra la lógica de Washington, Jefferson Airplane propuso letras antibelicistas, de canciones que conservaban esa energía fresca, pero con ideas que destilaban un evidente pesimismo.
“We Can Be Together”, la pieza que abre el disco es un himno feliz que irónicamente nace de una generación desencantada, que intenta volver a ese espíritu de unión que poco tiempo atrás, parecía destinado a cambiar el mundo. Con invitados del calibre de Jerry Garcia, Stephen Stills y David Croby, Volunteers se revela como el trabajo más ambicioso del grupo, y quizá un final simbólico a eso que sucedía en San Francisco y que iba mucho más allá de lo meramente musical. Simetría trágica, Jefferson empezó con esa corriente y, de alguna manera, también la terminó.
Grateful Dead: Anthem of the Sun (1968)
Grateful Dead parece mil bandas en una. De la mano de Jerry Garcia y Bob Weir, este grupo atravesó los sesenta (y las décadas posteriores) demostrando un carácter inquieto, recorriendo géneros y experimentando en cada disco nuevas formas sonoras y musicales. No hay dos trabajos iguales en su carrera y puede que esa explosión inicial de los sesenta haya encontrado al grupo en un momento de creatividad inigualable. Luego de un debut muy auspicioso, en 1967, al año siguiente publican Anthem of the Sun y logran un trabajo que más que un disco es una experiencia sensorial a través de los sonidos, construyendo climas lisérgicos muy a tono con la época. Cinco canciones le alcanzan a esta álbum para demostrar la versatilidad de Garcia y de sus compañeros, comenzando por ese monstruo que evoluciona constantemente llamado “That´s It For The Other One”, de una melodía pegadiza que pronto vira hacia un clima de extraña fascinación, hasta llegar a “Caution (Do Not Stop On Tracks)”, un rock frenético que prueba el virtuosismo de los músicos, y cómo a partir de la improvisación podían dar lo mejor de sí. Sus placas inmediatamente posteriores, especialmente Aoxomoxoa y Workingman´s Dead, confirmarían la inmensa riqueza de la banda.
Big Brother and the Holding Company: Cheap Thrills (1968)
Segundo y ultimo álbum de Janis Joplin junto a la banda que le significó una merecida vidriera, abriéndole las puertas de su etapa solista. Y si bien muchas veces se habla de Cheap Thrills como un trabajo de Joplin, lo cierto es que la Big Brother tenía una identidad muy definida, que iba mucho más allá de los aportes (enormes, desde luego) de la gran cantante. Debido a eso es que este disco se convirtió en un emblema del rock de los sesenta, gracias a esas exploraciones que abrazaron la psicodelia y le permitieron a Joplin exprimir un potencial que parecía no conocer techo. “I Need a Man To Love”, “Turtle Blues”, “Ball and Chain” y especialmente “Piece of My Heart” son piezas que no pierden su fuerza y que se conservan como el lado más furioso de un movimiento que entre tanta suavidad y experimentación necesitaba de cimbronazos mucho más contundentes.
The 13th Floor Elevators: The Psychedelic Sound of the 13th Floor Elevators (1966)
Como es sabido, la psicodelia fue una de las grandes protagonistas de este movimiento. Cualquier expresión artística que coqueteara con esa corriente era recibida con los brazos abiertos, partiendo de los cómics de Robert Crumb o Doctor Strange, películas en la línea de The Trip o Psych Out, hasta llegar obviamente a la música. Y si bien hubo una infinidad de bandas que exploraron todo tipo de sonidos lisérgicos, como The Chocolate Watchband o las agrupaciones británicas The Soft Machine, Nirvana o The Yardbirds, ninguna definió tan bien eso que se denominó psicodelia en la música, como The 13th Floor Elevators. No fue una banda de una discografía muy extensa (apenas tres lanzamientos), pero este debut le permitió consolidarse como una de las propuestas más ricas de la escena. Con mezcla de garage, blues y algo de un rock más áspero, The 13th Floor Elevators logró rápidamente un sonido muy propio, que no resultaba tan deudor de Jefferson Airplane (el faro al que muchos imitaron), pero que podía tomar elementos que fácilmente se identificaban con ese tipo de registro. Y “You´re Gonna Miss Me”, “Don´t Fall Now” o “Kingdom of Heaven” son la prueba más evidente de la pluralidad de este grupo.
Country Joe and the Fish: Electric Music for the Mind and Body (1967)
Otro gran símbolo de la música psicodélica, Country Joe and the Fish fue un proyecto parido en el seno de San Francisco, muy conscientes en su deseo por andar detrás de los pasos de otras bandas contemporáneas que pululaban por el mismo circuito. De ese modo lanzan en 1967 su primer disco, que logra una repercusión inmediata, confirmándolos como una propuesta clave dentro de esa corriente. Country Joe and the Fish presenta en su debut, una serie de canciones muy disímiles, que coinciden en sus tempos reposados y en la búsqueda por entregarle al público un clima de distensión. Cuesta mucho encapsular el sonido de Electric Music for the Mind and Body, y ellos encontraron en esa versatilidad que los caracteriza, un estilo definido. Y este disco es la prueba de un movimiento que se encontraba vivo, que podía oscilar entre ritmos muy distintos, todos aunados bajo la constante necesidad por explorar ese mundo abstracto que era la psicodelia.
The Byrds: Mr. Tambourine Man (1965)
Oriundos de California, pero pronto asociados a San Francisco, The Byrds recorrió a lo largo de una docena de placas distintas aristas de un pop hijo directo del sonido británico, al que procuraron darle una identidad anclada a Estados Unidos. Y nada más parido en esa tierra que Bob Dylan, del que hicieron un pulidísimo cover que dio título a este álbum. Mr. Tambourine Man es un disco medido, en el que el grupo de Roger McGuinn presenta una serie de canciones amables, que le permitieron poner un pie en esa corriente y desde allí dirigirse hacia lugares de mayor experimentación. Muy poco tiempo después, la banda demostraría una perfección musical con álbumes como Fifth Dimension o el enorme Sweetheart of the Rodeo (con Gram Parsons tomando el volante del equipo). Mr. Tambourine Man es un debut brillante, que incluye “You Won´t Have to Cry”, probablemente una de las mejores canciones de la banda y una gran puerta de entrada hacia el universo de The Byrds y del sonido de los sesenta.
The Beau Brummels: Triangle (1967)
Parece increíble pensar que un grupo cuya popularidad los llevó a aparecer en versión animada para un capítulo de Los Picapiedras, hoy es muy poco recordado. Pero en los sesenta, estos jóvenes de San Francisco fueron una verdadera sensación y su camino no fue muy distinto al de muchas bandas de la época. The Beau Brummels comenzaron su carrera influenciados fuertemente por las invasiones británicas, aunque paulatinamente encontraron un estilo propio que les permitió concretar un recorrido mucho más rico, que en Triangle alcanza un considerable pico de creatividad. A mitad de camino entre ese pop inicial, pero dirigiéndose con mucha más fuerza hacia el folk y el country, este disco contiene grandes canciones como “Are You Happy?”, “Painter of Women” o “Magic Hollow”, una gran pieza que construye un clima de psicodelia armoniosa. Triangle es un disco elegante, muy gentil para el oído no iniciado en el sonido de San Francisco, y otra puerta de entrada ideal a esta maravillosa época.
Buffalo Springfield: Last Time Around (1968)
El caso de Buffalo Springfield es una rareza dentro de un marco musical de por sí raro. El grupo se conformó en 1966, con Richie Furay, Stephen Stills y Neil Young como sus principales integrantes. Pero las fricciones en la banda aceleraron una ruptura que se concretó apenas dos años después. Y con los artistas sosteniendo una convivencia imposible, grabaron este último trabajo solo para cumplir con sus obligaciones contractuales. La tragedia, es que esta despedida muestra a Buffalo Springfield en un punto de maduración notable, capaces de navegar por el folk y el country, armando melodías pegadizas, pero agridulces debido al deterioro que vivía el núcleo de la banda. Atrás habían quedado esas piezas como “For What It´s Worth”, porque ahora el registro era melancólico, salpicado de un evidente sentimiento de despedida. “One the Way Home”, “Four Days Gone” y especialmente “Merry Go Round” son canciones que simbolizan el triste adiós a un proyecto que con pocos discos, mostró un destino de gloria.
Love: Forever Changes (1967)
Incluir Forever Changes en esta lista puede que sea algo tramposo. Pero es que resulta imposible no vincular a Love con el sonido de los sesenta, no solo porque es una de las mejores agrupaciones de la época, sino porque también tenía elementos de contacto con ese movimiento. Y así como The Left Banke o The Millenium (dos bandas excepcionales que lamentablemente duraron muy poco), tampoco están necesariamente vinculadas a San Francisco, no por eso no tienen puntos en común, como sucede con Love y este Forever Changes. Arthur Lee, cantante del grupo, buscó en este disco cambiar su identidad musical, y para eso se sumergió en registros diferentes a los habituales, coqueteando con el llamado pop barroco, utilizando instrumentos de orquesta y canciones de paisajes lúgubres que ponían en crisis el optimismo hippie y esa idea sobre cómo la juventud podía resolver todo poniendo una flor en la boca de un fusil. Forever Changes fue un desastre comercial, pero el tiempo lo reivindicó merecidamente, y Arthur Lee se consagró como uno de los músicos más importantes en la historia del rock.
Quicksilver Messenger Service: Happy Trails (1969)
A pasitos del cambio de década, Quicksilver Messenger Service entrega uno de sus mejores discos, un nuevo experimento de guitarras furiosas y exploraciones psicodélicas. El grupo no fue un éxito de ventas, y aunque oriundos de San Francisco, nunca lograron captar el volumen de público que tuvo, por ejemplo, Jefferson Airplane. En cada uno de sus trabajos, Quicksilver Messenger Service ensaya extensas piezas que beben del jazz y el folk, y este cancionero exhibe ese registro, a través de composiciones que buscan climas más que melodías. De esa manera, el lado A de este trabajo, integrado por seis canciones, se convierte en una épica musical de gran sofisticación. Happy Trails demuestra que Quicksilver es uno de los nombres imprescindibles de este período, revelándose como un disco que simboliza el eclecticismo que marcó el inabarcable fenómeno que fue San Francisco en los sesenta.
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