Pussy Riot en Niceto: desde Rusia con acción
"Por estas canciones podríamos estar presas en Rusia", se lee en la pantalla de Niceto al comienzo del debut en Argentina de las Pussy Riot. Y la frase no es exagerada. El colectivo punk fundado en 2011 en Moscú ha sufrido desde entonces todo tipo de persecuciones, encarcelaciones y censuras. Son, en definitiva, el último gran ejemplo de que la música popular aún puede ser una amenaza, un peligro para el establishment.
Parte de esa peligrosidad, o la representación de ella, es la que trasladan a los escenarios y se vuelve atmósfera clave de sus shows convencionales, con entradas pagas en predios habilitados. Si desde la clandestinidad su hito memorable fue la performance dentro de una catedral moscovita que duró apenas un minuto y medio hasta que fueron detenidas, lo del domingo en Niceto bien podría leerse como la versión extendida y dentro de los márgenes de la ley. Cómo hubiese sido aquella intervención si se las hubiera dejado actuar libremente.
Y allí es donde el show perdió un poco de urgencia. Sea dentro de una iglesia o colándose en la final de la Copa del Mundo, las Pussy Riot recuperan el punk en tanto gestualidad, en tanto explosión fugaz que deja al resto paralizados, anulándoles la capacidad de razón y reacción. Tal como hicieran los Sex Pistols en el Río Támesis para el Jubileo de la Reina Isabel en 1977, las encapuchadas lideradas por Nadia Tolokonnikova son maestras en el arte del vandalismo activista, que ve en la destrucción un llamado a la acción. Trollear las instituciones en la vida analógica. En su versión extendida y legal, en cambio, a medida que la sensación de riesgo se diluía, la que se solidificaba era la de un show que quedaba demasiado atado a las estructuras.
En 90 minutos de recital, cuatro de las Pussy Riot desplegaron su arsenal de proclamas anti Donald Trump, anti Vladimir Putin y pro feministas sin concesiones ni intensiones de corrección política. "Mi presidente reemplazó su p... por un misil", cantó Nadia en "Organs", un spoken word con beats industriales de una intensidad abrazadora. Con movimientos de hechicera en trance y su cara envuelta en un pañuelo verde, la líder (acompañada en esta gira por una DJ y dos bailarinas) fue una maestra de ceremonias para una exhibición de atrocidades.
"Por esta canción estuvimos tres años presas", anunció antes de "Holy Shit", ese perfecto ejercicio de sátira de música sacra que terminó explotando en un punk lo-fi de guitarras machacantes y alaridos imposibles. Para la tradición operística rusa, Nadia es una soprano atravesada por el espíritu de Emily Rose. En "Police State", en cambio, las Pussy Riot se convirtieron en un grupo de synth-pop perfecto para denunciar la violencia policial: "Cierra las fronteras, quema al resto, a tus hermanos, hermanas y madres".
Más allá, o más acá, del mensaje, la musica de las Pussy Riot también funcionó como una perversión de las convenciones. Con un sonido más tecno que punk, la veintena de temas se sucedieron casi sin interrupciones, como maquetas de hits en potencia. Sólo que allí donde se esperaba que el estribillo se repitiera, o que el clímax llegara con un bombo en negras, todo se volvió retorcido, fragmentado o, simplemente, interrumpido. Y donde se esperaba que una bola de cristal ilumine el lugar, todo permaneció a contraluz, en la penumbra de lo que se sabe marginal.
Lejos de encabezar una lucha descontextualizada, las consignas feministas locales fueron eje del show desde el inicio con una integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Al promediar el repertorio, Moira Wendy, encapuchada como una Pussy Riot más, subió a dar un monólogo en forma de freestyle que se acopló de manera orgánica a la propuesta estética de las rusas: "Me presento: soy la que besa a otras mujeres en público", fueron sus líneas iniciales, para terminar, a grito pelado con: "Vivas nos queremos, ni una menos".
Para el final, las rusas sacaron a pasear el costado más bailable de su repertorio sin dejar de lado el llamado a la acción que no considera tregua alguna ("Soy una bomba, soy la que toma aceite", cantan) y así despedirse en su mejor versión. Puño en alto y provocación activista a flor de piel, las Pussy Riot abandonaron el escenario dejando muchas propuestas y una certeza: la de ser el vómito pop más necesario de la música en lo que va del siglo.
Pussy Riot. Nueva presentación este martes, a las 20, en el opening del Festival GRL Pwr. En Club Paraguay. Pasaje Agustín Pérez 99.
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