En una charla íntima con LA NACION, el popular artista habla de su rol como jurado de Canta conmigo ahora, de los años que estuvo sin cantar y de su próximo show en Buenos Aires, el 5 de octubre en el Gran Rex
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José Luis “Puma” Rodríguez tiene una relación especial con nuestro país. Para empezar, el apelativo por el que lo conoce el mundo entero salió de la inventiva de un argentino: la canción “Mi amigo el Puma” de Sandro fue la inspiración para la telenovela venezolana Una muchacha llamada Milagros, donde él interpretaba precisamente al Puma del título. Desde ese momento quedó asociado a aquel personaje, su nombre de nacimiento pasó a ser secundario y su apodo felino, su carta de presentación en los escenarios de todo el planeta.
Pero no se agota en ese detalle su vínculo entre el artista y la Argentina: durante décadas nos visitó casi sin falta año tras año, hasta que la racha se cortó en 2016: al año siguiente su fibromatosis se agravó y debió ser sometido a un doble trasplante pulmonar que le salvó la vida. De a poco volvió a cantar (“Tuve que empezar de cero”, dice) y, por suerte para sus miles de fans locales, hoy su conexión argentina está más vigente que nunca: no sólo es jurado en Canta Conmigo Ahora, el reality musical conducido por Marcelo Tinelli, sino que también se apresta a pisar las tablas del Gran Rex una vez más, el próximo 5 de octubre. Recuerdos, consejos, esperanzas, (nada de) política y, sobre todo, canciones.
-¿Qué recordás de tu primera visita a la Argentina?
-De años no me acuerdo mucho, pero en el hotel Bauen fue la primera vez que canté acá. Y cuando terminó el show que fue muy bonito, dijo alguien que venía conmigo: “No digas que es venezolano, decí que es español”. Y yo escuché eso y dije: “¿what? no compadre, yo soy venezolano. Para qué empezar mintiendo, no tengo la zeta ni la ce, je. Él lo dijo en serio, pero yo capturé que eso era absurdo. Y el público, hermoso. Me sorprendí realmente. Fue muy cálido.
-¿Cómo se viven estos reencuentros con los escenarios después de tu inactividad por tu enfermedad, que además se extendió por la pandemia?
-Sí, fue como un claustro, un aislamiento de como cuatro o cinco años. Por la enfermedad y la pandemia. Todo eso vino junto y bueno, tuve que empezar de cero, prácticamente. Pero el reencuentro con la gente está siendo muy emotivo, muy bonito. Procuramos no llorar, por supuesto. El escenario me alegra y lanza al espacio solamente amor, fe, esperanza, optimismo, cariño. Dificulto que algún artista quiera que la gente salga deprimida o cabizbaja. Toda la gente en todos los públicos sale con fuerza, con ganas de seguir, y esa es la misión de los artistas. Por eso el escenario no tiene color, rótulo político, religión, idioma, sexo... lanza un solo lenguaje: el arte. Y punto.
-Con la gran trayectoria que tenés, ¿conservás todavía los nervios del artista? Ese cosquilleo antes de salir a los escenarios, ¿permanece?
-En algunas ocasiones, sí. Cuando el público es reducido es más comprometedor. Cuando el público es masivo, es como si convirtiera todo en una sola persona. Le tengo mucho respeto a los sitios pequeños.
-¿Alguna vez te intimidó una audiencia?
-Viña del Mar me sorprendió muchísimo, porque era la primera vez que yo asistía a un evento de esa magnitud, con tanta gente, como treinta mil personas.
-Sos jurado en Canta Conmigo Ahora. ¿Disfrutás de esa tarea casi docente?
-Uno trata de iluminar un poco el camino ya transitado por uno hace bastante tiempo, ¿no? Y quisiera que los errores que uno cometió no los cometieran otros que vienen detrás, y tratar en pocas palabras de decirle algunas cosas que pueden ayudarlo. A veces un consejo a tiempo le da luz a la persona para quitar esa oscuridad que tiene y esa duda que tiene. Cuando puedo conversar con alguien, aunque sea unos segundos, lo hago para ver si agarra más confianza en sí.
-¿Sentís que excede al show hacer este tipo de devoluciones? ¿Hay algo vinculado a la transmisión de experiencias y conocimientos?
-Todas las personas que están ahí tienen un talento increíble, todos son profesionales. Y esto es lo bonito de este formato: tienes cien personas que se dedican al show business, al mundo del espectáculo. Hay un sacerdote, por supuesto. Hay un doctor que es foniatra, que también canta, pero todos tienen que ver con la música y el espectáculo. Y cualquier persona que emita una opinión constructiva para un concursante es válida. Son breves palabras pero que le pueden servir de mucho. Y sobre todo la honestidad: cuando algo no está bien, tener el valor de decir que no. El sí es un comodín, quedás bien con todo el mundo, pero no quedás bien contigo. Y yo, desde esto que me pasó, preferí usar el no, no como defensa, sino como un acto de sinceridad y honestidad entre el corazón y la razón.
-Aplicando tu rol de jurado a la música pop actual, ¿a quién le harías una buena devolución?
-Hay varios. David Bisbal es un muchacho excelente que salió de un concurso. Tiene una energía... Los chicos que están ahora no son derrapados, son tipos que están organizados. Oyes las palabras de un Daddy Yankee y es un muchacho bien organizado, serio. Los que están en el top son organizados con su vida y con su vida pública. Creo que es muy sencillo: el camino del destape, del derroche, del ser nocturno, drogas, alcohol, sexo y trasnoche, no paga bien.
-Aunque tu carrera se desarrolló casi en paralelo con el crecimiento del rock, nunca te interesó, más allá de tus inicios pop en Los Zeppy.
-Los Zeppy eran como los Platters o Los Cinco Latinos. Tengo amigos en Venezuela que sí se dedicaron al rock. Pasa que yo entré en una orquesta de baile, y llevaba la parte del bolero, la parte romántica. Entonces, después de Los Zeppy caí en esta banda de baile que era la parte romántica, así que nunca di el salto al rock.
-Uno de tus hits más grandes, “Pavo real”, tiene mucho de música disco.
-Sí, pero es un híbrido de música venezolana, de un 3 por 4. Es un joropo. Yo estuve como un año en el piano para ver cómo combinaba eso, para sacar “Pavo real”. Y casi no escucho una versión que no sea la mía de “Pavo real”, porque es una canción que no tiene respiro. Para este tema me inspiré en Aretha Franklin, en los coros de ella. Y fijate que el coro no termina sino hasta el final. Pero no es rock, realmente. Es una mezcla de Caribe con música folklórica.
-En tantos años de carrera, seguramente te habrán llegado miles de historias de vida relacionadas con tus canciones. ¿Se te acerca la gente a contarte, por ejemplo, cómo se enamoraron con “De punta a punta”?
-“De punta a punta” aumentó la densidad de población de América Latina, porque es una canción que describe todo, amor y sexo. “Amante eterna” también es importante: las mujeres que están en el segundo frente, que siempre esperan porque en las fechas importantes el hombre no está con ellas, está con la número uno. “Dueño de nada” no dice mucho pero lo dice todo, también. Pero la canción a la que no le encuentro reemplazo en los shows es “Agárrense de las manos”. Invita a la gente a tocarse, a abrazarse, a entrelazarse, a demostrar amistad, unión y no he podido encontrar una canción que pueda reemplazar eso. Es imposible.
-¿Hay canciones en tu repertorio que, aunque no las hayas escrito, con el tiempo se te volvieron autobiográficas?
Sí, “Dueño de nada” es una, sin duda alguna. Me identifico mucho con “Dueño de nada” y “Agárrense de las manos”, que son caballitos de batalla. Pasa que yo he grabado como 600 canciones pero, ¿cuántas van al escenario? 22, 23, máximo 24. Porque no todas son un éxito. Para colocar en el escenario una canción tiene que ser un hit. Hay canciones bonitas que pasan, pero los hits son lo que la gente quiere escuchar. El error de las compañías discográficas de antes, ¿sabes cuál era? Tratar de imponer una canción desde el escenario. “No, tienes que promocionar esta canción”. No, compadre, la gente no conoce esta canción, es tu trabajo hacerla conocer y yo ponerle en el escenario. El público no tiene la culpa, ¿como tú vas a ponerle una canción nueva en el escenario, si la gente quiere escuchar temas conocidos?
-¿Qué motiva a un cantante melódico sobre el escenario? ¿Tiene que haber necesariamente una cuota de seducción?
-Hay mucha ilusión desde el escenario, y mucha fantasía, por supuesto. Y es mágico: el artista puede medir dos, tres metros, dependiendo del talento que tenga. La gente lo ve inmenso. Una vez que termina esa función tiene que dejar a ese artista colgado del escenario y bajar a la realidad. Todos los escenarios del mundo transmiten ilusión, que es lo que hace un rato de felicidad a la gente. La felicidad no es permanente, son ratitos que le arrancas a la vida, ¿verdad? Entonces ese ratito hay que disfrutarlo al cien por ciento.
-El problema es seguir enganchado y llevarse al artista a casa, ¿no?
-¡Imagina si Superman se lleva al personaje para su casa! Terrible.
-No puede decirse que hayas sido un artista comprometido políticamente, pero en los últimos años sentaste posición sobre Venezuela, y de hecho tu último éxito, “Yo regresaré” (2021), habla desde la poesía sobre la crisis en tu país. ¿Qué te motivó a manifestarte?
-Realmente decidí hace un año no hablar más de política. Ni yo ni tú, no hay ser humano ni grupo humano que pueda arreglar al planeta. Para qué voy a gastar mi tiempo que Dios me dio para tratar de acomodar, de cambiar... ¿qué? El que tiene que cambiar soy yo con respecto a todo. O te adaptas para seguir viviendo o te sigues mortificando y creando enemigos. Entonces te digo que el escenario no es político, no es religioso, es puro arte. Entonces decidí, definitivo, no seguir hablando de política. ¿Quién arregla a los chinos, a los rusos, a Corea del Norte, a los indios? Hermano, ¡el planeta todo está descompuesto! Yo no voy a arreglar el problema de nadie. Mi problema soy yo. El mandamiento dice “ama a tu prójimo como a tú mismo”. Cuando estás en un avión y hay despresurización, te pones la máscara de oxígeno tú primero y después a los demás. Eres tú primero. Entonces aprendí a decir que no. No me interesa complacer, me interesa complacerme a mí. El “sí” es muerte y él “no” es vida. Creo que lo más importante en la vida es aprender a decir que no. Con la gente joven, con los muchachos, la gente de la cuadra los invita y por no decir que no caen en las drogas, caen en las malas compañías. El “no” es vida y el “sí” es muerte.
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