Pulcritud y sabiduría
Nelson goerner / Obras: Fantasía Op 49 y Balada Nº 3 Op 47, de Chopin; Imágenes primera serie y La isla alegre, de Debussy; Sonata D 960, de Schubert / Organiza: Nuova Harmonia / Sala: Teatro Coliseo.
Nuestra opinión: excelente
Un nuevo recital de Nelson Goerner en Buenos Aires, con un programa en verdad valioso, poco frecuente y esperado con mucho interés. Pero además la posibilidad de escuchar al pianista de San Pedro desarrollando un puñado de obras que incluyó alguna de las bellas sonatas para teclado legadas por el maravilloso talento de Franz Schubert -un mago de la melodía- era una aún más interesante.
En la primera parte, se escuchó una muy brillante versión de la Fantasía O p. 49, de Frédérick Chopin, el incuestionable creador de páginas gratas para el teclado del pianoforte, al que suma, en la mayoría de sus partituras, dificultades de ejecución que acaso pudieran provenir de su condición de pianista virtuoso y que en su tiempo únicamente Liszt pudiera haber leído sin máculas. Ahora con Nelson Goerner se la escuchó de manera impecable. De la misma forma y a lo largo de toda la versión de la Balada en La bemol mayor , logró las maravillosas y múltiples intensidades sonoras que la caracterizan, de los pasajes delicados a los voluminosos, pero con el agregado de no llegar a la distorsión de la resonancia.
Pero la programación, al instante seguido, indicaba que la atmósfera musical debía imbuirse del lenguaje delicado, tenue y transparente del considerado impresionismo musical. Ese del Debussy de las Imágenes , con sus tiempos bautizados "Reflejos en el agua", "Homenaje a Rameau", y "Movimiento", acaso como la mutación permanente de la misma naturaleza.
Y para cerrar la última composición de la primera parte del programa, llegó la versión sutil de L'isle joyeuse , una isla alegre, acaso distante y sólo soñada, que el músico ofreció con el ideal de climas lejanos e indefinidos.
Fue entonces como una versión sutil que nos hizo recordar al Debussy del gran Walter Gieseking, aquel pianista inolvidable nacido en Francia de padres alemanes, y del ya tan lejano tiempo de las cinco temporadas consecutivas que se lo escuchó en el Colón (de 1948 a 1952). Así mismo mientras se escuchaba a Goerner vino el recuerdo de la discusión sobre si la música tiene o no capacidad con sus asonancias de ser émulo del dibujo, la pintura, la foto o del mismísimo cine, un imposible si no media la palabra que predispone a ver lo que el autor desea.
Después del necesario intervalo, llegó una magistral versión de la monumental y endemoniada Sonata en Si bemol mayor, de Schubert, esa que de las tres póstumas, es acaso la mejor y más difícil, con lo cual quedó en evidencia la maestría del intérprete; impecable en la articulación y el balance de ambas manos, y la prístina limpieza de los adornos.
Es interesante señalar que durante el segundo movimiento de la obra, andante sostenuto , la melodía se presenta en terceras y en pianissimo, acompañada por arpegios ascendentes y descendentes, con posteriores modulaciones e ingeniosos contrapuntos muy difíciles de memorizar, pero que, sin embargo, fueron percibidas impecables.
Sería oportuno que el pianista no dejara pasar el tiempo actual sin registrar debidamente y por el medio más avanzado de la tecnología su maravillosa versión, a las que podría sumar las otras dos sonatas póstumas, para el enriquecimiento de melómanos e investigadores eruditos de las próximas generaciones.
Con el aplauso de un público gentil, se generó el agregado de una impecable versión -desde todo punto de vista- de "Soirée dans Granade", de Estampes, de Debussy, que no hizo otra cosa que poner en evidencia que Nelson Goerner es uno de los notables pianistas de nuestro tiempo.
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