Entre principios de los ochenta y finales de los noventa, tuvo tres sedes y tres etapas bien diferentes; Charly tocó con varios de los músicos de los Red Hot Chili Peppers, Serú Girán protagonizó una reunión y King Crimson ensayó durante un mes
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“La primera vez que estuve en la Argentina fue en 1994, con King Crimson –decía a LA NACION hace algunos años el baterista Pat Mastelotto-. Robert [Fripp] quería que viniéramos aquí. Estuvimos un mes entero, desde principios hasta finales de septiembre, dimos unos conciertos, tomamos una semana de descanso y nos fuimos a grabar al Real World Studio [propiedad de Peter Gabriel]”. A más de diez años del último long play de King Crimson, Tres de un par perfecto, en 1994 su líder rearmó la banda en formato de doble trío: dos guitarras, dos baterías, dos bajos (o stick en su lugar). Fripp junto a su dream team (Adrian Belew, Bill Bruford, Tony Levin, Trey Gunn y Mastelotto), grabó un EP y meses después llegó a la Argentina para preparar lo que sería el álbum completo de esa nueva formación, THRAK. El búnker de trabajo fue Prix D’Ami, de la calle Monroe. Incluso, allí la banda dio algunos recitales, antes de un show en el Teatro Broadway y del posterior regreso a Inglaterra.
“Nosotros teníamos una oficina en el sótano”, recuerda Claudio Barreiro, el dueño del local. “Fripp hablaba desde nuestro teléfono de línea a Londres y siempre dejaba unos dólares para pagar la llamada. Mirá la educación del tipo. Y también me acuerdo que como Prix tenía unos ladrillos de vidrio en el primer piso, él se tiraba a meditar ahí arriba. Se acostaba vestido de negro, una hora y media. Nadie podía subir ni hacer ruido. Ensayaron mucho, fue la vuelta de King Crimson. Hicimos varias funciones. Fue un lanzamiento a nivel mundial”.
Prix D’Ami fue un local porteño de música al que siempre se le adosa su ubicación para tratar de determinar la época en que sucedieron las cosas. La dirección exacta nunca fue importante. Siempre en Belgrano, durante la década del ochenta existió el primero, en Arcos casi esquina Monroe, luego el Prix “de Ciudad de la Paz” y, más tarde, durante los noventa, “el de Monroe”.
Los gloriosos conciertos de Fripp y su troupe sucedieron en el de Monroe, que era grande, con capacidad para 1000 personas, bar, restaurante y sala de música en el primer piso. En esos noventa menemistas ya era un lugar conocido por donde pasaban tanto las bandas locales como las extranjeras. Muchas de las que llegaban daban allí un primer paso para luego tocar en espacios más grandes como el Estadio Obras. Pero Prix tiene una historia previa que se puede recordar con tanto (o más) cariño. Fue la de aquel bar que el “Gallego” Barreiro abrió con un socio que no pudo firmar el contrato porque era menor de edad.
“Empecé de muy chico con el Flaco Martín Mezzina. Compramos un barcito, que era un pool, en Arcos y Monroe. Y le pusimos un escenario –memora el Gallego-. Se fue dando como una necesidad en la democracia. La verdad que era para juntarnos entre nosotros. En ese momento Belgrano era un barrio con muchos militares, en cuanto hacías un poco de ruido te caía la cana. La cosa se empezó a dar, no había muchos espacios para tocar. Estaba La Esquina del Sol, Stud [Free Pub] y Prix”.
En el Prix de Arcos tocaban Alphonso S’Entrega, Memphis la Blusera, Man Ray, Clap, Fricción, Los Fabulosos Cadillacs o los Redondos. “Con los años explotó, había mucho glamour de rock. Los martes se hacían grandes zapadas. Charly iba siempre a todos los Prix. Caía tipo cuatro de la mañana y se armaban las zapadas. Me acuerdo que un día también cayó Lebón y se armó una de Serú. Pasaban cosas locas”.
Así es como el local quedó chico. El contrato se terminó y los socios emprendieron la retirada hacia un edificio cercano. El siguiente destino fue en Ciudad de la Paz (entre Blanco Encalada y Olazábal). Ese local había tenido pista de hielo y cancha de bowling. La madera del bowling se recicló y terminó convertida en barra y escenario. Por ese tiempo tocaban Los Ratones, Los Violadores y Don Cornelio y La Zona. “Nosotros creamos la marca pero nunca pensamos en que íbamos a hacer un lugar de rock con un business plan. Solo queríamos un bar para tomar cerveza con amigos”.
El nombre llegó desde Amsterdam, porque uno de aquellos amigos, con todo su asombro sudamericano, les mandó una foto desde un café Prix D’Ami donde se podía fumar marihuana. En el Prix D’Ami porteño, que nada tenía que ver con la cadena europea, nunca se pudo fumar (de manera legal), pero su espíritu tampoco tenía que ver con eso. Al proyecto argento la música lo fue llevando.
Daniel Morano -creador del programa de radio El Tren Fantasma, músico de Alphonso S’Entrega y años después productor de Peter Capusotto y sus videos- se asoció con el Gallego. Para finales de los ochenta, Prix ya era un local de culto, con un lugar bien ganado en las guías del Sí de Clarín, el No de Página 12 y la radio Rock & Pop. “En el primero de los Prix, con la banda tocábamos dos veces por semana. Entraban cien personas apretadas. Era un lugar muy copado, de nicho total. Un día el Gallego me propuso hacer otro Prix D’Ami. Alquilamos el de Ciudad de La Paz, el que era un bowling. Se sumó una socia e hicimos un lugar que terminó siendo icónico -asegura Morano-. Porque la gente iba más allá de quién tocara”. La gente de a pie y también los músicos, hecho que quedó rubricado con aquella frase de la canción “Fue amor”, de Fito Páez: “lo que hacés y a dónde vas de tu depto siempre a Prix D’Ami”.
“Sabían que había ahí un concepto -continua Morano-. Nos fue muy bien, se armó un mundo muy copado. Pensá que en el 83 recién terminó la dictadura y tocar en algunos lugares era la nueva libertad que mucha gente no conocía. Además, aparecía el nuevo rock nacional, impulsado por la Guerra de Malvinas. Lo que sucedió con Prix es que fue un proyecto artístico. Era un club donde el concepto era que sucediera lo mejor. La gente percibía esto y se generó un imán. En cambio, hoy los venues no tiene identidad, son modelos de negocio”.
Y no faltan las anécdotas en la memoria del guitarrista y productor televisivo: el día que Iggy Pop cayó a las dos de la mañana para sumarse a la gran mesa musical del señor García. El día que Pappo zapó con los Alphonso S’Entrega o esas noches en las que Charly caía y enchufaba los teclados en el amplificador de guitarra de Morano. “El tercer Prix tenía, abajo, el restaurante y bar, y arriba el lugar para tocar, pero no había camarines. En realidad, existía un espacio muy chiquito. Entonces, como al lado había un taller mecánico de caños de escape, el Gallego le pidió al vecino si podía hacer una puerta. Por eso los camarines terminaron siendo el taller”.
El local de la avenida Monroe tuvo otros ingredientes. “Para la inauguración, Charly tocó y me regaló un disco que hace poco mi hija me dijo que lo venden en Mercado Libre a 50 mil mangos”, dice Barreiro. “El Prix de Monroe, el de los noventa, era tremendo. Habíamos hecho el diseño de todo. De las mesas y la vajilla, con gente como Churba. Había mucha gente joven de Belgrano. Además, creo que abrió un camino porque en Monroe entraban 1000 personas. [el productor de shows y manager] Daniel Grinbank lo tenía como termómetro. Si vos llenabas varias veces seguidas Prix D’Ami ya estabas para tocar en el Estadio Obras”.
Por su escenario pasaron Café Tacuba, Titãs, Iggy Pop, La Ley, Os Paralamas Do Sucesso, Albert Collins, Taj Mahal, Mick Taylor, Héroes del Silencio, entre muchos otros. “Llegaban a la Argentina y sus shows de presentación eran en Prix D’Ami”. Entre el pequeño primer local en una vieja casona y el último, que se había convertido en plataforma para tantas bandas locales, quedaron muchas historias. Para el “Gallego” la época del primer local es la que le genera más nostalgia, aunque cada uno tuvo sus perlitas. “En Arcos éramos una familia. Ahí se conocieron Morano y María Carámbula. Y después nació Catalina Morano. Cuando Fito Páez hizo El amor después del amor no tenía donde dormir y me pidió el lugar para ensayar. Después de ese éxito me regaló un show en el local de Monroe. Puso el escenario en el medio y fue alucinante. Antes no había una cosa de show business. No importaba tanto la plata. Claro que había plata de por medio y trabajábamos a porcentaje. Los Divididos tocaban viernes y sábado, metían 990 personas y hacían shows de tres horas”.
De una zapada de Charly García y músicos de su banda salió un disco no oficial. El registro informal terminó copiado en CD y sirvió de invitación, con la gráfica de Prix D’Ami, para la apertura del último local. Por supuesto que el que inauguró la sede de Monroe fue Charly, y volvió a tocar muchas más veces allí. Algunas de esas actuaciones circulan como registros piratas.
En YouTube se puede encontrar un video con un fragmento de una de las emisiones de Rocanrol, programa que en los primeros años de la década del noventa conducía Antonio Birabent. Allí se ve parte de un recital de Charly en Prix D’Ami de julio de 1993, donde presentó a su nueva banda. En el backstage, un joven Zorrito Von Quintiero fue categórico con sus definiciones, de absoluta trasnoche, y se puso en la piel de presentador de televisión: “Vos te preguntarás: ¿Todo esto que vi es cierto? Posiblemente haya algo de ficción, pero no dudes de que algunos de los personajes que nos acompañaron, existen. Y vos te los podés encontrar en cualquier discoteca. Entrar al mundo del rock no es fácil. Nosotros pudimos gracias a la ayuda del Gallego, el dueño de Prix D’Ami, a quien le agradecemos la oportunidad de estar en el camarín para el debut de Charly y Los Indeseables [banda que el Zorrito integraba]. Yo me sentí como en familia”, bromeaba.
“Lo que nunca pude hacer es que las bandas tocaran temprano”, repasa Barreiro. La ventaja es que esas trasnochadas otorgaban grandes anécdotas. “Las zapadas de Charly son, lejos, los mejores recuerdos”. Fueron pocos los que tuvieron la suerte de ver allí zapar a los músicos de Iggy Pop o parte de los Red Hot Chili Peppers con García. Guillermo Vilas y John McEnroe también tocaron, cuando el gran Willy dejó por un rato la raqueta y grabó un disco. Fito Páez a veces actuaba con seudónimo. ¿Por qué terminó? “Porque el negocio había cambiado y uno se había quedado afuera”, confiesa el Gallego.
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