Prince y los 40 años de Purple Rain: la canción “inmunda” y la campaña de la esposa de Al Gore que llegó al Senado de los Estados Unidos
La canción, el disco y la película posterior convirtieron a Prince en el tercero en discordia en el firmamento del pop de los 80, junto a Madonna y Michael Jackson; su influencia, cuatro décadas después y algunas historias de lo que provocó en la sociedad de la época
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Dice un comentario sobre Prince en YouTube: “Se vestía como Mozart, cantaba como Little Richard y tocaba la guitarra como Jimi Hendrix”. El video en cuestión es el de “Purple Rain”, la canción que da título al disco del que hoy se cumplen 40 años de su lanzamiento y es el más emblemático de la carrera de Prince. Un mes más tarde, se estrenaría además la película del mismo nombre, con la que el músico nacido en Minneapolis se consagraría a nivel mundial como uno de los grandes íconos pop de la década del 80. Éxito de taquilla, éxito en los rankings de Billboard, Oscar y Grammy. Todo como parte del mismo combo.
Aunque hoy sea innecesario contar quién fue Prince, para 1984 la tarea aún era necesaria en Argentina. Purple Rain iba a convertirse en un clásico del que se nutrirían Luis Alberto Spinetta, Andrés Calamaro, Fito Páez y Charly García primero, y los Illya Kuryaki & The Valderramas y Miranda! después. Antes de todo eso, la gacetilla de prensa de Purple Rain presentaba así a su creador: “Nacido el 7 de junio de 1959, Prince es, a pesar de su edad [25 en ese momento], todo un mito viviente de la música contemporánea mundial. Sus posters figuran en cientos de miles de habitaciones de adolescentes que deliran por su música, sus discos se venden por millones, su rostro e imagen sensuales son portadas de diarios y revistas, ya sean o no especializadas, y su primera y hasta el momento única película lleva recaudada la friolera de 80 millones de dólares. Esta es la base de la bien llamada ‘Locura Prince’, que por otra parte recién está comenzando”.
Si bien el éxito de Prince en Estados Unidos ya estaba solidificado para 1984, su globalización se iba a dar en ese año con los tres “Purple Rain”: canción, disco y película. La figura del músico, virtuoso y sensual, se complementaría con una fórmula pop irresistible para cualquiera: exhibicionismo sí, exposición no. Así se sumaría al triunvirato pop de los 80, con Madonna y Michael Jackson como reyes.
De esa tríada, está claro, Prince fue el menos masivo y el más enigmático. Hay una relación directa ahí. Si bien nunca le esquivó al escándalo (chequear las tapas de Prince, Dirty Mind y Lovesexy, pero también sus apariciones en bikini, tanga, bucaneras y semi desnudo), el descaro con el que lo hacía generaba tanto erotismo como rechazo. Por otro lado, justo con Purple Rain (canción exitosa, disco exitoso, película exitosa) decidió no dar notas promocionales a ningún medio. En cambio, su sello discográfico confeccionó una gacetilla frondosa para anunciar el estreno de la película en Argentina. Allí se incluía un extracto de entrevista que Prince le había dado a la revista Pop Music unos años antes:
-¿Cuánto de vos mismo hay en tu música?
-Yo soy mi música. Ella y yo somos una sola persona.
-¿Qué tipo de cosas escribís en tus letras?
-Experiencias personales casi siempre. Fantasías eróticas y cositas surrealistas. Nada que pueda escandalizar.
-¿Cómo son veinticuatro horas de tu vida?
-Bueno, siempre estoy metido en la música. El resto es prescindible.
-¿Cuál es tu prioridad en este momento?
-Dormir.
-Muchos dicen que sos único.
-No creo. No creo que nadie sea único realmente. No puedo decir que yo sea diferente del resto de las personas. ¿Vos me ves diferente acaso?
-Por qué sos tan sexual en tus letras?
-La vida es sexo.
La estrategia funcionó a la perfección. El 9 de abril de 1985, la Revista Libre, por entonces dirigida por Roberto Pettinato, publicaba una nota sin firma después de que el músico ganara un Oscar a Mejor banda de sonido por Purple Rain: “Prince - El nuevo rey del rock es un negro bisexual que defiende el incesto”. Prince era entonces relacionable a la locura en tanto genio y pervertido. El niño prodigio que tocaba todos los instrumentos y cantaba a la perfección, pero que también parecía ostentar una voracidad sexual sin límites y que se había vuelto global. Y “Darling Nikki”, incluida en Purple Rain, iba a detonar esa segunda faceta a otro nivel. Fue culpa de esa canción que se comenzó a incluir la célebre etiqueta Parental Advisory - Explicit Lyrics en los discos cuyas letras tienen contenido explícito.
En 1984, una madre estadounidense compró Purple Rain para su hija de 11 años. Todo marchaba bien hasta que, en “Darling Nikki”, Prince canta sobre una chica que se masturba, la invita a tener sexo y las escenas incluyen sadomasoquismo. El horror de la madre brotó de inmediato. Pero no era una madre cualquiera. Se trataba de Tipper Gore, esposa del senador Al Gore. “Si hubiera sabido que el disco hablaba de esas cosas, no lo hubiera comprado”, declararía ella. Y al año siguiente sería una de las caras visibles de la Parents Music Resource Center, una organización “dedicada a monitorear el contenido objetable en la música” con muchísima injerencia en el Senado.
El grupo de padres indignados y espantados presentó una lista de 15 canciones “inmundas” para considerar su libre divulgación y el asunto terminó con una audiencia en el Senado a la que acudieron Frank Zappa y Dee Snider (de Twisted Sister) en representación de los artistas. Finalmente, la creación de la etiqueta fue la solución que, de algún modo, conformó a ambas partes. La lista de las 15 canciones “inmundas” incluía temas de, entre otros, Madonna, AC/DC, Cyndi Lauper y Judas Priest.
¿Cuál era la número uno? “Darling Nikki”, de Prince.
Así, el disco que le daba fama mundial contenía su canción más aclamada (desde 1984 en adelante “Purple Rain” sería el himno por excelencia de Prince) y su canción más “inmunda”. Número uno en ventas. Número uno en rechazo. Pero uno y otro tal vez no deban pensarse como extremos que marcan sendos límites de hasta dónde podía llegar Prince, sino más bien como elementos fundibles de un mismo magma. Así son las infinitas posibilidades de Prince. El compositor obsesivo, el futuro Testigo de Jehová, el crooner de piano y voz, el maximalista del funk-pop. Ese que hizo de su música su biografía y no al revés. Prince es fantasía, es escape, es evasión, es poesía. Como el sexo.
Si para Barthes y luego para Gustavo Cerati “El lenguaje es una piel”, en Prince podría pensarse también a la inversa: la piel es un lenguaje. Así, la música de Prince, epidérmica, se vuelve metafísica del sexo. Un magma de rock and roll, funk, música disco, r&b y sentir melódico. En las inflexiones de su falsete, en sus solos de guitarra, en cada pliegue de su voz hay una carga libidinal que estalla -a veces en slow motion- hacia un clímax que no siempre es acentuado, pero sí extendido. No como un tantra, porque no hay ansias de quietud pero sí de abarcarlo todo. Una pangea de todo lo que puede ser como músico y también como ícono pop masivo, sobre todo desde la salida de Purple Rain. Así tomó el mainstream Prince, con la sublimación como espada.
En “Purple Rain” (la canción, el disco, la película), Prince tiñe a la lluvia de un color imposible (se considera púrpura a todas las posibilidades entre el rojo y el azul) para entregar su fantasía más famosa. En Purple Rain, Prince logró volverse híper masivo sin perder su foco artístico, proponiendo a quien quiera habitar ese universo, a estar dispuesto a entregarse a la fantasía. A perder el control de los límites. A dejarse llevar por eso que no se puede definir, sintetizar ni reducir, porque está contenido en su propia multitud indivisible.
Prince hizo de su arte todo lo que nadie pudo ser. Ni siquiera él. Como el púrpura, que nunca podrá ser color pero sí disparar la imaginación de infinitos colores posibles.
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