Prince, el mito detrás del genio
Encuentro peculiar en algún lugar perdido de Minnesota con un músico mágico y misterioso
Lucy, la recepcionista del hotel de Chanhassen, Minnesota, no puede evitar reírse. Es el tercer cambio para la cita con el taxi en dos horas. "No te preocupes, puedes hacerlo diez veces más si quieres. Es Prince", dice. Si la primera modificación del programa llegó en forma de lacónico correo desde Dinamarca, esta vez han usado el teléfono. Trevor Guy, asistente de Prince, nos comunica que la hora del encuentro con su jefe será finalmente a las 7 de la tarde y que nos han preparado "un montón de sorpresas".
No es que los retrasos sean sorprendentes. Prince ha cultivado siempre la imagen que mantiene hoy: un brillante y esquivo genio, virtuoso en docenas de instrumentos, que apenas habla o mira a los ojos. Un ser que sólo piensa en su arte, que sólo él puede crear. Y la prensa no encaja en esas coordenadas. En 1982, en su primera campaña de promoción, con su quinto álbum, 1999, concedió una sola entrevista y juró que era la última. Cumplió su palabra durante dos años y medio hasta que un periodista, después de seis días rondando Paisley Park, su estudio fortaleza, terminó hablando con Prince por teléfono.
Chanhassen es un pueblo de 20.000 habitantes a unos 30 minutos -en auto, aquí las distancias se miden así- de la urbe que componen Minneapolis y St. Paul, donde nació Prince Rogers Nelson en 1958. Un chico bajito, hijo de un pianista y una vocalista de jazz. Todo el mundo aquí conoce Paisley Park, un complejo compuesto por tres estudios de grabación y dos salas de conciertos: es lo más excitante que le ha pasado en 30 años a la localidad. Prince lo abrió en 1985, en el cenit de su popularidad.
En 1984 amenazó a Warner con no renovar su contrato si no lo dejaban protagonizar una película. Aparecer en las pantallas de cine del mundo le parecía la forma de llegar a un público más heterogéneo. La multinacional prefirió concederle el capricho antes que dejarlo escapar.
El resultado fue Purple Rain: un éxito absoluto, con 20 millones de copias vendidas, un Oscar a la mejor banda sonora y su conversión en un artista negro para todos los públicos. Durante un período fue tan grande como Michael Jackson. Cualquier artista se quejaría de la alargada sombra de ese álbum. Pero él asegura no sentirse aburrido de tocar siempre esas canciones. "¿Tú te cansarías de que te aplaudan? Nunca te cansas del aplauso. Nunca te aburre. Y no puedes aplaudir algo que no has oído antes, que no conoces. Si tocara una canción que conoces, sería una experiencia para ti en la que estás implicado. Usas una parte diferente del cerebro que cuando escuchas algo que no conoces."
Al parecer, Paisley Park está aquí al lado. En algún lugar a cinco minutos del motel -en coche, claro- se encuentra el feudo del último gran excéntrico del rock. Ayer dio un concierto allí, cuentan. Uno de esos sorpresivos shows en vivo que hace convocando a sus fans por Twitter. "Va por rachas. En los últimos meses lo ha hecho mucho. Debe de llevar 10 o 12", cuenta uno de los camareros de un bar del pueblo.
"Cuando se fueron todos, estuve en el escenario tocando y cantando sólo para mí otras tres horas. Y fue maravilloso", dirá luego Prince. Había entrado en lo que llama "la zona". "No podía parar. Es como experimentar que has abandonado tu cuerpo. Como estar sentado entre el público viéndote a ti mismo. Eso es lo que quieres. Trascender. Y cuando eso sucede?" Hace un gesto con la cabeza y suelta: "Oh, muchacho".
Parece de lo más cómodo y relajado. Lleva un rato sentado al piano en uno de los escenarios de Paisley Park. Ha aparecido de repente y está desgranando sus teorías sobre la música, la industria y su próxima gira. Un tour sólo con piano por capitales europeas que suspenderá pocos días antes de su comienzo como consecuencia de los atentados de París, que dejaron 130 muertos y tres centenares de heridos.
Ni por asomo se diría que tiene 57 años. Parece mucho más joven, quizá 40. Quizá menos, incluso. Aunque es posible que ese aspecto se lo dé la luz tenue que ilumina la sala. Lleva un peinado afro, y va vestido de blanco de arriba abajo con lo que parece la versión pijama de esos kimonos que Elvis usaba en Las Vegas. Calza sandalias blancas de plataforma con medias blancas. Estoy, literalmente, a los pies de Prince. Recostados sobre un escenario mientras él toca el piano. La situación recuerda a un Cristo hablando a sus discípulos.
En el país de las maravillas
Trevor Guy nos recibe en la entrada de carga y descarga que da a la sala donde después veremos a Prince. Ofrece una visita guiada por lo que llama "el país de las maravillas de la música". Los estudios son enormes. Hay una sala revestida de granito, de arriba abajo, para grabar pianos. Otra a oscuras, con estrellas fosforescentes, que llaman The Galaxy Room y se usa para meditar. En las paredes, sus premios. No está el Oscar, pero sí la moto púrpura -su color fetiche- de la portada de Purple Rain. Al pasar por un estudio señalan un folio abandonado con unos garabatos como si fuera una reliquia, prueba de que ha estado trabajando aquí mismo hace poco. "No tiene sentido del tiempo. Con él no hay horarios. Siempre está trabajando. A cualquier hora."
Huele a lavanda. "Tenemos velas perfumadas 24 horas al día", dice Trevor, que se disculpa por no enseñarnos las zonas privadas. "Él no vive aquí, no puedo decir dónde vive porque no lo sé. Cuando no está en Paisley Park, se desvanece." Todo indica que reside en Los Ángeles desde 2008, tras su segundo divorcio.
En un pasillo, un mural mesiánico -en general todo tiene un desasosegante aroma a culto a la personalidad- sitúa a Prince en el centro. A su derecha, sus predecesores: Santana, Hendrix... Un lugar destacado lo ocupa Larry Graham, bajista, la persona que convirtió a Prince a la fe de los testigos de Jehová, en 2001.
Su fe impregna el ambiente. En Paisley Park no se sirve ni carne ni alcohol. Sus canciones ya no son aquellas incitaciones al sexo de sus primeros años. Ya no quiere hablar de temas como "Head", en el que aparecía eyaculando en el vestido de una novia que se dirige a su boda. "Tienes una copia de ese disco, ¿no? He escrito tantas canciones que ni pienso en ella. No me siento atado a un tema de esa manera. No podría avanzar si estuviera vinculado a una canción de mi pasado. Ser testigo de Jehová ha hecho que me esfuerce más en contar las mismas cosas de otra manera. Me ha acercado a la verdad. Además, ahora los fans son mayores, tienen familia, quieren traer a sus hijos. Es un buen movimiento, llegas a un público mayor para que experimente lo mismo."
Antes de su conversión había recobrado su nombre. Durante los 90 se enzarzó en una disputa legal con su discográfica. Warner había registrado su nombre y él decidió rebautizarse con un símbolo. Ahora está en todos los tamaños posibles, adornando las paredes.
Prince es la creación de Prince Roger Nelson. Ha funcionado tan bien que, sin haber publicado un disco de auténtico éxito desde 2006, sigue teniendo las prebendas de una superestrella. Genera noticias y llena estadios, pero aunque el suyo es un nombre familiar para mayores de 30, apenas existe para los menores de 25, a los que aconseja que no firmen contratos con discográficas. Él, que firmó el primero con 17 años. "No soy quién para decirles lo que tienen que hacer, pero es evidente que las compañías ya no tienen dinero. Yo no conseguí lo que conseguí por una discográfica. Si no hubiera logrado un contrato, habría seguido tocando. Y cada vez que tocábamos, éramos mejores. Teníamos un estudio para grabar. Y cuanto más grabábamos, mejor lo hacíamos. Las compañías no me enseñaron nada, yo tenía mis propios maestros." Asegura que hoy a la música le falta riesgo. "¿Cuándo fue la última vez que te asustó alguien? En los 70. Ahora no hay nada que copiar."
Es curioso, porque construyó su mito intentando ser un artista que pudiera entrar en el living de cualquier casa. Al principio evitando ser visto como un artista para el público negro. Algo que todavía considera un lastre para las relaciones con la industria. "Solo hay que mirar la historia. U2 ama a su compañía discográfica. En cambio Sam Cooke murió por su culpa", afirma rotundo cuando se le pregunta si las relaciones con los sellos son más difíciles en el caso de los artistas negros. En sus inicios incluso ocultó su origen asegurando que su madre era italiana. Hoy parece haberlo olvidado y se ríe del caso de la activista pro derechos de los afroamericanos Rachel Dolezal, que mintió sobre su raza. "Esa señora que aseguraba que era negra cuando era blanca", suelta con un gesto pícaro.
Ahora se siente apreciado, dice. "Más respetado y escuchado que nunca. Hoy puedo hacer muchas más cosas." Tras probar todo tipo de distribuciones para sus álbumes -lleva 38 en 37 años de carrera-, cree haber dado con la clave: Tidal, la plataforma que ha creado el rapero Jay Z para hacer la competencia a Spotify y Apple Music. En ella ha publicado su último disco, Hit n'Run, en septiembre. Solo en formato digital. Él, que dijo que Internet había muerto. "Y tenía razón: dime un músico que se haya hecho rico con las ventas digitales. Sin embargo, a Apple le va bastante bien con ello, ¿no?".
Un rey prolífico y misterioso en plan homenaje
Mezcla rara de Elvis con Michael Jackson (si quieren agréguenle pinceladas de Say No More), Prince encarna mejor que nadie en la actualidad la figura del artista misterioso, del hombre escurridizo, reacio a seguir con los cánones de la industria discográfica, el show business y hasta las reglas protocolares más básicas. Anoche, en los Paisley Park Studios de Minneapolis, puso de nuevo en marcha su tour más original en décadas: Piano &A Microphone. El tramo europeo de la gira se suspendió a poco de anunciarse por los atentados de París, pero fue reprogramado para junio próximo. En el reencuentro con su público en su "pago chico", el autor de "Purple Rain" homenajeó a David Bowie y dio uno de esos conciertos que sus asistentes tildan de memorables. Eso es precisamente lo que él busca, trascender.
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