Primavera Sound: Björk hipnotizó a todos con su aura mágica y con los clásicos irresistibles de su repertorio
La cantante islandesa cerró la jornada que antes había tenido las participaciones de Julieta Venegas, Javiera Mena y Feli Colina
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“Respeto emocional”. Algo así como responsabilidad afectiva, pero con el foco mejor direccionado. Eso pide Björk en “Stonemilker”, el tema con el que abrió anoche su presentación en Primavera Sound. La canción, escrita 9 meses antes de su separación de Mathew Barney, en 2014, es un melodrama sobre la imposibilidad del diálogo en un vínculo roto, sobre el poder que ejerce sobre el otro quien se arroga el derecho de no comunicar. Björk tocó esa canción en vivo por primera vez el mediodía del 7 de marzo en el Carnegie Hall de Nueva York, vestida de novia y con una corona de espinas que le invadía el rostro. Su voz estaba ajada, al borde del llanto, y ese pedido por el respeto emocional parecía una súplica, un pedido de tregua al público, que veía cómo la artista arrastraba su dolor sobre el escenario. Si el pedido de respeto en Aretha Franklin (“R-E-S-P-E-C-T”) suena con groove y actitud, en Björk era todo lo contrario.
Ahora estamos en noviembre de 2022 en Argentina, en Costanera Sur. La propuesta es parecida pero diferente. También la acompaña una orquesta de cuerdas, la estable del Teatro Colón, en este caso. Aquí no hay programaciones, no hay sintetizadores, máquinas, y lo más parecido a un beat será el ruido del micrófono cuando Björk lo coloca en el soporte. En lugar de espinas en su cabeza hay una suerte de cornamenta y en lugar de vestido de novia tiene uno multicolor con flecos que cuelgan a sus costados, es una suerte de hada del altiplano alucinada en pleno viaje de candyflip. La luna, llena y amarilla se hace paso entre nubes grises poco consistentes, como si hubiese salido para confirmar la posibilidad de lo fantástico, a menos de media hora del Obelisco. Pero si algo cambió, sobre todo, es su voz, que ahora suena entera y brillosa. El pedido por el respeto emocional ya no es súplica sino una exigencia, o una invitación a la complicidad para una propuesta que hubiese corrido mejor suerte en un teatro, aunque el sonido en el predio del festival fue irreprochable.
Los pizzicatos en “Aurora”, el segundo tema del repertorio, fueron la primera muestra de que los arreglos de cuerda no buscarían ni romantizar (en términos de Romanticismo) las versiones ni tampoco enfatizar sus costados experimentales. Se trató más bien de un acompañamiento orgánico, con sutilezas y colores tímbricos puestos en función de la voz más que de la solemnidad, incluso cuando en “Come To Me” tanto la orquesta como Björk jugaron a los aires de adaggio. “Gracias”, saludó y repitió la cantante, con la R bien pronunciada, en esa vikinguización de todos los idiomas que ya es marca de estilo de la islandesa. Pero más allá de la descripción sonora de cada tema, lo que hizo que el concierto fuese un episodio Björk, fue el total despegue del concepto sonoro de su disco más reciente y del contexto festivalero.
Si Fossora, el álbum que publicó este año, sorprende por la mixtura de clarinetes bajos y bases electrónicas que hasta por momentos se convierten en beats de reggaetón, sobre el escenario todo eso estuvo ausente. De hecho, el único tema del disco fue “Freefall”, que ya en su versión original está dominado por las cuerdas y tal vez por eso se hizo lugar en el repertorio del miércoles por la noche.
Hacia la mitad del concierto, que tuvo 14 canciones en total, “Hunter” fue lo más parecido a una concesión pop. Las cuerdas más graves (cellos y contrabajo) propulsaron una fanfarria y Björk entregó su destreza vocal e interpretativa, con jadeos en las partes instrumentales y moviendo las manos como un robot que está probando sus articulaciones recién aceitadas. Para “Jóga”, los movimientos se humanizaron y entregó sus mejores agudos, retorcida pero proyectada hacia adelante, cual soprano que quiere atacar el cielo en diagonal. Ya hacia el final, “Hyperballad” fue el otro hit de la noche, con tanta fragilidad que de híper balada pasó a ser intra balada, pero festejada por el público y aceptada como concesión infaltable en una presentación de Björk.
“Pluto” como único bis y su estribillo onomatopéyico fueron el cierre para un (anti)show de menos de 80 minutos de duración y una jornada con grilla femenina, que se completó con Feli Colina, Javera Mena y Julieta Venegas. “Perdón, pero tengo que explotar mi cuerpo fuera de mí”, cantó Björk en su canción final, para concluir una entrega en la que lo emocional (más que de la emoción) fue su fuerza motora de esta visita a la Argentina y también de su obra. Una obra que se completa en cada uno de los giros inesperados que toma en ese laberinto artístico que también se completa con su propuesta en vivo.
“Pensé que podía organizar la libertad”, canta en “Hunter”, para luego darse cuenta de que eso no es más que una ambición. El concierto de anoche, entonces, tal vez pueda pensarse como una nueva pieza del rompecabezas que es la libertad para Björk. Un rompecabezas de la que ni ella sabe la forma final, pero que intenta armar con el respeto emocional que darle canciones al mundo significa.
Antes de Björk y su propuesta “anti-festivalera”, Julieta Venegas también sumó cuerdas a su repertorio, aunque mantuvo su banda y el latido pop latinoamericanista de las canciones. “Eres para mí”, ”Limón y sal” y “Me voy” sonaron como hits amables para acompañar el atardecer y confirmar el perfil de la mexicana -que ya es toda una ciudadana argentina-, una cancionista con encanto popstar y andar folk.
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