Primavera Sound: bajo la lluvia, Arctic Monkeys tocó en el festival
Juana Molina, Phoebe Bridgers, las japonesas Chai e Interpol, entre otros, funcionaron de previa para el show principal
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Arctic Monkeys contra la tormenta. Así podría llamarse una película que registre el paso de la banda de Alex Turner por el primer Primavera Sound Buenos Aires.
Con un gran disco nuevo todavía humeante, The Car, los ingleses salieron a dar cuenta de lo que eran desde el vamos, el nombre más rutilante de un cartel que contemplaba a Björk, Travis Scott, Lorde, Charli XCX, Interpol, Hernán Cattaneo y muchísimos más. En la previa sonó “Last Train to London” y Tom Jones, mientras la llovizna comenzaba a transformarse en lluvia. Elegante, como siempre, anteojos negros y saco de crooner, Alex salió a cumplir con los pactado. Pero más allá de la lluvia, que cuando arrancaron su set no llegaba al volumen de otros puntos de la ciudad, surgió algo inesperado.
Los festivales de música tienen ese no se qué, ¿viste? Hay imprevistos y hay corridas que le suman más adrenalina a este tipo de encuentros. En el cierre de la primera edición de Primavera Sound Buenos Aires, la producción tuvo que salir a jugar fuerte y cambiar los horarios de la grilla sobre la marcha. También la extensión de cada show. Todo un desafío contrarreloj para evitar que la tormenta se salga con la suya. Así, a unas horas de que se abrieran las puertas y con el recuerdo fresco de los shows de ayer de Travis Scott, Hernán Cattaneo y Charli XCX, entre muchos otros, los fanáticos de Arctic Monkeys se enteraron de que la banda de Alex Turner tocaría unos minutos después de las 19 y ya no más allá de las 23. Una buena medida.
En la variedad está el gusto y algo de eso sabe este festival creado en Barcelona hace 20 años y con la música indie como faro para alumbrar sus carteles. “Los fanáticos en España hablan en las redes sociales de si tal banda es o no es primavereable”, nos cuenta Alfonso Lanza, director de Primavera Sound. Y eso tiene su correlato en el campo de juego... o mejor dicho en el enorme predio de Costanera Sur donde están desplegados seis escenarios, stands de marcas que son sponsors del encuentro y una variada oferta gastronómica, además de un patio cervecero.
Juana Molina hace lo suyo en uno de los escenarios principales. Su fórmula es irresistible y esas capas de guitarras, bajos y voces que graba y reproduce en tiempo real, no por ya conocidas dejan de sorprender y de emocionar. Cuando dice que uno, frente al espejo, “pone la cara que espera ver en el reflejo”, está diciendo una frase muy Juana. Esas capas, ese entramado sónico, no es más que la personalidad de la cantante, compositora y actriz que se despliega en escena mostrando varias de las Juanas que habitan en ella.
Si antes uno descubría música gracias a un amigo que le recomendaba escuchar algo, ahora festivales como este cumplen con esa función. Porque acá no hay streaming posible: hay que subir al escenario y “pelar”, y la realidad se impone. El público elige ya en la primera canción y si no se siente atraído corre hacia otro espacio. Esto sucede con aquellas bandas que pocos conocen, claro está. Como las Chai, cuatro japonesas que parecen salidas del animé. Vienen de Nagoya, se llaman Mana, Kana, Yuuki y Yuna y combinan coreos y cantos bien agudos con teclados y una batería potente, que se toca como si fuera la última vez. Un aprobado rotundo.
El retorno de Lorde
Al momento en que Lorde subió al escenario Samsung, tenía la certeza de que su show iba a ser el último de su gira mundial por lo que resta del año. Lo que supo al bajarse del tablado es que su presentación sería también la última de Primavera Sound Buenos Aires. Entre una instancia y otra, la cantante neozelandesa desplegó un show performático en el que el pop y la tradición arty se dieron la mano en señal de aprobación mutua. Así como en 2018 su presentación en el Personal Fest terminó por ahuyentar una tormenta heredada del día anterior, en Costanera Sur parecía alimentar el caudal de agua de las nubes, como si se tratase de un proceso más del planteo ambientalista de su último álbum, Solar Power.
Y si bien su show tuvo a las canciones de Melodrama, su segundo disco, como grandes protagonistas, el diseño de espectáculo estuvo montado sobre el andamiaje conceptual de su más reciente trabajo. Una escalera posicionada sobre un cilindro acostado convertía al escenario en un gran reloj solar en rotación constante, permitiéndole a Lorde mostrarse a contraluz en medio de la inmensidad del predio. Puestas una atrás de otra al comienzo del recital, “The Path”, “Homemade Dynamite” y “Buzzcut Season” fueron de adelante hacia atrás en el repaso histórico, y en sentido inverso en términos de expresión y emotividad, para que después “California” sumase pinceladas de un pop caleidoscópico, o la traducción posible a cómo debe sonar la luz al atravesar las gotas de agua que caían del cielo.
“El clima está loco, pero estamos todos juntos en esto”, dijo Lorde antes de interpretar “Ribs”, de su primer álbum, Pure Heroine. “La escribí cuando tenía quince, y la estoy haciendo ahora que tengo 26, así que esta es para todos nosotros a nuestros quince”, dijo sobre una canción que plantea el miedo al paso del tiempo. Acto seguido, la contención colectiva hecha canción. “Hard Feelings” fue un góspel para tiempos de BeReal, una plegaria convertida en palabra de aliento para el fin de una relación sentimental. “Mood Ring”, en cambio, aportó una cuota de sátira al hippismo moderno desde el lugar de los hechos, antes de que “Liability” buscase borrar del predio todo indicador de gigantismo festivalero sin más recursos que un piano y la voz de Lorde.
El cruce entre beats de hip hop y melodismo pop de “Royals” sirvió para conducir la emotividad en una dirección creciente que se manifestó primero en la ebullición de “Supercut” y luego en los beats acuosos de “Perfect Places”. La seguidilla dejó el camino allanado para la efervescencia de “Green Light” y esa despedida a fuego lento llamada “Solar Power”, con la guitarra acústica como generadora de climas. Y con el peso sobre sus hombros de tener que dar un show más corto del esperado culpa de la lluvia, la elección del cierre quedó en manos de sus propios seguidores. Tras someter el dilema a votación, “A World Alone” terminó siendo una despedida consensuada, al menos hasta el próximo diluvio.
Hombres de negro
Que el cielo comenzase a tornarse plomizo a la hora del set de Interpol parecía un caso de sincronía poética. Para su presentación en el Primavera Sound Buenos Aires, la banda neoyorquina buscó la anulación del color: apagó la pantalla del fondo del escenario y las dos restantes las hizo funcionar en un blanco y negro extremo. La búsqueda iba de la mano con la asfixia asfáltica de su repertorio: “Untitled”, de su álbum debut, Turn on the Bright Lights, bajó a Costanera Sur la angustia citadina de la Nueva York del cambio de milenio, con el baterista Sam Fogarino buscándole nuevas lecturas a una marcha que en su versión original parece inalterable. En el otro extremo estético, el tema siguiente: “Toni”, de su último disco, The Other Side of Make-Believe, con el guitarrista Daniel Kessler al piano y la banda buscando una épica más cercana a U2 o Arcade Fire que a la de un grupo de garage salido de Manhattan.
Así, el show de Interpol se sucedió en una serie de contrapuntos, donde a cada manifestación energética le seguía otra más climática y contemplativa. Ese juego de opuestos hizo que la banda saltase de “Evil” a “Fables”, y de “C’Mere” a la sofocante “Narc”, hasta que, entre un extremo y otro, encontró su balance en “Obstacle 1″, un hit que no acusa recibo del paso del tiempo. Después, “Passenger” se perfiló sobre un beat oscuro y un aura misteriosa, mientras los relámpagos comenzaban a vislumbrarse detrás del escenario, convirtiendo a la canción en la banda de sonido propicia para un eventual fin del mundo. Dentro de esa lógica, “All the Rage Back Home” prometió una tranquilidad que no supo ser, un remanso valvular que se deshizo al primer redoble de batería para transformarse en un post punk galopante.
Y si de post punk se trata, la línea de bajo pendulante de “The New” estuvo a tono con la camisa de Public Image Limited que ostentó el bajista Brad Tuax. La canción nació de un groove intenso y dio lugar a un pasaje instrumental de flotación controlada, dejando el camino listo para que “PDA” y “Slow Hands” fueran una despedida con Interpol a la altura de su propia historia.
Santiago Motorizado en slow motion
“¿Ustedes vinieron al Primavera Sound a escuchar una zamba?”. Parado en el centro del escenario, Santiago Motorizado (o Barrionuevo, si se gusta) parecía estar probando el grado de respuesta de su público. Pero la pregunta no escondía metáforas: lo que siguió a continuación fue efectivamente una zamba, “Muchacha de los ojos negros”, con Felipe Quintans secundándolo desde la guitarra criolla. El gesto no fue el único timonazo inesperado: con la banda de sonido de Okupas (Canciones sobre una casa, cuatro amigos y un perro), el líder de Él Mató a un Policía Motorizado se permitió salirse de la zona de confort y pasearse por una pluralidad de estilos. Del himno guitarrero onanista de “Tanto tonto” a esa balada sufrida llamada “Mil derrotas”, el repaso también incluyó escalas en el tango y la cumbia, con “La juventud y “Tonto corazón”, respectivamente.
La faceta solista le permitió también a Barrionuevo cambiar de instrumento y así convertirse en el cantante y guitarrista de un cuarteto con mismas dosis de nervio que de frescura. El formato fue el armazón propicio para las inéditas “Camino de piedras” y “El pastor”, una canción de misa electrificada, como si Damon Albarn hubiera crecido en La Plata en vez de en Essex, y encontró su mejor forma en “Amor en el cine”, que prometió una falsa tranquilidad que se evaporó después de su primer estribillo. Y si la idea era permitirse salir de la norma, el repaso de las canciones de Él Mató... fue su expresión máxima, con “Yoni B”, “La noche eterna” y “El tesoro”, interpretados en cámara lenta y a guitarra y voz, como una colección de frases en slow motion que no hacían más que resaltar su progreso como vocalista. Y fue ese mismo progreso el que marcó el principio y el final del show: Santiago Motorizado no deja de ser un crooner a su propio modo, capaz de abrir su set con “Soy rebelde” y despedirse de manera lúdica. “Tengo un sueño muy simple para cumplir. Cuando yo diga ' Buenos Aires’ en la próxima canción, ustedes tienen que enloquecer”, dijo antes de retirarse con “You Are So Beautiful to Me”, jugando a ser un artista internacional que busca la complicidad de una audiencia en su primer contacto.
La danza de la lluvia de Arca
“Están gritando bruja debajo de la lluvia, esto es un aquelarre”, se presentó Arca, la DJ venezolana en uno de los escenarios alternativos del Primavera Sound. Y mientras los Arctic Monkeys decidían acomodar sus intensidades al antojo del clima, ella se entregó a las nubes para hacer de su set su propia danza de la lluvia.
El comienzo a pura afrodelia con sampleos a “Xtraga” y “Batida com emoçao” sentó las pautas de baile para un set que se fue deformando a partir de transiciones breves hacia momentos más cerebrales, hasta encontrar un punto de convivencia entre ambos extremos: una base de aires tropicales y sintetizadores y frecuencias rotas y pasadas en reverso por encima. “Ahí veo la bandera no binaria”, celebró mientras su vestido rojo se ondeaba al viento y su voz empezaba a llenarse de cámaras y delays. Arca, un número puesto en las ediciones españolas del Primavera Sound y, entre otras cosas, colaboradora de Björk, debutó en Argentina con una premisa clara: “Vamo’ a darle con todo”.
Reggaetón ibérico
“Afuera llovía”, cantó Bad Gyal en “Aprendiendo el sexo”, una de las canciones de su repertorio en el Primavera Sound. Pero si el verso ganó fuerza por el sentido de ubicuidad, lo cierto es que afuera el sonido que llegaba desde el escenario de Lorde y se colaba apenas la española terminaba de cantar se convirtió en el contratiempo más molesto del set. Y así, entre perreo, brillo y un andar a veces sexual y a veces desinteresado, la cantante entregó su cuota de reggaetón con tintes ibéricos.
Una 45 con diamantes en las pantallas, una coreografía con bailarines y abanicos (Locomía vibes) y un desgano a la hora de cantar, tuvieron a Bad Gyal relegando buen porcentaje de las partes vocales a las pistas pregrabadas a las que se sumaba para rematar los versos. Pero la invitación al perreo estaba ahí, latente y evidente sin sutilezas mediante una puesta que de tan glam terminó siendo kitsch.
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