Precisión y elegante equilibrio en la apertura de temporada del Mozarteum Argentino
Con dos obras orquestales, el celebrado ensamble austríaco fundado en 1946 exhibió todas las virtudes del modelo mozartiano al mando de la directora brasileña Simone Menezes
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Concierto de apertura de la 72º temporada de conciertos del Mozarteum Argentino. Orquesta de Cámara de Viena. Dirección: Simone Menezes. Piano: Stefan Stroissnig. Obras de Wolfgang Amadeus Mozart: Serenata nº 13 en Sol Mayor K.525 Eine kleine Nachtmusik, Concierto para piano y orquesta nº 9 en Mi bemol Mayor K.271 “Jenamy” (tradicionalmente conocida como “Jeunehomme”), Sinfonía nº 29 en La Mayor K.201. Nuestra opinión: excelente
Hay una cualidad que hace a la música de Mozart como a ninguna otra: que lo difícil luzca sorprendentemente fácil, cuando hay toda una maestría en ello. Dicho desde la perspectiva de los músicos: demasiado fácil para el principiante, lo que es demasiado difícil para el conocedor. ¿Qué razón encierra este supuesto contrasentido? El postulado de lo que en música se considera el ideal mozartiano, el non plus ultra del arte clásico: un pensamiento claro y fino, exquisito a la vez que profundamente humano, una expresión de apariencia ingenua y un don prodigioso para lo inmaculado y bello. ¿En qué radica, pues, la dificultad? En ejecutar esa perfección, un tipo de perfección que, por su discurso amable y accesible, en la lectura del intérprete mediocre es confundido con lo superfluo.
Todo lo contrario de la interpretación de la Orquesta de Cámara de Viena que, bajo las órdenes (sin batuta) de la directora brasileña Simone Menezes, fue el lunes 20 en la noche la encargada de dar vida al paradigma clásico por antonomasia en un concierto dedicado a la música de Mozart para inaugurar, en su octava visita al país, la 72º temporada del Mozarteum Argentino.
Con dos obras orquestales: la Serenata o pequeña música nocturna Eine kleine Nachtmusik y la brillante Sinfonía nº 29, más dos piezas de encore, los infaltables valses vieneses de Johann Strauss II (Voces de primavera y Tritsch-Tratsch Polka), el celebrado ensamble austríaco fundado en 1946 exhibió todas las virtudes del modelo mozartiano —por cuyo repertorio merece reconocimiento y premios internacionales—, que implica precisión, nitidez, equilibrio y elegante musicalidad. He aquí la diferencia por la cual el músico experto considera tan delicada (o difícil) la suma de habilidades para ejecutar las composiciones del genio salzburgués: que la precisión que demanda para los sonidos de la más pura calidad, no atente contra la intención y la gracia; que la nitidez y trasparencia que requiere la trama no vaya en detrimento de la cohesión, la homogeneidad y la consistencia; que la mirada analítica no se torne indiferente; que el equilibrio no se traduzca en gelidez, ni la belleza perfecta en carencia de humanidad, porque en la medida de esas proporciones es donde se encuentra el arte excelso como el aquel que alcanza la orquesta vienesa.
Refinamiento
Si bien la Serenata nocturna es una obra muy difundida, valió la pena volver a escucharla en una versión tan refinada, tanto como la vivacidad y el esplendor de la sinfonía que trajo lo más exultante de Mozart. Destacada la labor de la directora Simone Menezes, discípula notable del famoso Paavo Järvi, precedida de un importante curriculum del que se destaca su colaboración frecuente con compositores y agrupaciones de alto nivel. Menezes se distinguió por una gestualidad sobria y precisa sin amaneramientos ni sobreactuaciones, estética y plástica. En la obra concertante, su excelente desempeño se tradujo en la fluidez y naturalidad del diálogo solista-orquesta, sin nunca sobrepasar el caudal del piano cuyo protagonismo primó indudable a lo largo de toda la obra.
Por su parte, el talentoso Stefan Stroissnig demostró ser un absoluto dotado para el repertorio y la sonoridad clásica. El pianismo de Mozart, volviendo al concepto inicial de esta reseña, no es de aquellos que presuman de virtuosismos fatuos de modo que, en las antípodas de cualquier expresión vana, en los conciertos mozartianos, como debajo de una lente que revela todo, técnicas y sentimientos, no hay lugar donde enmascarar yerros ni hay jactancias donde esconder insustancialidad. El pianista parte de una consigna categórica desde el instante en que elige su instrumento, y es que el piano nunca suene como lo que en el fondo es: un instrumento de percusión. Su toque, en cambio, debe aspirar siempre al de la cuerda y, dentro de lo posible, a la más expresiva de ellas, que es la cuerda de la voz humana. Con su dicción aterciopelada, y sus legatos y fraseos más sensibles, Stroissnig superó esa aspiración primigenia y, en la obra fuera de programa —el bellísimo Impromptu D 889 de Franz Schubert—, completamente en solitario, fue conmovedor el logro de ese anhelo pianístico al que sumó la nostalgia y el candor del otro compositor vienés (un detalle muy al margen: el uso de la partitura, algo que, si bien en otras épocas hubiese resultado inadmisible para un especialista, refleja una flexibilidad bienvenida frente al exigente, aunque no innato requisito para la música: la memoria).
Entre los vaivenes de la Argentina y el péndulo que oscila nuestro devenir, hay un clásico que, como esta música, en tiempos de crisis y en tiempos de bonanza, perdura desde hace más de 70 años entre los hábitos más nobles de nuestro bendito país: el Mozarteum Argentino.
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