Por qué Lemmy Kilmister fue un ícono del rock
El líder de Motörhead, que murió anoche a los 70, era desafiante, pendenciero y dueño de un estilo único a la hora de pararse frente al micrófono: suerte de profeta del metal, su misión en escena era meter miedo a los fanáticos que hoy lo lloran
Cuando una especie se extingue queda un vacío imposible de llenar. Lemmy Kilmister fue el último miembro de su estirpe, a no dudarlo. Podremos mencionar a Ozzy Osbourne y a Rob Halford (Judas Priest) como caras visibles de una legión de tipos duros, amantes del rock valvular, las motos y los excesos en todas sus formas y tamaños. De hecho, los tres coincidieron este año en Buenos Aires en una nueva edición del clásico festival Monsters of Rock. Pero a diferencia de sus amigos que cayeron en tentaciones varias (por caso, el reality que convirtió a Ozzy en un personaje de televisión), Lemmy fue rock desde que vino al mundo en la Nochebuena del 45 hasta que se fue ayer, un 28 de diciembre. Sí, justo él se vino a ir en el Día de los Inocentes.
"Si piensas que eres demasiado viejo para el rock and roll, es que lo eres", escribió Ian Kilmister en su autobiografía (White Line Fever). Hombre de convicciones y declaraciones potentes, este inglés que llevaba décadas viviendo en la soleada Los Ángeles vino al mundo cuando la Segunda Guerra Mundial pasaba a ser historia. Fue su generación la que creó primero el hard rock y luego el heavy metal, aunque él recién a los 30 años haría su gran aporte al género: Motörhead.
La banda que creó y con la que grabó 22 discos de estudio y giró por 40 años fue su vida. Tras la primera formación de la que participaron el guitarrista Eddie Clarke y el baterista Phil Taylor (murió en junio último) Motörhead fue Lemmy y con ella Lemmy se convirtió en dios.
Algunos pierden vigencia, otros caen en desgracia y, peor, a muchos los abandona esa legitimación rockera que no está escrita en ningún lado pero que se palpa en el aire, se siente, se respira. A Lemmy no le pasó nada de esto, al contrario, con casi 70 años intentaba ponerle el pecho a los achaques y seguir saliendo de gira. Debió cancelar shows en más de una oportunidad, pero la decisión estaba tomada: no iba a ser él quien abandonara.
"Nací para perder, vivo para ganar" era el lema de Motörhead. Con su ropa oscura, su bigote y sus sombreros (¡incluso sus shorts de jean!) construyó la imagen que acompañó a ese envase duro, recio, bebedor de litros y litros de whisky, desafiante, pendenciero y dueño de un estilo único a la hora de pararse frente al micrófono: suerte de profeta del metal, su misión en escena era meter miedo. Así mantenía al público imantado bajo su pulgar.
Son pocos los que no acondicionan sus gustos y su discurso a los tiempos que corren. Lemmy logró que fuera al revés, que el tiempo se aggiornara a sus costumbres.
De este lado del mundo Lemmy atesoró unas huestes tan fieles como en casi todos los rincones del planeta. A nadie le importaba que no alcanzara para colmar un estadio. Al contrario, los que estuvieron aquella noche de mayo de 2004 en el húmedo y peligroso Hangar de Liniers pueden inflar el pecho y mostrar con orgullo sus medallas. Ese día, Lemmy se volvió a enfrentar con la muerte, su amiga y rival a la que le ganó mil batallas. Menos la última. Que en rock descanses, querido Kilmister.
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