Simbología Beatle, manejo de pop y el amor después de la grieta: el rosarino entrega un álbum potente y desmesurado
Acostumbrado a las controversias, Fito Páez rema con ese estigma desde sus primeros años de gloria: no olvidar que en pleno auge alfonsinista, el rosarino fue uno de los pocos artistas del rock que enfrentó con canciones el dudoso progresismo de La Coordinadora, la juventud radical liderada por Enrique “Coti” Nosiglia. Aquellas viejas peleas en donde un arco opositor no le perdonaba el éxito continental, los romances con actrices o cualquier exceso de toda estrella pop, parecen nimiedades frente a la tolerancia cero que hoy imponen las redes sociales al más mínimo gesto de provocación que emita el planeta Páez.
La imagen de tapa de La ciudad liberada (un diseño de Alejandro Ros montado con fotos de Nora Lezano) desató la tormenta pacata sin detenerse en la escucha de, quizás, el mejor disco de Fito en 20 años. Son 18 canciones, todo un atrevimiento para tiempos de atención diferida e impaciencia digital, un camino arduo y también un ego-trip de miradas múltiples sobre el estado de las cosas cruzado por una intención oculta: el amor después de la grieta es una vía posible para acceder a una obra desmesurada pero no menos valiosa dentro de un mercado mainstream tan correcto como previsible.
El abrazo fraternal de “Aleluya al sol” es un arranque en sintonía Circo Beat bajo las coordenadas de un presente marcado por la consigna esencial de “que no haya ni una menos”. Es Fito con sus tics, tips e inflexiones post Peter Capusotto, pero también con un refinadísimo manejo pop y un swing imbatible que evoca a Charly García en “Tu vida mi vida”, con Fabi Cantilo como novia eterna y compinche necesaria para hablar del mejor amor.
La simbología Beatle es otra de sus obsesiones y tiene en “Wo Wo Wo” un buen modo de compartir los créditos de la canción con Pity Alvarez, luego de que un sueño develara la melodía. En la intrincada y geopolítica “Islamabad” aparece el título del disco tomado de una frase del poeta Néstor Perlongher, que Páez retoma en el tema homónimo, una radiografía sobre minorías, racismo y violencia.
El disco crece en “Soltá” y su cadencia tipo Caetano Veloso, se vuelve disco-music en “Nuevo mundo” y recorre el teclado de un piano de cola por las miradas fatales de “La mujer torso y el hombre de la cola de ameba”. Se vuelve feliz en el lirismo cinematográfico de “Otra vez al sol” e impone un malambo nervioso para la verborragia imparable de “El secreto de su corazón”, un relato de realismo mágico con facones y budas.
La patria oligarca tiene un nuevo himno en “El ataque de los gorilas”, aunque quizás lo más interesante surja de un piano percusivo al mejor estilo Elton John. “Navidad negra”, en cambio, es un alegato enmarcado por una orquestación dramática y un colchón electrónico que explota en la frase “entre tanta miseria, ¿quién puede ser feliz?”.
Cerca del final, sobresalen “Chica mágica”, con sus teclados sacados de un hit de los 80, y la preciosa melodía de “Los cerezos blancos”, que cuenta la historia de un amor japonés. Fito sigue cantando: tira tantas frases en “Plegaria” que es imposible seguirlo. Entre sus muchos atractivos y desmesuras, La ciudad liberada hasta tiene anuncio de conclusión con la explícita “Se terminó”. A modo de cierre instrumental, “5778” recuerda a los pianos de La la la cruzados con el aire cinematográfico de Pubis angelical, casi una evocación a cuando los discos se escuchaban completos y la gente se puteaba a viva voz.
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