Poderoso y sutil, en cantidades justas
Gran concierto de Goran Filipec en Ushuaia
Recital del pianista croata Goran Filipec. Obras de Torcuato Rodríguez Castro, Ludwig van Beethoven, Frédéric Chopin, Robert Schumann y Franz Liszt. Festival Internacional de Ushuaia.
Nuestra opinión: excelente
En todo festival, así en Salzburgo como en Ushuaia, las variaciones de calidad son parte de la norma. En el mejor de los sentidos, hay desniveles. En el punto más alto de esas variantes se ubicó Goran Filipec con su presentación en el salón del hotel Las Hayas, donde se lleva adelante, mayormente, el Festival Internacional de Ushuaia. Este pianista croata, de veinticinco años, ofreció un recital asombroso, perfecto, artístico e intensamente musical.
Dueño de una técnica asombrosa y un digno exponente de los modos de aproximación musical de la escuela pianística de Europa oriental, Filipec pone todas sus habilidades y destrezas, que, decididamente, son muchas, al servicio de un tipo de expresión intensa, aplomada, sensible y artesanal según las características de cada una de las obras que interpreta.
Misterioso y atractivo
Correcto y sin exageraciones inconducentes, comenzó con una breve pieza nacionalista y romántica de Torcuato Rodríguez Castro, un olvidado compositor argentino que fue, sin embargo, el primer maestro de Alberto Ginastera. Pero el asombro sobrevino cuando atacó la Sonata appassionata de Beethoven, con una justeza y una cantidad de variantes infinita para abarcar todos los espectros expresivos. Misterioso y atractivo en la presentación del tema, espectacular en los pasajes de furia beethoveniana y sumamente poético en cada una de las ocasiones en las que, correctamente, apartó el frenesí y la exaltación. El casi coral del segundo movimiento, austero y profundo, tuvo una lectura impecable y el final fue endemoniado y lírico, una combinación tan atractiva como poco frecuente.
El resto estuvo dedicado a los tres primeros grandes románticos del piano. En primer término, fue la tercera balada de Chopin y, después de la pausa, Humoreske Op. 20, de Schumann, y Valle de Obermann , de Liszt. Y en este repertorio, Filipec demostró ser un auténtico y brillante heredero de aquella escuela europea oriental que remite a Emil Gilels, Sviatoslav Richter y Lazar Berman. Poderoso y sutil en las cantidades justas, con una capacidad ilimitada para frasear y profundizar con poesía en los pasajes más tremendos, Filipec hizo caso omiso de las infinitas dificultades que pueblan con generosidad esas tres partituras y se dedicó a hacer música.
En la Balada Nº 3 de Chopin, puso la atención en el peculiar melodismo que identifica a Chopin y lo expuso de un modo magistral. En Humoreske , un extenso ciclo schumanniano integrado por pequeñas miniaturas cambiantes, complementarias y contrastantes, Filipec se mantuvo concentrado, atento a cada una de las peculiaridades de cada cuadro, y concluyó, como la partitura lo indica, con decisión, pero siempre atento a la exposición de ideas musicales.
Con todo, la gran perla de la noche fue Valle de Obermann , una extensa pieza de la colección Años de peregrinación , de Liszt, profundamente romántica y en la que el compositor indaga en armonías cromáticas, en melodías tan onduladas como de dirección indefinida y en misterios de difícil resolución. Tal vez con aquellas lecturas profundas y únicas de Berman en su historia Filipec trabajó arduo y expuso una interpretación insuperable de una obra que entremezcla a pura magia meditaciones poéticas con pasajes volcánicos con un idioma que, a su modo y desde el teclado, anticipa las armonías wagnerianas. Fuera de programa, ante un público que había valorado exactamente las maravillas ofrecidas, Filipec tocó dos estudios de Rachmaninov. Sí, claro, impecables, perfectos.
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