En una extensa charla con LA NACION, el prestigioso baterista adelanta el álbum y los conciertos de Versus, la flamante agrupación que convive con la consagrada Escalandrum, y ofrece una mirada desconocida del autor de “Adiós Nonino”
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En el amplio living del departamento de Pipi Piazzolla se respira arte. Piano de cola, obras de su abuela, la artista plástica Dedé Wolff -primera esposa de su abuelo Astor- y piezas de Soledad Petrelli, su mujer, también artista y madre de sus hijos.
Aunque todos lo conocen por su apodo, se llama Daniel, como su padre, también un gran músico. Hoy, gran parte de la agenda de Pipi Piazzolla está dedicada a las presentaciones de Versus, la flamante formación, que bucea en algunos sonidos eléctricos, en la que comparte el trabajo con otros tres músicos esenciales del jazz local.
Hay que escalar dos pisos para llegar a la terraza y encontrarse con el estudio donde el músico crea, ensaya y brinda sus clases a un nutrido grupo de alumnos. A un costado de la puerta de acceso a ese búnker, que mira a buena parte del barrio de Núñez, un letrero fileteado enuncia “Pipi room”. No miente, aunque hay que dar con la acepción correcta y no caer en escatologías. Allí se estacionan dos baterías que parecieran estar esperándolo siempre. Ni bien ingresa, se pone a tocar. El mundo parece detenerse para él y para el forastero en misión periodística.
-El piano del living me despistó.
-Estudié piano clásico cuando era chico y también lo hicieron mis hijos, ahora lo uso para componer.
-¿Pertenecía a tu abuelo?
-No, era de mi padre, pero me lo pasó a mí y él se quedó con el de Astor, dos pianos de cola en una sola casa era mucho. Aprendí a tocar en esas teclas.
Sus hijos adolescentes también están vinculados a la música, ya sea desde la ejecución como del canto, herencia marcada en el orillo. “Es que si sos chico y ves que tu padre es feliz con lo que hace, debe generar un efecto de enganche, es parte del ADN. En cambio, si los pibes observan que sus padres llegan del trabajo medio amargados, toman otro rumbo”.
Los músicos que tocan con Pipi se transformaron en tíos postizos para sus hijos, una suerte de comunión y afecto donde se comparte el amor por los bellos sonidos. Esos compañeros de pentagramas son los que conforman la reconocida banda Escalandrum -nacida hace un cuarto de siglo-, el Pipi Piazzolla Trío -que lleva más de una década de vida- y la flamante agrupación Versus, en la que el eximio baterista comparte la formación con Esteban Sehinkman, Gustavo Musso y Mariano Sívori. Versus nació en agosto del año pasado, aunque sus integrantes han compartido otras experiencias previas.
-Hay una matriz que emparenta a Versus con Escalandrum. ¿Lo percibís así?
-Seguramente tiene que ver con los integrantes del nuevo grupo, pero la propuesta de Versus es otra. Podríamos decir que Escalandrum es de cámara, suena más acústico y se reúne todas las semanas. En cambio, Versus es un grupo con músicas nuevas que nunca ensayó ni ensayará.
-¿Cómo es eso?
-Es el leitmotiv de la banda. Si aparece un tema nuevo, se lo conoce y se lo ensaya en la prueba de sonido e, inmediatamente, se estrena. La improvisación y la exploración sonora es un vértigo que nos gusta y define.
En ese proceso bien interesante de la creación aparece un trazado de sonidos posibles: “Arrancamos tocando standards de jazz y los modificamos haciéndolos más eléctricos”.
-Versus está definido por lo electrónico.
-Sí, y quizás menos jazzero, medio orientado al funk; en ese plan estamos. Ahora, lo que estamos haciendo es llevar música nueva, compuesta por cualquiera de nosotros, con su correspondiente partitura para que todos puedan tocar. Exploramos nuevos sonidos, algo que me gusta mucho.
El 18 de agosto, Versus lanzará Vs, su álbum debut, editado por Club del Disco, que estará disponible en todas las plataformas. Además, este sábado habrá dos funciones en Virasoro Bar, mientras que el 29 de agosto y el 19 de septiembre Versus tocará en BeBop Club, ambos reductos referenciales de la música, ubicados en Palermo. “Tocar algo nuevo, que no se parezca a nada”, define Piazzolla sobre la propuesta que ya comenzó a ofrecerse en vivo.
Como adelanto, vio la luz ”Marrakech”, el corte de tono oriental y con colores electrónicos y magrebíes compuesto por Esteban Sehinkman e inspirado en un viaje a Marruecos, lugar al que viajó el músico para alentar a San Lorenzo. Más exótico no se consigue. Si de fútbol se trata, Vs fue grabado tres días después a la final del mundial de fútbol. Algo de esa euforia se mixtura con los sonidos refinados del a banda.
Con la esencia de la modalidad de trabajo apostando a la impronta del instante, Vs fue grabado en una sesión en vivo vertiginosa y sumamente inspirada. “Tocamos cuatro horas en el estudio de un amigo y salió un disco”.
-En el vivo, ¿cuánto se permiten de improvisación?
-Todo.
-Es decir que la partitura no es un mandato inquebrantable.
-Es una guía armónica. Hay una estructura madre, pero la vamos modificando. Ahora, cuando vuelve la melodía, todos saben en qué lugar tiene que ir.
Ancestros
“Estuve seis días en Europa”. Pipi Piazzolla acaba de regresar de un viaje que tuvo resonancias especiales para él: “Fue un encuentro con las raíces, promovido por la agencia de turismo de Italia. Estuve en la región de Puglia, el lugar de donde es oriunda mi familia. Mi viaje sirve de promoción para que otras personas puedan viajar a conocer sus raíces”.
El músico viajó con su mujer, recorriendo Lecce, Bari, Ostuni, Monópolis, Martina Franca, Alberobello y Trani, la ciudad de donde es oriundo Pantaleón Piazzolla, el abuelo de Astor. “Pantaleón fue el primer Piazzolla que llegó a la Argentina, concretamente a Mar del Plata”.
-¿Cómo fue la experiencia?
-Impresionante, ni bien pisé ese lugar sentí que era de ahí. Es una ciudad con puerto, rodeada por el mar.
La recorrida por la pintoresca Trani, ubicada donde “comienza el taco de la bota de Italia”, fue apoyada por una guía que lo llevó hasta la mismísima casa donde nació su tatarabuelo. “No sabía que llegaríamos allí, así que casi me muero con la sorpresa”.
Pantaleón Piazzolla no es otro que el padre de Nonino, el papá de Astor, a quien el maestro le compuso el famoso tema del adiós. En realidad, Nonino se llamaba Vicente, pero Astor y su hermana le decían así. “Pantaleón y su mujer llegaron a Mar del Plata y allí tuvieron a Vicente”.
-En Trani, ¿hay vecinos con el apellido Piazzolla?
-No, pero hay una ciudad, a quince kilómetros de Trani, donde todos se llaman Piazzolla. Pero también está lleno de Pugliese, Troilo y De Caro.
Resistencias
-La música de Astor Piazzolla ha sido criticada desfavorablemente por sectores conservadores. Versus propone posibilidades de nuevas búsquedas y la adhesión a lo electrónico en el jazz. ¿También padecen resistencias?
-Ahora no existen las resistencias a nada.
-No sería bien visto.
-Está buenísimo, me encanta. Antes, quizás, la resistencia hacía que un proyecto llamase más la atención, te preguntabas ¿por qué todos están enojados con este tipo? Desde ya, puede haber gente a la que no le guste lo que hacemos.
-Eso es otra cosa.
-Exacto, pero ya no hay recriminaciones, cada cual tiene su lugar. Nosotros tocamos en bares y en festivales de jazz y ya sabemos por dónde pasa el mercado de la música, nosotros no estamos ahí.
-¿Qué te pasa ante fenómenos perdurables como el de Luis Miguel?
-Me encanta que suceda, es la esperanza de que todavía determinada música se escuche y que capta a los jóvenes. Es mostrarles que se puede cantar sin un afinador y que los músicos tocan en vivo.
Piazzolla se refiere a la tendencia de algunos cantantes a utilizar el afinador de voz, un artilugio que pretende disimular la carencia de virtuosismo.
-¿No es una estafa cantar con afinador?
-A mí no me gusta, estilísticamente puede estar bueno si se hace adrede, como el caso de Sting cuando tenía al tecladista que se ponía una manguera en la boca y hacía sonidos con su voz; también lo hizo Stevie Wonder. Es válido si se quiere manipular la voz buscando determinado sonido.
-Pero, en esos casos, se trata de un recurso explicitado.
-Ahora lo hacen para que les suene la voz, por eso me gustan esos artistas que tocan y cantan como si estuvieran en un garaje y suenan increíbles.
El músico también se refiere a aquellos talentos no visibilizados por la industria: “No nos llega la información de mucha gente que el mercado no te los muestra. Estoy seguro que en Rosario siguen saliendo cantautores a rolete”.
-Actualmente tiene mucha injerencia un fenómeno aglutinado en la llamada “música urbana”, que puede incluir desde el rap hasta el trap y ciertas variaciones de lo romántico. ¿Tenés llegada a este género? ¿Lo has escuchado?
-Sí, claro, lo escucho a full.
-¿Qué opinión te merece?
-Salvo excepciones como Catriel o Paco Amoroso, que no es trap, mucho no me gusta, pero lo respeto, está bueno que se pueda hacer música y de la manera que se quiera. En lo que no estoy de acuerdo es que el género se llame “urbano”, porque esa es la denominación del tango en Buenos Aires y del jazz en Nueva York.
Influencias
-¿Por qué elegiste la batería para expresarte como músico?
-Se me dio así. A los 13 o 14 años, época en la que ya tocaba piano, comencé a ir a la popular de River, donde descubrí los bombos y los tambores, algo que me deslumbró, porque veníamos de la época de los militares, así que lo que era murga estaba medio silenciado.
-Es decir que hubo una semilla en los bombos de la popular de River.
-Sí, me mataron, salí de ahí y empecé a hacer sonidos en la mesa de mi casa. A partir de eso, cada vez que escuchaba una banda, prestaba atención a la batería. Me di cuenta que en la batería estaba toda la idiosincrasia de la murga en un solo instrumento y, en cuanto me puse a estudiar batería, me enamoré del instrumento.
Piazzolla comienza a golpetear la mesa con los dedos y allí hay rítmica bella, armoniosa. “Es lo primario”, define y deleita con ese acompasamiento espontáneo.
Allá lejos, cuando ya la batería era una vocación inquebrantable y siguiendo el paso de sus amigos de la secundaria, se inscribió en la universidad para cursar la carrera de Marketing. “Duré un solo día, no era para mí”. También hubo algo de mandato en la elección de los claustros: “La mitad de mi familia tenía terror que siguiera con la música”.
-A pesar de la estirpe a la que pertenecías.
-Es que a mi abuelo le fue bien en los últimos diez años de su vida y a mí papá le fue bien en una época, pero después tuvo que poner un restaurante para poder vivir.
Recuerda que, en la primera clase en la universidad, un docente recomendó la lectura de dos diarios especializados en economía: “Me levanté y me fui”. De la universidad se fue directo al restaurante de su padre, quien celebró la iniciativa. También estaba su abuelo, quien le dijo: “Grande pibe, sé músico, sé pobre, pero sé feliz”.
Aquel restaurante familiar, dedicado a las hamburguesas y los lomitos, quedaba en Maure y Libertador, cuando Las Cañitas era un barrio más sencillo y sin la competencia de las famosas cadenas extranjeras que luego pisarían el país. “Fue un éxito, mi papá había vivido con mi abuelo en Nueva York, así que conocía cómo se hacían esas hamburguesas”.
-Tu abuelo Astor te regaló mil cuatrocientos dólares para que pudieras comprarte la primera batería.
-Sí, antes había estudiado un año sin batería propia, pero aprobaba todas las lecciones.
-¿Cómo ensayabas?
-Practicaba con las carpetas de la escuela, con objetos, hasta que vendí todo lo que tenía, incluso la pelota de fútbol, pero no me alcanzaba para comprar la batería. Cuando mi abuelo se enteró, me la regaló, fue espectacular.
Daniel Piazzolla, su padre, también es uno de los grandes músicos de nuestro país, quien llegó a integrar el octeto electrónico del creador de “Adiós Nonino”. “En esa agrupación, mi abuelo utilizaba bajo y guitarra eléctrica, sintetizadores y batería”.
Astor
-¿Cómo recordás a tu abuelo?
-Era muy divertido, tuve la suerte de que me llevara a todos los conciertos que dio en Buenos Aires desde que cumplí diez años hasta mis diecinueve. Íbamos los dos solos o acompañados por Laura (Escalada), su mujer. Me decía “Pipi, te paso a buscar” y nos íbamos.
-¿Qué conciertos recordás?
-Me llevó al Teatro Colón, al Ópera, a la Capilla. También fui mucho a la Sociedad Italiana, donde ensayaba.
También eran habituales las charlas de Pipi con Astor en el departamento que este tenía en Ortega y Gasset y Libertador, balconeando al Hipódromo de Palermo: “Nos juntábamos mucho en su casa, hablábamos de música, me daba recomendaciones, escuchábamos discos mientras tomábamos el té”. También iban a algunos bares elegidos por el creador de Libertango para tomar café. “Era un gran vínculo”.
-¿Cómo era su carácter?
-Tenía muy buen humor, le divertía asustar a sus nietos.
-Contame alguna de esas bromas.
-Me acuerdo que bajaba las persianas de su casa, dejaba la puerta del palier de su departamento abierta y se escondía. Entonces, yo bajaba del ascensor y lo llamaba, ya sabiendo que iba a hacer alguna de las suyas.
-¿Cómo qué?
-Podía aparecerse disfrazado como el “hombre lobo” y correrme por toda la casa.
-Me cuesta imaginar a Astor Piazzolla disfrazado como el “hombre lobo”.
-Le encantaba disfrazarse, se ponía cualquier cosa, también hacía de Frankenstein y de Drácula.
El transcurrir del tiempo hace que se pierdan algunas nociones. Si hoy Astor Piazzolla es un eximio reconocido en el mundo entero, no siempre fue así, sobre todo, en Argentina, un país reacio a algunas rupturas estéticas.
-Decías que a Astor le comenzó a ir bien en los últimos diez años de su carrera. ¿Antes qué había sucedido?
-La tenía que remar. Si acá le iba mal, se iba para Italia a sobrevivir, pero, a veces, lo dejaban de garpe en medio de la gira y se tenía que volver, como le sucedió cuando fue a Brasil.
-”Dejar de garpe” a Piazzolla habla de una gran incomprensión.
-A él le comenzó a ir bien con el segundo quinteto, en el que también estaba Pablo Ziegler, Oscar López Ruíz, Fernando Suárez Paz y Héctor Console. Ahí comenzó a hacer doscientos conciertos por año en Europa. Esto fue desde 1979 hasta 1990, cuando se enfermó.
-¿Astor padeció un ACV?
-Sí, fue fuertísimo.
Luego del episodio cerebrovascular, Astor Piazzolla vivió dos años más, aunque con sus capacidades muy limitadas: “No podía hacer nada”.
-¿Era consciente de su situación?
-No se sabe...
-¿No se expresaba?
-No, aunque creo que entendía, no estaba dormido, podía señalar algo o mirar la televisión, aunque no sé si lo que veía llegaba a comprenderlo. Algo que me llamaba mucho la atención era que, cuando lo iba a visitar, comenzaba a hacer ritmo con la mano izquierda, pero los médicos decían que no había manera de comprobar si me reconocía.
-Si llegabas y golpeaba las manos con ritmo, algo se deduce de eso...
-Yo creo que sí.
Identidad propia
-Decías que hoy no es bien visto recriminarle a nadie su música, es decir, la cultura de la cancelación no entraría en carrera para lo artístico.
-Pero sí se baja a un artista cuando dice algo que no gusta, esa cancelación aún existe.
-Así como tu abuelo y tu padre, vos también sos muy fiel a tu propia identidad artística, aún cuando no sea el camino más fácil.
-Hacer lo que me gusta es el camino más sencillo, en cambio, no sería tan sencillo hacer lo que los otros quieren. No le debo nada a nadie y voy para adelante. Además, a los músicos de jazz no nos gusta ser exitosos ni famosos, sino ser mejores. Somos fanáticos de nuestro instrumento. Si esa herramienta te da éxito o fama, bienvenidos, pero será una consecuencia. Una consecuencia de un trabajo muy profundo y no por manipular la música para que llegue a cual o tal lado.
En esa lógica de la fidelidad, el homenaje a Astor Piazzolla que hizo Escalandrum ganó un premio Gardel de Oro. “Nos arriesgamos y dio sus frutos”.
-¿Cómo te atraviesa el tango?
-Lo tengo en la sangre. Mi manera de componer es lírica y creo que tiene que ver con el tango, que tiene una melodía hermosa.
-¿Qué tango te gusta?
-El de Astor Piazzolla, primero lejos, aunque hay otro tipo de tango que también me interesa.
-¿Osvaldo Pugliese? ¿Aníbal Troilo?
-Me encantan Pugliese, Troilo, Horacio Salgán, Carlos Gardel, pero Piazzolla representa el futuro.
-Sos un músico extraordinario. De todos modos, ¿existe la presión del apellido?
-Si no hubiese estudiado lo que estudié y las horas de práctica que tengo, quizás sí; pero, como me formé tanto y nunca fui con algo atado con alambres sin saber que es lo que haría, el apellido no me juega en contra.
-¿Nunca pesó el “tengo que estar a la altura de”?
-Hubo un poco de “tengo que estar a la altura de”, pero cuando tenía veinte años. Ahí me di cuenta hacia donde tenía que ir. Así que de pronto me veo estudiando en Estados Unidos, gracias a que mi papá hipotecó su casa para que yo pudiera viajar.
En 1992, a sus veinte años, en la primera clase en el Musicians Institute de Los Ángeles, un docente le preguntó si tenía algo que ver con Astor. Cuando Pipi le confirmó el parentesco, el profesor lo hizo poner de pie para que sus compañeros lo alabaran: “Ahí me dije que esto era a matar o morir y comencé a estudiar diecisiete horas diarias, durmiendo sólo cuatro. Así, encerrado, pasaron quince años de mi vida, estaba en la cueva. De hecho, cuando la conocí a mi mujer, me dijo: ´Vamos a tomar mate a la plaza´, algo que era insólito para mí”.
-¿Fuiste?
-Terminé yendo, pero me sentía raro, a las tres de la tarde nunca estaba en otro lugar que no fuera estudiando y tocando.
Terminando la charla, Pipi Piazzolla no desoye aquella presión del apellido, pero también concluye en que “era una gran motivación” y que su propio rigor también es herencia: “Mi abuelo se levantaba a las siete de la mañana para componer y practicar”.
Tocó con todos. Hizo terapia buscando desenredar la angustia que le insumía la autoexigencia en la búsqueda de la perfección. Y, de tan inusual, deslumbró con sus bombos y platillos tanto en el Teatro Colón como en el estadio Monumental de River Plate, el club de sus amores.
-¿Argentina le debe algo al apellido Piazzolla?
-Se lo reconoce mucho, quizás faltarían más estatuas importantes y creo que la avenida Callao se tendría que llamar Piazzolla.
-La luna que rueda por allí estaría agradecida.
-Me imagino esa avenida llamándose Piazzolla y, cuando se cruza con Libertador, una estatua gigante de Astor observándolo todo. En cambio, en Mar del Plata, su ciudad natal, se encuentra el aeropuerto que lleva su nombre, al igual que la sala más grande del Auditorium, el teatro principal de la ciudad, y una bella estatua se ubica en Plaza Colón. Por suerte, la Fundación Astor Piazzolla hace grandes cosas, con Laura Escalada y mi primo Daniel, hijo de Diana Piazzolla, trabajando allí.
-Buenos Aires le adeuda algo importante a Astor.
-En plan de pensar, también una estación de subte podría homenajearlo.
-¿Se lo planteaste a alguna autoridad?
-No me gusta pedir nada.
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