Piotr Beczala: un tenor de excelencia y un pianista sobresaliente para un recital de excepción
La temporada número 70 del Mozarteum Argentino, tras dos años de silencio por la pandemia, tuvo un comienzo inmejorable con el debut del rutilante intérprete polaco en el Teatro Colón, excepcionalmente acompañado por Camillo Radicke, verdadero artista del canto de cámara
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Recital de Piotr Beczała, tenor, con Camilo Radicke, piano. Programa: Arias de Verdi, Stanisław Moniuszko, Chaikovsky, Gounod y Puccini; canciones de Leoncavallo, Francesco Paolo Tosti, Stefano Donaudy y Rachmaninov. Abono del Mozarteum, en el Teatro Colón. Nuestra opinión: muy bueno
Tras los dos años de silencio, forzado por la pandemia, el Mozarteum Argentino abrió su 70ª temporada con un muy breve discurso de Luis Erize, el presidente de la entidad, en el que, además de recordar la labor de la fundadora de la institución, Jeanette Arata de Erize, su madre, señaló la frondosa historia y la muy significativa huella que el Mozarteum ha dejado en toda la geografía argentina. E, inmediatamente, ingresaron Piotr Beczała y Camillo Radicke. En la apertura del recital, para sentar presencia y afirmar su solvencia y su musicalidad, el tenor polaco cantó “Questa o quella”, del Rigoletto verdiano. Como afirmando “Acá estoy yo”, se mostró enérgico y seductor, con una dicción impecable y una voz envolvente y muy atractiva. Al mismo tiempo, a su lado, también estuvo Radicke: sería un grave error anunciarlo como un mero acompañante, ya que el músico alemán es, desde el piano, un verdadero artista en ese campo tan único y peculiar que es el del canto de cámara. A lo largo de toda la noche, sus toques fueron de una precisión consumada en el momento de tener que seguir cada una de las inflexiones y licencias interpretativas que se tomó su compañero de aventuras, y lució notable y artístico en sus momentos solistas, en cada introducción, interludio o remate de las arias y canciones con las cuales fueron construyendo el recital.
Beczała, por su parte, es un tenor de élite en el mundo de la ópera, en los principales teatros del Hemisferio Norte. Con una soltura llamativa y una afinación insuperable se pasea con elocuencia por los agudos y se asienta con una voz redonda y sólida en los graves. Para los amantes de ciertos modismos interpretativos de la antigua escuela italiana, tanto en las arias como en las canciones introduce pequeños, mínimos quiebres lamentosos en la línea del canto que dejan de ser ocasionales recursos interpretativos para pasar a ser una constante quizás innecesaria. Más allá de este detalle, Beczała, convincentemente, puede ser dramático, pacífico, nostálgico o meditativo según las arias o canciones que siempre canta con total seguridad.
La primera parte del recital fue casi toda italiana. Impecables y sin fisuras de ningún tipo en sus presentaciones, pasaron tres arias de Verdi y cuatro canciones, la muy conocida “Mattinata”, de Ruggero Leoncavallo, y otras tres de Tosti. Saliendo de ese territorio, en el final, Bezcała sorprendió con una interpretación consumada de una extensa escena muy teatral y muy cambiante de la ópera La mansión encantada, de Stanislaw Moniuszko, el primer gran compositor del nacionalismo romántico polaco.
En la segunda parte del recital, el siglo XIX y el romanticismo continuaron inamovibles. En el comienzo, Beczała cantó tres canciones tan sencillas como poco entusiasmantes del siciliano Stefano Donaudy, obras que no requieren agudos ni mayores exigencias técnicas. Su presencia, tal vez obedeció a un respiro necesario luego de lo ya cantado y de los requerimientos por venir. Llegaron, luego, cuatro canciones de distintas colecciones de Rachmaninov, muy bien interpretadas por el dúo Beczała-Radicke. A continuación, fue el momento de “Kuda, kuda…”, la bellísima y conmovedora aria de Lensky de Eugenio Onieguin, de Chaikovski (que, por lo demás, el tenor polaco viene de cantar en el Metropolitan neoyorquino). Y acá, por primera vez, las excelencias de Radicke sonaron definitivamente insuficientes para darle verdadera dimensión a todas las tribulaciones que sufre Lensky en las vísperas de su duelo frente a su amigo Onieguin. Si con las arias elegidas de Verdi (Rigoletto, Un ballo in maschera, e Il trovatore) el piano pareció suficiente, en “Kuda, kuda…” se sintió la falta de la orquesta para construir ese entramado y esa textura que Chaikovski pergeñó con todo su arte.
Después, ya casi en el final, llegó otra aria operística, “L’amour… Ah! Leve toi soleil”, de Romeo y Julieta, de Gounod, posiblemente, para demostrar, una vez más, el virtuosismo vocal y las inmensas capacidades técnicas y expresivas del gran cantante. Y, para concluir, Beczała cantó dos arias de Tosca, de Puccini. Y acá, aún más que con el aria de Chaikovski, esta elección se reveló como poco venturosa. Puccini no escribió dos canciones para canto y piano sino dos arias intensas y magistrales en las cuales la orquesta es imprescindible para alcanzar esa totalidad musical extraordinaria. En “E lucevan le stelle”, faltaron el clarinete que esboza la melodía y las cuerdas que envuelven a la voz para que la melodía y la tragedia sean subyugantes y únicas. Tanto Beczała como Radicke estuvieron inmejorables, pero el aria no alcanzó su verdadera dimensión y amplitud. Salvando las distancias y las extensiones, sería como tener, en el Colón, al mejor violinista del planeta para interpretar el Concierto para violín y orquesta de Beethoven y, en lugar de la orquesta, al mejor pianista. Más allá de las magnificencias de los músicos, el resultado no sería el mismo, no sería satisfactorio.
En realidad, éste es un problema de difícil resolución cuando un gran cantante de ópera ofrece un recital con piano. En varias oportunidades, también para el Mozarteum, llegó Joyce DiDonato, una notable cantante operística. En cada una de esas ocasiones, la gran mezzosoprano estadounidense armó conciertos con gran creatividad, incluyendo canciones y ciclos de canciones de distintas épocas, idiomas e incorporando, además, repertorios poco conocidos. De principio a fin, con un arte sobresaliente, Bezcała no salió del romanticismo ni, salvo con la escena de Moniuszko, de algo que planteara alguna novedad.
Generosos, excelsos y siempre dentro del romanticismo, fuera de programa, Bezcała y Radicke ofrecieron arias y canciones de Massenet, Bizet, Salvatore Cardillo, Léhar y Richard Strauss. Como despedida, Beczała cantó “Pamietam ciche”¸ una canción del polaco Mieczysław Karłowicz que finaliza con un la agudo cantado en un pianísimo tan tenue como inquietante. La excelencia había cundido a lo largo de toda la noche. Sólo hubiera sido de desear una mayor variedad y una elección tal vez más conveniente para un recital de canto y piano.
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