Pink Floyd, la banda de las causas nobles, es mucho más grande que las diferencias entre David Gilmour y Roger Waters
El regreso del grupo volvió a dejar en evidencia las diferencias entre sus dos grandes líderes; “Hey Hey, Rise Up!”, la canción que publicaron para ayudar a Ucrania, volvió a reunir en un estudio a David Gilmour y Nick Mason; Waters, una vez más, ausente
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A veintiocho años de su último álbum de estudio, David Gilmour decidió volver a poner en marcha la maquinaria de Pink Floyd con una finalidad benéfica. El guitarrista convocó al baterista Nick Mason para que se sumase a “Hey Hey, Rise Up!”, un tema inspirado a partir de la invasión a Ucrania, cuyas ganancias serán destinadas a brindar apoyo humanitario al país europeo, un ladrillo más en la pared en la que se agrupan las causas a la que la banda ha brindado su apoyo en los últimos años, y también un nuevo episodio en la constante puja producto de sus diferencias con Roger Waters, víctima a su vez de sus propias contradicciones.
La canción que llegó a las plataformas de streaming dos días atrás casi sin previo aviso es el primer material original de Pink Floyd si se deja de lado a The Endless River, el disco que Gilmour y Mason lanzaron (y completaron) en 2014 para homenajear tras su muerte al tecladista Rick Wright con canciones instrumentales grabadas en las sesiones de The Division Bell, de 1994. El fallecimiento de Wright en 2008 había sido el motivo por el que el propio Gilmour llegó a declararle a la BBC: “Es una lástima, pero este es el final”, dando a entender que no veía un futuro para el grupo sin la presencia y el aporte de su compañero. La crisis humanitaria hizo que el músico cambiara de parecer, entendiendo que si bien sólo tendría a dos de sus integrantes originales presentes, la idea de una canción nueva bajo el nombre de Pink Floyd serviría para amplificar el mensaje lo más posible.
Gilmour decidió componer la canción luego de conocer la historia de Andriy Khlyvnyuk, líder del grupo ucraniano BoomBox, con quien el guitarrista compartió escenario en 2015 en un show benéfico en Londres. Ante la avanzada rusa en Ucrania, Khlyvnyuk abandonó una gira por Estados Unidos y viajó a su país natal para alistarse en el ejército. En Instagram, Gilmour vio un video del vocalista vestido con su uniforme y rifle en mano, entonando una versión a capella de “Oi u luzi chervona kalyna”, una canción de protesta nacida en 1914, en los primeros meses de la Primera Guerra Mundial. El autor de “High Hopes” comenzó entonces a rastrear a su colega ucraniano en lo que parecía una carrera sin destino posible hasta que el azar puso en su camino una dirección de correo.
Luego de que ambos músicos dialogasen a través de videollamadas en las que Gilmour pudo ver de primera mano los horrores y las atrocidades de la guerra, ambos acordaron en convertir a “Oi u luzi chervona kalyna” en una canción nueva. Khlyvnyuk envió un video en el que grabó su pista vocal, y acto seguido Gilmour reencendió la maquinaria de su antiguo grupo. “Lo llamé a Nick y le dije ‘Escuchame, quiero hacer esto por Ucrania, y estaría muy feliz de que vos participases, y también de que coincidieses en que lo publiquemos bajo el nombre de Pink Floyd”, contó el músico a la prensa británica. El cuadro se completó con el bajista Guy Pratt, que reemplazó a Waters en 1987 y el tecladista y productor británico Nitin Sawhney.
El resultado final de esta experiencia se mueve entre dos extremos. Por un lado está la pieza original cantada por Khlyvnyuk, una melodía propia de Europa del Este en la que Gilmour y compañía se limitan a oficiar de banda de acompañamiento. Después de algunos compases, el vocalista cede el protagonismo y lo que sigue a continuación es la versión 2022 de Pink Floyd con un largo pasaje instrumental con la guitarra eléctrica como mascarón de proa de un barco que se mueve lento más cerca del paisajismo sonoro del ambient que de los entramados complejos del rock progresivo. Antes de que el tema viese la luz, Gilmour se anticipó a las críticas y también explicó el motivo detrás de esta campaña: “Es Pink Floyd porque estamos Nick y yo, y ese es el mayor vehículo promocional, la plataforma en la que estuve trabajado en toda mi vida adulta desde que tengo 21″. La aclaración también es en cierto modo la aclaración de una letra chica tácita: con Waters fuera del grupo hace tres décadas y media y luego del fallecimiento de Wright, el baterista y él son los únicos integrantes del grupo, por ende su mera participación garantiza la presencia de la totalidad de la banda.
Discusión musical aparte, “Hey Hey, Rise Up!” sintoniza con la política benéfica y humanitaria que Pink Floyd tomó a partir de la deserción de Waters, en 1985. En 1990, la banda fue uno de los nombres fuertes del festival de Knebworth junto a un dream team de artistas que también incluyó a Dire Straits, Elton John, Eric Clapton, Genesis, Paul McCartney y Robert Plant junto a Jimmy Page. En esa ocasión, lo recaudado de la venta de entradas fue donado a Nordoff Robbins, una ONG británica de musicoterapia para personas de sectores vulnerables. Tiempo después, la filantropía hizo posible lo que parecía irrealizable: el 8 de julio de 2005 en Londres, Roger Waters se reunió con sus ex compañeros para tocar en el cierre del festival global Live 8. Durante veinte minutos, el bajista y el resto de sus compañeros dejaron las diferencias de lado para interpretar cuatro canciones frente a un público atónito.
La experiencia de Live 8 allanó el camino para que se mantuviera la paz por un tiempo. Waters y Gilmour improvisaron algunas canciones propias y un hit de The Teddy Bears en Oxfordshire en un evento para solo doscientas personas de la fundación Hoping, destinada a recaudar dinero y recursos para los refugiados palestinos. Después de esa experiencia, el propio Mason declaró a la BBC que las causas benéficas podían ser el combustible ideal para que el grupo se reuniese de manera esporádica ya que sería “hacer algo no por nosotros, sino para los motivos correctos”. Cuando se embarcó en la gira de The Wall, en 2012, Waters invitó a sus ex compañeros a que participasen en una de las fechas en Londres, en lo que fue la última vez que los tres músicos sobrevivientes de Pink Floyd pisaron juntos un escenario.
Con un perfil más bajo que su compañero de banda, Gilmour se mantuvo bastante comprometido con causas sociales. En 2003, el músico vendió su casa en el barrio londinense de Little Venice para poder donar tres millones y medio de libras a Crisis, una organización destinada a construir casas para la gente sin techo, y gracias a este gesto fue nombrado vicepresidente de la fundación. También donó veinticinco mil libras para la ONG Save the Rhino, para la preservación de rinocerontes en el mundo, en agradecimiento a su presidente, Douglas Adams, la persona que le sugirió el título The Division Bell. Pero quizás su gesto más destacado haya ocurrido en 2019, cuando el músico donó ciento veinte guitarras de su colección para ClientEarth, una organización que busca concientizar sobre el cambio climático. La venta de sus instrumentos recaudó casi veintidós millones de dólares, de los cuales cuatro corresponden solamente a la subasta de su icónica Fender Stratocaster negra, que utilizó a lo largo de toda su carrera.
De algún modo, el tema también marca las aguas respecto a las posturas que mantienen sus dos cabezas creativas. En marzo, Pink Floyd retiró todo su catálogo post 1987 (cuando Gilmour tomó las riendas) de las tiendas de streaming en Rusia y Bielorrusia como parte de un “boicot cultural”. Tan solo unos días antes de eso, Waters declaró a Russia Today que hablar de usar el término “invasión” para referirse a la avanzada rusa era “una estupidez”. Poco después, el bajista cambió de opinión y calificó a las acciones de Putin como “la obra de un gánster, aunque también acusó la existencia de una campaña de propaganda para demonizar a Rusia. Fiel a su estilo diplomático, en diálogo con The Guardian, Gilmour comentó: “Digamos simplemente que estoy desilusionado y sigamos adelante. Que cada uno interprete lo que quiera”.
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