El hombre que rompió los moldes del tango y creó su propio estilo nació hace 100 años en Mar del Plata. Fue un ciudadano del mundo: pasó su infancia en Nueva York, vivió en París, se enamoró de Punta del Este y murió en su querida Buenos Aires
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Las botoneras que a cada lado tiene el bandoneón esconden misterios comparables con un laberinto (con cuatro, en realidad). Las notas sobre sus botoneras no están distribuidas de manera lógica y cada botón que se presiona cambia su sonido según el fuelle se cierre o se abra (inhale o exhale). ¿Cómo hace un músico para “caminar” una melodía por ese laberinto? En ese desafío hay estudio, pero también prueba y error. Cientos o miles de recorridos de ida y de venida. La vida de Ástor Pantaleón Piazzolla cuenta con, al menos, cuatro laberintos en los que seguramente alguna vez se perdió y luego “se” encontró, para dirigirse a la salida. Nomadismo, fuerte personalidad, inconformismo con una consecuente transgresión y la construcción de una música que trascendió el tango (o fue hacia él, como destino unívoco).
Si el 11 de marzo de 2021 se recuerda el centenario de su nacimiento es porque el dato no sólo responde a la agenda periodística sino a la necesidad de detenerse en una figura que no tuvo pares. Un músico que creó un moldé sin proponérselo, y quizá por eso, tiempo después, lo rompió. Un artista que se llenó de dudas y conflictos y que salió de ellos de la mejor manera: como un gran músico lo puede hacer, produciendo hechos artísticos.
La vida musical de Astor Piazzolla tuvo una patria, que fue el tango, pero varias residencias porque vivió en los condominios del jazz y de la música académica. La menor tibieza de su personalidad no hubiera dado como resultado al Piazzolla que hoy recordamos. Y el “nomadismo”, de varias mudanzas, fue el complemento para no detenerse jamás. Nació en Mar del Plata, en 1921. Vivió parte de su infancia en Nueva York. Regresó con su familia a su ciudad natal y al poco tiempo todos volvieron a instalarse en Nueva York (de donde nos queda la famosa anécdota del día que conoció a Gardel y su participación, como canillita, en la película El día que me quieras). Su padre -quizás como una manera de depositar en alguien su propia nostalgia- le regaló un bandoneón que pagó 18 dólares. Astor aprendió a tocar de manera autodidacta. Él solito entró y salió de aquel laberinto de iniciación. Sus primeras referencias musicales no fueron tangueras. Bach llegó primero a su oído que Julio De Caro. Sin embargo, las fugas bacheanas y el tanguismo, inaugurado por músicos como De Caro y Elvino Vardaro, convivieron dentro de la música de Piazzolla del modo más armonioso.
Aquella trillada frase que sentencia que “el tango sabe esperar” también cabe en el universo piazzolleano. Porque después de haber hecho la mejor escuela en orquestas como la de Aníbal Troilo, Astor buscó fuera de sus orígenes. Pensó que podía haber un futuro para él fuera de la iconografía estigmatizada en elementos como el farol, la esquina y el cordón. Hubo épocas en las que su inconformismo y su transgresión lo llevaron a rivalizar con buena parte del ambiente tanguero. Hubo otras en las que quiso encontrar un horizonte en la música académica. Por eso estudió con Alberto Ginastera y muchos años después se fue a Europa. Cayó en manos de una gran docente, Nadia Boulanger, que luego de hacerlo trabajar durante casi un año y de escuchar sus obras le aconsejó, palabras más palabras menos, que su futuro estaba allí, en lo que él ya traía consigo. Ese futuro estaría en el Sur, pero no pensado como lugar geográfico sino como una nueva elaboración que Piazzolla hizo en su interior, de su propio Sur (aunque viajara cada tanto a los Estados Unidos o estuviera radicado en Francia; aunque alternara entre Buenos Aires, Mar del Plata y Punta del Este; aunque encontrara, ya por la década del setenta, a un editor fanático de su música que, desde Italia, le publicara uno o dos discos por año).
“Ella [Nadia Boulanger] me enseñó a creer en Astor Piazzolla, en que mi música no era tan mala como yo creía. Yo pensaba que era una basura porque tocaba tangos en un cabaré, y resulta que yo tenía una cosa que se llama estilo”, dijo el bandoneonista sobre su maestra.
Ástor Piazzolla escribió mucha música, aunque lo más destacado puede estar en una docena de piezas que conformaron un corpus narrativo y estético incomparable e irrepetible. Estilo, si por esto entendemos una manera de hacer tango y, también, un modo de hacer música en un entorno más amplio y general. Las melodías de “Adiós Nonino”, “Libertango”, “Oblivion” y el contrapunto de “Fuga y misterio”. Las baladas que escribió junto Horario Ferrer, con “Balada para un loco” como principal estandarte. La música escénica que se podría sintetizar en títulos como “María de Buenos Aires”. Su manera de expresar un nacionalismo académico con algunos de sus conciertos para bandoneón y orquesta y cierto paralelismo, al menos a partir del título (Las cuatro estaciones porteñas) con el universo vivaldiano.
Cuando por vanguardia se entiende a aquello que rompe con un statu quo para dar una vuelta de página, sin duda que Piazzolla fue un vanguardista por pensamiento y acción. Por la búsqueda constante de un nuevo tango. Pero en un sentido literal del término (aquello que está adelante), habrá que decir que las composiciones creadas por Astor Piazzolla no fueron ese futuro al que muchos llegaron después. Porque no abrió un camino que otros alcanzaron y luego continuaron. La mayoría de los que intentaron por ese mismo rumbo no hicieron más que componer a la manera de Piazzolla con su acentuación 3+3+2. Entendido de ese modo la música de Piazzolla resultó una expresión en sí misma, con lenguaje propio, que hoy podemos definir como uno de los estilos que ha dado el tango. El más sofisticado e ingenioso probablemente. Y el más maleable, ya que sus temas suenan en grupos de jazz o en formaciones de cámara o sinfónicas de un modo mucho más “natural” que los tangos “tradicionales”. Él mismo lo confirmó gracias a su conexión con músicos del jazz como Gerry Mulligan y Gary Burton, o con obras que escribió para el Kronos Quartet o para Mstislav Rostropóvich (que el propio violoncelista estrenó).
Por otro lado, sí hay una vanguardia (aquello que está adelante) representada en el universo Piazzolla, tiene un nombre de tres palabras: Octeto Buenos Aires. Ese proyecto que fundó en 1956, a su regreso de Europa, es el mascarón de proa de un viaje que, a casi treinta años de la muerte de Astor, representa aún hoy una manera renovadora de escribir arreglos para temas de tango (de los tradicionales, de los modernos, de los de Piazzolla) que es la que inspira a los actuales tangueros, junto con el legado que también ha dejado Horacio Salgán. En ese sentido, Astor Piazzolla fue una gran usina de musicalidad y de futuro. El centenario de su nacimiento es la mejor excusa para descubrirlo o redescubrirlo.
Entrar en el laberinto
El 11 de marzo 2021 (o cualquier otro día) es buen momento para entrar en ese laberinto. Hagan la prueba. Lo van a encontrar definido con sus propias palabras o en una galería fotográfica. En una línea de tiempo. En su música y sus experiencias cercanas al jazz y a la música académica. En una discografía seleccionada. En algunas rarezas de su producción musical. En lo que todavía queda por conocer, como la introducción de un tema, grabada hace varias décadas, que se estrenará en 100, el nuevo disco de Escalandrum, liderado por el nieto de Ástor, Pipi Piazzolla. También lo van a encontrar en algunas de sus melodías y contrapuntos más célebres, explicados e interpretados por el gran bandoneonista y compositor Pablo Mainetti, integrante del Quinteto Ástor Piazzolla, y en las actividades de homenaje. La plataforma de la Fundación Ástor Piazzolla, la muestra inmersiva del Centro Cultural Kirchner y el ciclo de conciertos que comenzó en el Teatro Colón, con el que el gran coliseo argentino de la lírica reabrió sus puertas, la última semana.
Ástor en su línea de tiempo
1921-1930. Astor Pantaleón Piazzolla nació el 11 de marzo de 1921 en la ciudad de Mar del Plata. Fue el único hijo de Vicente Piazzolla y Asunta Manetti. Nació con un defecto en su pie derecho. A pesar de varias operaciones, sus piernas no quedaron iguales. Cuanto Ástor tenía 4 años se instaló con su familia en Nueva York, donde cinco años después su padre compró por 18 dólares un bandoneón y se lo regaló. Por la crisis económica en el país del Norte sus padres deciden emprender el regreso a Mar del Plata, donde abrieron una peluquería. Pero el negocio no prosperó y regresaron un año después a los Estados Unidos. Ástor tuvo, al menos, en esa corta estada bonaerense, sus primeras clases de bandoneón.
1931-1940. Mientras la familia intentaba echar raíces en el Village, Astor comenzaba a demostrar sus habilidades con el instrumento. Participó en un programa radiofónico, de la que quedó registrada, en un acetato, su versión del tema “Marioneta española”, y luego compuso su primer tema, un tango llamado “Paso a paso hacia la 42″ (más tarde fue conocido como ”La catinga”). El pianista húngaro Bela Wilda le abrió las puertas al mundo de Johann Sebastian Bach. En 1934 conoció a Carlos Gardel, cuando su padre le pidió que le llevara un regalo al Zorzal Criollo, que estaba grabando películas en Nueva York. Astor además se convirtió en su guía turístico y hasta participó en la película El día que me quieras, con una breve aparición, como un niño canillita. Al año siguiente Gardel invitó a Astor a una gira con él, pero sus padres no se lo permitieron. Piazzolla tenía 14 años y seguía estudiando música. Su nuevo maestro fue Terig Tucci, director musical de las películas de Gardel. En 1937 la familia emprendió otra vez la vuelta a Mar del Plata. Su padre abrió un bar, que resultó el primer escenario donde Astor pudo comenzar a desarrollar su carrera. Un año después, influido por la música de Elvino Bardaro, se enamoró definitivamente del tango (aunque no del ambiente tanguero). Se mudó a Buenos Aires y en diciembre de 1939 comenzó a jugar en la primera división del tango al ingresar a la orquesta típica de Aníbal Troilo. Además de uno de sus bandoneonistas, fue arreglador de muchos de los temas que interpretaba la orquesta de Pichuco. De aquellos años es la anécdota que dice que Piazzolla escribía demasiadas notas y Troilo se las borraba. En 1940 conoció a su primera esposa, Oddette “Dedé” María Wolff, que fue la madre de sus dos hijos, Diana (1943) y Daniel (1945).
1941-1950. En 1941 comienza a estudiar música académica con Alberto Ginastera, mientras continúa trabajando con Aníbal Troilo, hasta que en 1944 abandona la orquesta del gran Pichuco para continuar un camino propio. Inmediatamente se encargó de la dirección de la orquesta que acompañaba a Francisco Fiorentino. Lo que se conoció como “La orquesta del 46″ fue su primer proyecto personal, con sello absolutamente propio. Su típica duró apenas tres años, tiempo suficiente para comenzar a hacer un poco de ruido con sus orquestaciones, dentro del mundillo tanguero. La del cuarenta fue para Ástor la década en la que comenzó su relación con el cine, a través de músicas que escribió para varias películas de Carlos Torres Ríos. También escribió música de cámara y estudió dirección orquestal con Hermann Scherchen.
1951-1960. Durante el primer lustro de esta década estuvo enfocado en lo que solemos llamar música clásica. De 1951 es Tres Movimientos Sinfónicos, obra con la que en 1953 ganaría el concurso Fabien Sevitzky. Con el dinero del premio emprendió un viaje a Europa. Desembarcó en Holanda y al poco tiempo se fue a Francia. En París estudió durante casi un año con la prestigiosa pedagoga Nadia Boulanger, quien le señaló que su destino estaba en el universo del tango. En esos primeros años de la década del cincuenta, además de su orientación clásica, Piazzolla había continuado escribiendo música para cine y dado a conocer algunas de sus primeras composiciones que lograron trascender, como “Prepárense”, “Lo que vendrá” y “Triunfal”. En la segunda parte de los cincuenta comenzó su revolución estilística. Regresó a Buenos Aires en 1955 y a fines de ese año fundó el Octeto Buenos Aires. Ástor y Leopodo Federico en bandoneones, Enrique Mario Francini y Hugo Baralis en violines, Juan Vasallo en contrabajo, José Bragato en cello, Atilio Stampone al piano y Horacio Malvicino en guitarra eléctrica. Además, creó una orquesta de cuerdas. En 1958 desarmó sus agrupaciones y viajó a los Estados Unidos con toda su familia, convencido de que allí habría nuevas oportunidades para él. Si bien grabó un disco de tango-jazz (donde participó quien con los años se transformaría en una figura de la música latina en los Estados Unidos, Tito Puente), la experiencia del bandoneonista allí no fue la más satisfactoria. En 1959 murió su padre. Cuando Ástor se enteró de la noticia volvió a su departamento de la calle 92 y compuso “Adiós Nonino”. En 1960 regresó a Buenos Aires, comenzó a volcar en su trabajo los acercamientos al jazz que tuvo en su última experiencia estadounidense. En 1960 creó el primero de sus quintetos, al que llamó Quinteto Nuevo Tango.
1961-1970. Piazzolla fue un hombre del tango pero no tanto de la noche tanguera. Prefirió los conciertos al cabaret, sin embargo, tocó en algunos clubes nocturnos y pequeñas salas donde comenzó a ganar un público adepto. La producción discográfica aumentó en esta década. Publicó discos como Bailable y apiazolado, Piazzolla o no, 20 años de Vanguardia con sus conjuntos y más tarde Tango contemporáneo, con una ampliación de su quinteto, que llamó Nuevo Octeto Contemporáneo. También llevó al disco el mismo repertorio que tocó en el Philarmonic Hall del Lincoln Center de Nueva York. Por esos años grabó una serie de poemas de Borges (con la participación del cantor Edmundo Rivero y relatos de Luis Medina Castro). Más allá del valor artístico del resultado, el trabajo convirtió a Piazzolla y a Borges en enemigos íntimos. En la segunda mitad de los sesenta escribió “Verano Porteño”, primera de las cuatro piezas que luego tomarían forma de Las cuatro estaciones porteñas, y grabó junto a Egle Martin “Graciela Oscura”, algo así como la precuela de un proyecto mucho más ambicioso que llegaría al final de esa década, María de Buenos Aires, con textos de Horacio Ferrer. Por esos años se separó de Dedé Wolff, se unió sentimentalmente a Amelita Baltar y artísticamente a Horacio Ferrer. Con ellos dos alcanzó sus primeros éxitos en el tango canción: “Chiquilín de bachín” y “Balada para un loco.” La década culminó con un encuentro con Aníbal Troilo en Mar del Plata, que luego dejó testimonio en la grabación de dos temas juntos, “El motivo” y “Volver”.
1971-1980. De espíritu inquieto, Piazzolla inauguró “su” década del setenta con otro cambio de rumbo. Desarmó el Quinteto Nuevo Tango y se fue a Europa, para grabar el oratorio Pueblo joven, por encargo de la televisión alemana. Pasó unos meses en París y regresó a la Argentina para crear el Conjunto 9, que fue otra ampliación de su quinteto. Con esta agrupación publicó dos discos y realizó una gira de conciertos por Italia, donde grabó con la cantante Mina y conoció al productor discográfico Aldo Pagani, quien a finales de esa década grabaría varios álbumes de Astor. En 1972 se presentó por primera vez en el Teatro Colón, junto a otros grupos y solistas, en una noche dedicada a la música popular. Ese año también estrenó su Concierto de Nácar. Al año siguiente sufrió un primer infarto. A pesar de ello, su actividad no cesó. Volvió a Europa con el quinteto para grabar “Libertango” y Summit, el famoso disco con el saxofonista Gerry Mulligan, a quien había conocido varias décadas atrás. En 1975 murió Aníbal Troilo y Astor le dedicó la Suite Troileana. Creó la música para tres películas europeas e, influido por los nuevos aires de la música de los setenta, como el rock y especialmente el jazz-rock, creó con su hijo Daniel el Octeto Electrónico, que contó con la participación del cantante José Angel Trelles. La juventud que buscaba nuevos aires en el tango se sintió bastante identificada con este proyecto. Al promediar esta década Piazzolla era imparable. Con el Octeto daba conciertos en Buenos Aires, en los meses de verano hacía temporada de show en Mar del Plata, viajaba a los Estados Unidos, para actuar en el Carnegie Hall de Nueva York y luego ponía rumbo a París, para hacer más música para películas, como Armaguedon, protagonizada y producida por Alain Delon.
Por si fuera poco, también tuvo tiempo para conocer a su segunda esposa, Laura Escalada. Hacia finales de esa década, instalado en París, realizó largos ciclos de conciertos con una nueva formación de su Octeto Electrónico, en el Olympia de París y continuó escribiendo y grabando discos para el sello italiano de Pagani. Algunos, registrados con una nueva versión de su quinteto, tuvieron títulos de temática futbolera, como Mundial 78. También actuó con la cantante Milva. Fueron los años donde más demanda tuvo su trabajo. Lo llamaban para pedirle más música para cine (hizo La intrusa, de Carlos Christensen, y El infierno tan temido, de Raúl de la Torre), o para encargos del teatro Bolshoi o de instituciones argentinas como el Banco Provincia. De uno de esos pedidos nació su Concierto para bandoneón y orquesta. Algo similar sucedió en el Uruguay, donde solía veranear. Por pedido de una institución esteña escribió la Suite Punta del Este.
1981-1992. Absolutamente nómada. En los primeros años se mueve entre París (donde comienza a escribir canciones con su viejo socio, Horacio Ferrer), Nueva York, donde da conciertos en importantes salas, Buenos Aires, Mar del Plata (porque allí vivía Nonina, su madre) y Punta del Este, donde había adquirido una casa y podía dedicarse a un peligroso hobby, la caza de tiburones. Su música y el cine siguieron en matrimonio indisoluble. Por esos años escribió su mayor inspiración para la pantalla grande, que fue la pieza “Oblivion” (se escucha en el film Enrico IV, de Marco Bellochio). También compuso la banda de sonido de Cuarteles de Invierno (de Lautaro Murúa, sobre la novela de Osvaldo Soriano) y temas para dos de los títulos más exitosos de Pino Solanas, de aquellos años, El exilio de Gardel y Sur.
El 11 de marzo 1983 volvió al Teatro Colón, pero esa vez fue un concierto dedicado a su obra. Tres meses después volvió a actuar sobre ese mismo escenario y en diciembre tocó por última vez en el gran coliseo argentino de la lírica, para una de las galas de asunción del presidente Raúl Alfonsín, en el retorno de la Argentina a la democracia. De 1986 es su reunión con el vibrafonista Gary Burton, que además de conciertos en distintas partes del mundo ha dejado testimonio en un disco grabado en vivo en el festival de jazz de Montreaux. 1988 marcó un hito en su historia porque registra La camorra, su último disco de estudio, con su último quinteto, y debió ser sometido a una cirugía en la que le realizaron un cuádruple Bypass. Al año siguiente creó un nuevo conjunto, un sexteto, que alistó a Gerardo Gandini (aunque no dejó registros discográficos) y grabó con el Kronos Quartet Five Tango Sensations, la obras que el conjunto de cámara le había pedido. La nueva década no lo dejó continuar. A su regreso a París, luego de dar un concierto en Italia, el 5 de agosto de 1990 sufrió una trombosis cerebral. Fue trasladado a Buenos Aires, en coma profundo. Si bien pudo salir de ese estado, atravesó un internación de casi dos años. Murió el 4 de julio de 1992.
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