Phil Selway: el recuerdo de sus movilizantes shows con Radiohead en Argentina y qué significa haber cumplido 55 años
El baterista de la banda que lidera Thom Yorke sacó un nuevo álbum solista, Strange Dance; de qué se trata y por qué tiene tan presentes las actuaciones de Radiohead en el país
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En 2010, luego de años de empujar la maquinaria rítmica de Radiohead desde el fondo del escenario, el baterista Philip Selway decidió dar un paso al frente con la publicación de Familial, su primer disco solista. A contrapelo de las aventuras sonoras a las que la banda de Oxford se había sumergido hacía más de una década, el álbum optaba por una veta intimista y acústica, más cerca de la fragilidad folk de Nick Drake que de la electrónica rupturista con la que Thom Yorke y Jonny Greenwood moldeaban el cancionero del grupo. Como todo músico que siente la responsabilidad con el proyecto colectivo del que es parte, Selway publicó su segundo disco recién en 2014, mientras Radiohead entraba en una nueva hibernación. A diferencia de su antecesor, para Weatherhouse el baterista decidió expandir la paleta sonora de su carrera en solitario, con arreglos más complejos y ornamentaciones electrónicas a lo largo y ancho.
Pandemia mediante -y luego de que Yorke y Greenwood dieran vida a The Smile, una banda nueva-, Selway encaró la creación de un nuevo trabajo, pero esta vez lo pensó como una experiencia colaborativa, por más que el resultado final llevase su nombre en la portada. Para las canciones de Strange Dance, publicado a finales de febrero, el baterista convocó a un elenco de músicos que incluye a Adrian Utley, guitarrista de Portishead; la multiinstrumentista Quinta, la cellista Laura Moody y la música electrónica Hannah Peel.
La suma de las partes hace que el resultado final se sienta como un punto de contacto entre sus dos trabajos previos, algo con lo que el propio Selway parece estar de acuerdo. “Cuando empecé mi carrera solista, un poco tenía la idea de que apuntaría a hacer tres álbumes, sentía que se trataba de una trilogía, hasta podía ver cuánto tiempo me podía tomar eso en términos musicales”, le dice a LA NACION desde su casa en Oxford. “Strange Dance es producto de lo que aprendí en los procesos de esos discos, pero también intenté volcar todos estos elementos de las bandas de sonido en las que trabajé y todas las relaciones musicales que construí durante este tiempo. De alguna manera se sentía que, si esto fuera una carrera, esta sería mi tesis de grado en la que volcar todo lo que aprendí y construir algo nuevo”, completa.
-Siendo un baterista, tus discos no están guiados por el ritmo sino por la melodía.
-Sí, totalmente. Cuando empecé a hacer mi propia música, a mis catorce, estuve muy guiado por las canciones y las melodías. De algún modo eso me formó como baterista: escribo partes que siguen una línea melódica, a su propio modo. Tengo una gran afinidad con la melodía, es algo que encuentro muy satisfactorio, me gusta la narrativa que podés alcanzar con una melodía. En términos de escribir arreglos, tener que trabajar con eso te da un punto fijo, un anclaje, pero que al mismo tiempo te permite explorar diferentes texturas, ideas y armonías, y también todas las progresiones que puedas.
-A pesar de ser un trabajo solista, decís que pensaste este disco como un proyecto colaborativo...
-Creo que la parte que más disfruto de una grabación es la posibilidad de colaboración. Con todos estos músicos yo había trabajado individualmente y quería ver cómo unir sus voces musicales para formar algo realmente singular. Es algo que quería que fuera interesante para mí y que fuera inspirador. En el centro de todas las sesiones está este espíritu de colaboración y yo quería unir todos estos elementos, y para eso en este rompecabezas fue muy importante Marta Salogni. Sabía que ella podía tomar todo esto y crear una atmósfera abierta y de apoyo en el estudio. Con ella en el centro de las sesiones tenés todos los ingredientes para que la gente te dé su mejor trabajo, y me encantó lo que cada uno aportó a las canciones. Se vivía una atmósfera muy creativa. No podés decirle a Adrian Utley lo que querés que haga, lo traés porque sabés que lo que aporta es único. Son todos músicos con voces muy particulares, y necesitás que pase eso para sentirte cómodo vos mismo con tus propias ideas. Sabía cómo iba a ser el tono general, pero al mismo tiempo quería darles el espacio para que aportaran lo más posible.
-¿Por qué decidiste no hacerte cargo de la batería en el disco?
-Empecé tocando en las sesiones, duré un día y medio y hay pedacitos de lo que hice en el disco. Pero no me satisfacía, estaba tan concentrado en hacer las canciones y sabía qué texturas quería, pero no estuve tocando la batería por mucho tiempo, entonces no me convencía. Podía hacerlo, pero seguramente me hubiera tomado una semana llegar adonde quería estar, no tenía ese tiempo y no era el espíritu de estas sesiones. Marta trabajó mucho con Valentina Magaletti y sugirió que se incorporase. Fue una voz percusiva única. Trabaja muy rápido y hace estas texturas increíbles, tiene una espontaneidad en sus arreglos, pero al mismo tiempo es muy enfocada en lo que hace. Con ese proceso, Valentina fue la primera persona en sumarse a este disco y fue vital porque gracias a esas “camas” rítmicas pudimos poner toda la demás instrumentación encima. Valió la pena armar esto solo para verla tocar y cómo escribe sus partes.
-¿Y de qué manera se presenta en vivo un proyecto de este estilo, al haber convocado a un elenco tan amplio y proveniente de latitudes tan distintas?
-Ya hice algunos shows este año con diferentes formaciones. Hice una en grupo con Adrian y Quinta, que fueron muy centrales en la grabación del disco, y también con un baterista. Pero entramos al estudio sabiendo que nunca podríamos llevarlo de gira, pero sí recrear su espíritu y su dimensión. Supongo que al hacer el disco quería que las canciones fueran lo suficientemente robustas para que pudieran soportar cualquier tipo de tratamiento. Tocarlas en vivo me permite explorar distintas posibilidades: puedo salir con banda, salí en el formato en el que compuse las canciones, con guitarra y piano, y también hice algunos shows en los que estuve acompañado por un percusionista y un cuarteto de cuerdas. Quizás para finales de este año haga una versión orquestal, también. Es muy interesante ver cómo las canciones se transforman en cada uno de estos ensambles.
-Al momento de anunciar Strange Dance lo definiste como “una persona de 55 años no queriendo esconder ese hecho”. ¿Pensás que no es algo común?
-Es algo difícil, ¿no? Cuando sentís que tu identidad musical fue forjada en una edad musical distinta a la biológica actual, si querés, de repente sentís que es el punto fijo en el que debe quedarse esa identidad, y eso también influye en cómo te va a percibir la gente. La manera natural de alcanzar la longevidad en la música o en el arte es desarrollándose, y ese crecimiento necesitaba ser reflexivo, tener una voz auténtica, tiene que mostrar en el momento en el que está tu vida en ese instante. Para mí, eso implica tener 55 años, y no quería escaparle a ese detalle. Puede ser bastante resonante en lo emocional y relevante hacerlo desde esa perspectiva.
-Entre los colaboradores del disco figura Stewart Geddes, un pintor abstracto. ¿Cómo se comparte el proceso creativo con alguien ajeno a la música?
-Cuando compongo no tengo solamente música en mente, siempre hay otras disciplinas a las que me gustaría llegar, aunque no sea directamente, y es inspirador ver cómo alguien lleva adelante un proyecto ajeno a la música. Stewart es amigo mío, y los dos estábamos al mismo tiempo en la misma etapa inicial de nuestros proyectos cuando fue el comienzo de la pandemia. Cada uno estaba en su estudio, él en Bristol y yo en mi casa en las afueras de Oxford, ambos aislados en nuestros lugares de trabajo. Acordamos en que al final de cada semana íbamos a intercambiar apuntes de lo que habíamos estado haciendo, y de ahí nació esta colaboración. No era la intención, pero a medida que la música iba tomando forma, las pinturas de Stewart también lo hacían y ambos proyectos empezaron a crecer en paralelo. Parecía como algo bastante natural pedirle que hiciera el arte de tapa, y eso fue genial para mí porque él no trató de ilustrar la música. Pudo captar su tono emocional y ver cómo él respondía a la música me dio una mirada distinta a lo que estaba haciendo. Sus pinturas tienen mucho del expresionismo abstracto y su manera de pintar se sentía muy cercana al lenguaje de la música, algo bastante compatible. Es una representación visual de las emociones, o al menos así lo sentí yo.
-A finales de marzo se cumplieron catorce años del primer show de Radiohead en la Argentina, que no solo fue un 24 de marzo, sino que ocurrió a pocas cuadras de la ex ESMA. ¿Estaban al tanto del peso de la fecha y del lugar en donde estaban tocando?
-Teníamos muy presente que era el 24 de marzo, había un sentimiento muy intenso que venía de la gente. Lo sentimos también cuando tocamos en 2018, que colapsó una valla y hubo que parar el show para arreglarlo, pero nos sentimos muy contenidos por parte del público. En 2009 estábamos muy al tanto no solo de la fecha, sino también del lugar. Creo que ahí es cuando la música puede ser una gran manera para que la gente se una, porque podés tener una narrativa,una muy difícil de explicar en palabras pero que significa algo, así que la música está en esas emociones. No tenés que verbalizarlas, pero ayuda a darle sentido a las emociones en momentos así.
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