Peggy Lee, irreemplazable
Entre todo el material ajeno que los Beatles grabaron en sus comienzos, no existe selección más llamativa que "Till there was you", solo de Paul McCartney respaldado por guitarra española, rara incursión en la música de Broadway explicable como reconocimiento a su admirada Peggy Lee. Una década más tarde le escribió y produjo "Let´s love", canción que dio título a un álbum de la vocalista hoy recordable sólo por eso.
No fue la única vez que esta cautivante figura extendió su inspiración a otras zonas del pop. Es claro el impacto que su manera confidencial, distante, algo melancólica y muy sugestiva de expresar temas románticos tuvo en los creadores de la bossa nova. En su momento, un joven Randy Newman orquestó y condujo su mayor triunfo artístico, "Is that all there is?"; hay mucho Lee en la última entrega de Joni Mitchell y K.D. Lang acaba de escribir una enternecedora necrológica para la revista Time.
Como la mayoría de las grandes cantantes de jazz, Peggy Lee siempre negó serlo. Eso le permitió ir y venir sin temor a las denuncias por transgresión, rodearse de los mejores instrumentistas y probar con músicas unas veces más leves y otras más escabrosas. Su mayor éxito, "Fever", fue adaptación de un blues marginal, el mismo origen de "Why don´t you do right?, que la hizo conocida cuando comenzó con Benny Goodman.
Aunque sus discos se siguen utilizando en películas como recurso infalible -difícil imaginar "After Hours", de Scorcese, sin su voz-, su presencia en el cine fue escasa pero memorable. El retrato de una torch singer alcohólica en "La taberna del mal" le ganó una nominación al Oscar, pero en ese medio perduró como compositora. Por "La dama y el vagabundo" y por "Johnny Guitar", de Nicholas Ray, donde con Victor Young imaginaron una balada tan lánguida, nocturna y sensual que parece creada más para una novela negra que esa historia del Oeste tratada como drama isabelino.
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En la última década del siglo XX la apariencia de Peggy Lee había virado hacia el esperpento. Prisionera de pelucas platinadas y anteojos oscuros, una caricatura de aquellos retratos para tapas de discos que parecían retocados por ella misma, ya no era esa muñeca de satén que encarnó la sofisticación, en el sentido ellingtoniano de la palabra. Hasta que comenzaba a cantar -lo hizo hasta no hace mucho, en silla de ruedas- y renacía como una de la principales referencias de la canción popular. Temperamentos como el suyo es algo que al género le resulta imposible reponer, ídolos dispuestos a no ceder terreno, eternos en sus triunfos y hasta en sus equivocaciones. Su desafío culminante se llamó "Mirrors", con temas de Leiber & Stoller, los fabricantes de hits para Elvis Presley, que la crítica destruyó y el tiempo ha tornado esencial, un disco complementario pero imprescindible para comprender su versatilidad.
Estas canciones secretas sólo están unidas por su temática inusual. "Tango" es la crónica del asesinato de Ramón Novarro y "Professor Hauptmann´s Performing Dogs", una sátira del bicentenario norteamericano digna de Brecht y Weill. En todas la Lee actúa como la narradora perfecta, irónica, cruel, sentimental cuando corresponde y sin vacilaciones ante el equívoco material, un auténtico tour de force, más cerca del cabaret alemán que de los casinos de Las Vegas donde reinó buena parte de su vida.
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