Es una de las personas que cambió el rumbo del Siglo XX; con John Lennon conformó la dupla compositiva más importante que dio la música popular de aquel siglo y que, con The Beatles, publicó las canciones que aun hoy nos siguen emocionando; ¡Feliz cumple Paul!
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Dueño de la mayor fortuna que un músico popular haya amasado, el arte de Paul McCartney es un producto de la sociedad de consumo y del sistema educativo dispuesto por el estado de bienestar inglés en la posguerra. Hijo de un músico aficionado y de una enfermera descendientes de familias irlandesas, Paul y su generación se formaron en las art schools donde los hijos de la clase obrera eran instruidos en conocimientos negados a las generaciones anteriores. Una bohemia que desafiaba el sistema de clases y que impulsó a The Beatles a llevar al rock and roll norteamericano a un nuevo nivel de expresión.
Sonriente y diplomático, Paul nunca hubiera dicho que los Fab Four de Liverpool eran “más famosos que Jesucristo” pero sí fue capaz de componer el góspel definitivo de la cultura pop. Cada vez que una multitud lo acompaña en el coro final de “Hey Jude”, lo que asoma es esa capacidad de McCartney para conectar con un sentimiento tan sencillo como profundo.
Sir Paul y el asesinado John Lennon dieron el cancionero más memorable del siglo XX y el formato de grupo y de álbum persiste todavía a pesar de los cambios en la cultura y la tecnología. De las ocho décadas que lleva vivo, McCartney ha estado en el primer plano al menos durante sesenta años. Solo los primeros diez hubieran sido suficientes para convertirlo en patrimonio vivo de la humanidad pero siguió y sigue: aquí, allá y en todas partes. Vida y obra del Sir de las ocho décadas, entonces, de los escombros de la II Guerra Mundial a la pandemia.
1942-1952. “Mother’s nature son” (The Beatles, 1968)
“No es de sorprender que si el semen de mi abuelo tenía muchos genes de contrabajo, papá me los haya pasado”.
La vista de pájaro de Google Maps apunta al Walton Centre NHS de Liverpool como un mecano de estructuras rectangulares blancas en una zona de tránsito rápido y espacios abiertos. El paisaje habría de ser bien distinto en junio de 1942, cinco meses después de que cesaran los bombardeos de la Lutwaffe sobre la ciudad portuaria y poco más de dos desde la capitulación de Hitler y el final de la II Guerra Mundial. James Paul McCartney fue registrado como el primogénito de Jim McCartney (1902-1976) y Mary Patricia Mohin (1909-1956), hijos a su vez de dos familias irlandesas asentadas en Liverpool, como los Lennon.
Las polaroids que Barry Miles deja caer en Many Years From Now (1997), el libro con el que Paul empezó el operativo restauración que culminó en 2021 con el estreno de la miniserie McCartney 3,2,1 y ese Gran Hermano Beatle que es el Get Back de Peter Jackson, no son en absoluto las de una vida burguesa. Paul y su hermano Michael crecieron en Speke, uno de los nuevos conglomerados que florecían en los descampados para paliar las consecuencias de diez mil hogares destruidos. Aislado del centro, el nombre del suburbio aludía a los criaderos de cerdos y es definido por Miles como “un gueto de la clase trabajadora”. El pequeño Paul escapaba de su destino en una bicicleta que en pocos minutos le permitía adentrarse en el bosque de Carr Mill Dam y perderse entre rododendros florecidos y el arrullo de los pájaros (¿Blackbird?) como un hijo cualquiera de la madre naturaleza.
1952-1962. “Let’ em In” (Wings, 1976)
“Me consideraba un poco como un poeta que iba observando a la gente. Me sentaba en un banco y escribía. Mi mente estaba llena de eso, era como una intoxicación”
El tiempo que transcurre entre los diez y los veinte años puede hacer que cualquier hombre pase de hijo a padre. En el caso de Paul McCartney, los años que pasaron entre 1952 y 1962 son de interés universal: socio en la mayor aventura de la música popular del siglo XX, todo lo que le pasó de algún modo terminaría transferido a quienes han compartido el tiempo y el espacio con su música desde la salida de “Love me do” a lo que va del nuevo milenio.
A su madre Mary la hemos conocido por las imborrables estrofas de “Let it be” (“Mother Mary comes to me”), donde la convierte en una madonna (la de la pietá renacentista no la ultradiva pop) que se replica en la tapa de Woman, el álbum que firmó Michael McGear (su hermano menor). La huella de su temprana partida hay que rastrearla en lo más profundo del carácter y la obra de Macca.
Donde Lennon aullaba por una madre ausente (“Mother”), Paul la volvía pública como esa mujer que susurraba sabiduría. Pero ya le había dedicado su primera canción (“I Lost my Little Girl”) compuesta entre las melodías de vodevil que su padre Jim tocaba en el piano (y las que su abuelo había ejecutado en tuba) y el rock and roll que se filtraba en Inglaterra vía Radio Luxemburgo. El joven Paul había desarrollado además una idea visual del sonido a partir del descubrimiento de un libro de pintura moderna (lo que llevaría a la participación de artistas como Peter Blake, Richard Hamilton y la inspiración de Magritte y Dan Flavin para las tapas de Pepper, White Album, el logo de Apple y New).
La tarde que conoció a John Lennon como líder de los Quarrymen (el 6 de julio de 1957) puede contarse como el Día D de la cultura pop, pero la singularidad de Paul ya estaba marcada por esos años formativos. De Radio Luxemburgo a los cabarets de Hamburgo, McCartney fue capaz de sostener el alarido de Little Richard sin perder la calidez de la familia alrededor del piano que ocupó la ausencia de la madre. Todos esos nombres que aparecerían más tarde salpicados en su discografía: desde ese “Tío Alberto” (¡como el de Serrat!) en Ram hasta el desfile de su hermano Michael, el tío Ernie y la tía Gin en “Let’ em In”.
1962-1972, “Things We Said Today” (The Beatles, 1964)
“Creo que lo grandioso es que nunca tuve ningún secreto profundo y oscuro”
Identikit del así llamado Mozart pop: diseño visual a mitad de camino entre los rockers (que imitaban todo lo americano) y los exis (por existencialistas, afrancesados) made in Hamburgo, más el bajo Hofner violín, que es tan isotipo suyo como los anteojos redondos de John. Entre el antiguo y el nuevo testamento de la beatlemanía (el vúmetro llega al rojo cuando “I want to Hold your Hand” alcanza el Top 1 en Estados Unidos), Los Beatles pasan de una caverna provinciana (The Cavern) de ladrillos malolientes a la terraza de su propio edificio en el centro de Londres.
Casi adoptado por la familia de su novia, la actriz Jane Asher, Paul encuentra un lugar equidistante entre el ídolo pop que urde una rutina para poder salir de la casa de Wimpole 57 (Marylebone). El compositor atento a la escena (uno de los primeros testigos de Hendrix) y su curiosidad por el mundo social de los Asher, acaso siguiendo el vector aspiracional de Mother Mary. Paul y Jane se convierten en celebrities a las que les llueven invitaciones a estrenos y fiestas donde la aristocracia y los jóvenes de clase media baja se entremezclan en la fase del Swinging London previa al LSD. En medio de ese torbellino deslumbrante es que un insomne Paul alumbra “Yesterday”, símbolo de la aceptación de Los Beatles como algo serio, ese neo rock and roll (como define Caetano Veloso) donde las cuerdas rezuman un clasicismo instantáneo. La canción más versionada de la historia lo cristaliza como el conservador del grupo (¿Y “Helter Skelter”?) pero no hay revolución que no trabaje sobre su propio pasado. Por eso Mc Cartney empujará a The Beatles a definir el concepto de álbum (Sgt. Pepper’s) con una banda de ficción que pone en tensión la vida pop y el pasado victoriano. Más que un Mozart, Paul se comporta como un Proust que anticipa el futuro de la nostalgia en el instante que se acaba de ir. “Things we said today” es el molde definitivo de su estrategia narrativa.
1972-1982. “The Lovely Linda” (Paul Mc Cartney,1970)
“El día que murió John me sentí tan horrorizado que tuve como un miedo a la gente. Pensaba: ¿el próximo seré yo?”
En el lapso que fue del 15 de mayo de 1967 al 8 de diciembre de 1980, Paul conoció a su definitiva mitad amorosa y perdió, para siempre, a la parte díscola de esa suerte de mecanismo siamés que había formado con John Lennon, al menos entre 1957 y 1967, antes de que las individualidades de The Beatles (sumando la de George Harrison) se impusieran al grupo.
Paul conoció a Linda (heredera del imperio Eastman) como una fotógrafa que se había hecho un nombre consiguiendo las únicas fotos de la presentación de Aftermath de los Rolling Stones en New York, donde había nacido. Mientras John y Yoko ofrecían al mundo el modelo contracultural de pareja, Paul y Linda mantenían la apariencia de una pareja burguesa, aunque el vínculo entre los dos fuera igual de profundo. Divorciada y con una hija llamada Heather, Linda se volvió tan indisociable de su vida personal y artística como Yoko de John, aunque se mantuviera en un segundo plano como activista de los derechos de los animales y tecladista de Wings. Los McCartney encarnaban la nueva aristocracia pop formando una familia extensa con Mary Anna (1969), Stella Nina (1971) y James Louis (1977), lejos de los escándalos Lennon-Ono, más allá de contravenciones por posesión de marihuana. No habría una cama de la paz en la que recibirían entre sábanas a la prensa europea sino fotos bucólicas en Escocia y un notable (y único) álbum firmado como Paul & Linda McCartney: Ram.
Entre 1971 y 1979 los discos de Paul fueron editados como Paul McCartney and Wings o, directamente, Wings, afirmando un estilo de soft-rock que, en retrospectiva, echó sombra sobre sus gestos más audaces con The Beatles, aunque “Live and Let Die” le diera a James Bond su hit más exitoso. Si no hubo dinero capaz de hacer que los Fab Four se reunieran en los 70, el disparo fatal de Chapman clausuró cualquier posibilidad de que al menos John y Paul volvieran a escribir juntos. Entonces quedaron tres (más Yoko).
1982-1992. “Evony & Ivory” (Paul Mc Cartney, 1982)
“Todo lo que tengo para decir está en la música. Si tengo que decir algo escribo una canción”
El asesinato de Lennon cristalizó su imagen de artista radical al tiempo que reducía a Paul al personaje cortesano y dulzón que invertía en los derechos editoriales de otros autores como un yuppie de Wall Street. No es extraño que, muerto su partner, el hombre que pisaba los cuarenta años con la cara de un niño de 13 buscara nuevas asociaciones.
El encuentro con Stevie Wonder para grabar el sencillo del ábum Tug of War no puede verse como nada que no sea la reunión cumbre del pop anglo y afro. Sin declaraciones altisonantes, McCartney ponía su voz y capital simbólico contra el racismo al punto de entrar por primera vez en el chart R&B de Billboard y ser prohibido en Sudáfrica por la política del apartheid. Todavía más decisivo resultaría su joint venture con el joven Michael Jackson, con quien grabaría tres canciones poniendo su nombre nada menos que en Thriller, con “The Girl is Mine”. Paul también tuvo un hit a dúo con Michael, “Say Say Say”, pero participar en el álbum que convirtió a Jackson (quien en el 85 compraría los derechos de las canciones de The Beatles por 47 millones de dólares) en un fenómeno cultural, lo ponía en un plano contemporáneo fuera del radar de la nostalgia. Sobre el cierre de una década insulsa (en la que ninguna de las leyendas sixties estuvo a la altura) Macca trabajó junto a Elvis Costello, melodista sucedáneo que lo había rescatado de la guillotina iconoclasta del punk y la new wave. El ingreso al Rock & Roll Hall of Fame, en 1988, encontraría a The Beatles igual que en 1970: separados, litigando en los tribunales. De regreso a las giras, Paul bate el récord de asistencia a un concierto: 184.000 personas en el Maracaná. Maccaranazo.
1992-2002. “Silly Love Songs” (Wings, 1976)
“George y Ringo aún me hablan por teléfono; ahora me llaman Su Santidad”
Con el britpop como reacción al grunge y gesto de la nostalgia de Londres como meca de la cultura pop mundial, la música que McCartney, Lennon, Ray Davies, Mick Jagger y Keith Richards, entre otros, habían impulsado volvía como un boomerang en la Inglaterra de Tony Blair que terminaría enterrando al laborismo en sus propias contradicciones. “The Beatles está copiando a Oasis” definía Malcolm McLaren, poniendo bajo la lupa el espejismo posmoderno. Pero mientras el rock de guitarras vivía una de sus últimas encarnaciones y los Beatles se reciclaban vía Anthology, a Paul le tocaba ser consagrado en forma definitiva por el establishment: del pedido de composición del Liverpool Oratorio para una orquesta filarmónica al nombramiento como Caballero de la Reina, en marzo de 1997.
En diciembre de 1993, el futuro Sir Paul salía del aeropuerto de Ezeiza manejando un Citroen Palais azul en el que viajaban Linda, Mary, Stella y James rumbo a una quinta en la que descansaría durante su debut en la Argentina. Atascado en el acceso Oeste, le sonreiría y haría el gesto del pulgar a un vendedor ambulante que, sin éxito, intentaba venderle helados a la familia. Ecléctico, McCartney atravesaría la década entre discos de electrónica firmados como The Firemen y una colaboración con Ringo Starr en el álbum Flaming Pie. “Todas las canciones de amor que compuse fueron para Linda”, había dicho algunos años antes de que un cáncer se llevara a la mujer de su vida el 17 de abril de 1998. En noviembre de 2001 la muerte volvió a golpear su vecindario cuando se fue George Harrison, el primero de los futuros Fab Four a quien Paul había conocido en el trayecto a la escuela. Entonces quedaron dos (más Yoko).
2002-2012. “English Tea” (Paul Mc Cartney, 2005)
“Siempre he sentido esta cosa de él y yo; él sube al escenario, él es famoso, y después estoy yo, un simple chico de Liverpool”
Y sí, hubo que esperar a 2006 para que el guiño irónico al costumbrismo de Pepper se hiciera carne. Paul ya tenía 64 como en la ensoñada canción de vodevil que había imaginado para la metabanda psicodélica en el 67. “¿Seguirás necesitándome? ¿Seguirás alimentándome cuando tenga 64?”. Los versos aquellos ahora apuntaban como reflectores sobre él. ¿A quien podían estar dirigidos? ¿A Heather Mills con quien se había casado en 2003 y con quien tuvo a Beatrice Milly? La sucesora de Linda duró poco: en 2006 ya se habían separado y en 2008 el divorcio le costó a Paul 25 millones de dólares. De todos modos, siempre había una taza de té humeante para capear el temporal.
Mc Cartney y Ray Davies deben ser los dos compositores pop con mayores menciones a la infusión como memoria de clase. En 2005, Paul insiste con el ritual en el sublime álbum Chaos and Creation in the Backyard, uno de los mejores de su discografía pos Beatle producido por Nigel Godrich (Radiohead, Beck) que consigue extraer lo esencial de su arte tal como las líneas del retrato de Brian Clarke. Paul toca todos los instrumentos (como en Mc Catney I y Mc Cartney II) excepto los arreglos de cuerdas y una guitarra clásica. Desde la tapa (foto de su hermano Michael) que lo muestra tocando la guitarra tras una soga con ropa en la casa de Forthlin Road, Liverpool, cada canción se revela como un destilado de su genialidad. Su vida sentimental se rehace en 2011 cuando se casa con Nancy Shevell, neoyorquina como Linda pero sin otra causa que su rol en una empresa familiar de transportes.
2012-2022. “Hey Jude” (The Beatles, 1968)
“¿Por que debería retirarme? ¿Para sentarme a mirar la television? No, gracias. Prefiero salir y tocar”
Haciendo cantar a Inglaterra por una libra. Tal es la compensación simbólica que recibe Sir Paul por hacerle cantar al mundo entero el coro final de “Hey Jude” en el cierre de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Para 2015, el Sunday Times estimaba su fortuna en unas 730 millones de libras, la fortuna mayor para un músico en el mundo. McCartney no ha parado de girar en el nuevo milenio. Su nombre sigue asociado al presente (su colaboración con Kanye West en “Only One” es una vuelta de tuerca a “Ebony and Ivory”) y en plena pandemia se despachó con el tercer volumen de la saga McCartney, donde toca todos los instrumentos una vez más y experimenta con canciones que se salen de su molde (“Deep Deep Feeling”).
Onmipresente, lo hemos visto en la miniserie McCartney 3, 2, 1 junto al productor Rick Rubin, donde revela secretos detrás de las canciones (sí, elogia el estilo de John en la guitarra y también se acredita el uso de loops en “Tomorrow Never Knows”) y llevando las riendas en Get Back. Ahora mismo está de gira con el tour Got Back que el 25 de junio lo tendrá de regreso en Inglaterra. Su canción más escuchada en Spotify es “Fourfive Seconds”, con Rihanna y Kanye West y es el exbeatle con más oyentes mensuales en la plataforma. Present perfect.
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