La aparición de los Beatles a comienzos de los años 60 fue un milagro. Su presencia, sus voces, sus canciones, transformaron un mundo en blanco y negro, que vivía temeroso bajo la amenaza de la Guerra Fría, incorporando a la vida cotidiana una dimensión vibrante, plena de risas, color, juventud, e instrumentos eléctricos sintonizados al compás del rock’n’roll.
La existencia de Paul McCartney en 2019, que visitó la Argentina por cuarta vez, en el marco de su Freshen Up Tour, con un show en el Campo Argentino de Polo ante cerca de unas 60.000 personas, también constituye una suerte de milagro. No solo porque a los 76 años conserva su porte juvenil y su voz en admirable estado, brindándose con generosidad a lo largo de más de dos horas y media de show (¡tocó 38 canciones!). También porque consigue crear una realidad paralela, plena de paz, armonía y canciones brillantes. Una realidad donde las injusticias del mundo quedan momentáneamente a un lado, mientras que varias generaciones –es sabido que los shows de McCartney convocan a padres, hijos y abuelos– se abrazan, emocionan y ríen, con la certeza de estar viviendo una experiencia única.
La excusa era la presentación de su nuevo y excelente álbum, Egypt Station, pero si bien aparecieron algunas canciones del mismo (3, para ser más precisos), la parte sustancial del show estuvo compuesta por canciones de los Beatles y –curiosamente–, de Wings, la banda que formó inmediatamente después de la disolución del cuarteto de Liverpool.
En ambos casos, sus selecciones fueron mucho más allá de lo previsible (¡no tocó "Yesterday"!) incorporando unas cuantas rarezas, siempre eficazmente secundado por la banda que lo acompaña hace ya muchos años. Los guitarristas Rusty Anderson y Brian Ray (este último también en el bajo), Paul "Wix" Wickens en teclados y Abe Laboriel Jr., el baterista que toca y canta con una alegría contagiosa, que en esta ocasión se vio amplificada por tratarse de su cumpleaños. A la antigua, con tracción a sangre y la formación tradicional de banda de rock –más la ayuda de la sección de vientos Hot City Horns–, estos músicos excelentes consiguen recrear en escena todos los arreglos, sonidos y detalles que suenan en las grabaciones originales.
Un Paul de excelente humor, que salpicó su show de frases en castellano ("voy a intentar hablar un poco en español", dijo), nos llevó a través de un subibaja emocional, siempre evitando caer en el golpe bajo, entrando y saliendo hábilmente del territorio de la nostalgia, ofreciendo un espectáculo a la vez contemporáneo y atemporal. Comenzó, al comando de su inseparable bajo Hofner, con "A Hard Day’s Night", "Junior’s Farm, "All My Loving" y al llegar a "Letting Go", de Wings, apareció la primera sorpresa, con la sección de vientos tocando en medio del público. Al final de este tema, Paul mostró su muñeca para mantener siempre presente una cuota de espontaneidad. Sorprendido cuando el público se puso a cantar el leit motiv de la canción, rápidamente comenzó a acompañar a la gente en una coda inesperada.
Cambiando el bajo por una colorida Gibson Les Paul, tuvo un gran momento con un par de temas de Wings, "Let Me Roll It", con su riff casi heavy y zapada incluida, junto a una joya beatle, "I've Got a Feeling". Luego pasó al piano para la bella "My Valentine", dedicada a su esposa Nancy, presente en el concierto, "Nineteen Hundred and Eighty-five" (que dedicó a los fans de Wings) y la extraordinaria "Maybe I’m Amazed", de su primer álbum solista, con la voz de Paul desgarrándose como en la versión original.
Luego, Macca a la guitarra acústica y un miniset que justificó plenamente porque a la música de los Beatles se la calificaba inicialmente como "folk with a beat". "I´ve Just Seen a Face", "From Me to You", "Love Me Do" y "la primera canción grabada por los Beatles, cuando aún se llamaban los Quarrymen", "In Spite of all the Danger", sonaron con una frescura fogonera, y al mismo tiempo sirvieron de prólogo a otro de esos momentos perfectos: Paul cantando "Blackbird" (que introdujo diciendo que era una canción "sobre los derechos civiles") y el tema dedicado "a mi hermano John", "Here Today", sobre una plataforma que se elevaba y una iluminación que captaba la luz de la luna sobre el Campo de Polo.
Pasando al piano colorido, interpretó "Queenie Eye" (con el video donde aparecen Johnny Depp, Kate Moss, Meryl Streep y otras celebridades), "Lady Madonna" y "Eleanor Rigby" (¡nada menos!). Ya en la recta final, sorprendió con una inesperada "Being for the Benefit of Mr Kite"(compuesta por Lennon para Sgt. Pepper’s...), para seguir con "un homenaje a mi amigo George", y la versión de "Something" que empieza con el ukelele para finalizar con la banda al completo.
"Ob-La-Di, Ob-La-Da", cantada por todo el público, la espectacular minisuite Band on the Run y "Back in the U.S.S.R.", pusieron una impronta rockera. Pero Paul siguió regulando esa montaña rusa de emociones, al volver al piano para interpretar "Let It Be" y "Live and Let Die", esta última con llamas, explosiones, fuegos artificiales, luces láser, y el cantante fingiendo quedarse sordo, para luego comandar el canto colectivo en "Hey Jude".
Los bises también trajeron sorpresas. Luego de volver al escenario con una bandera argentina y otra de múltiples colores (que se usaba en los 70 como símbolo de unidad de toda la gente del planeta, pero luego pasó a ser un símbolo del orgullo LGBT), Paul arrancó con "Birthday" para luego seguir con "Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (reprise)", enganchada con "Helter Skelter" uno de los temas más densos del repertorio beatle.
Después de aclarar que era "hora de irnos", Macca volvió a sorprender con el medley que ocupa el lado B de "Abbey Road", "Golden Slumbers", "Carry that Weight" y "The End", incluyendo un potente duelo de guitarras y la cósmica frase final, "and in the end, the love you take is equal to the love you make". Paul, siempre dispuesto a desbaratar cualquier intento de solemnidad se despidió diciendo "¡ustedes son grosos!" y prometiendo un "¡hasta la próxima!". Como para que a nadie se le ocurra que está pensando en retirarse.
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