Es muy difícil definir lo que hizo Patti Smith con el Soundwalk Collective en el Teatro Ópera. Ciertamente no fue un concierto, porque la música estuvo pero no fue protagonista. Decirle “show” o “espectáculo” parece no hacerle justicia, por la vinculación de esas palabras con el entretenimiento: si bien lo que se vivió fue ciertamente entretenido, muy lejos estuvo de ser un pretexto montado para matar el aburrimiento. Se le podría decir “performance experimental” pero tampoco termina de cuajar, porque excedió el disfrute cerebral, intelectual, de galería. O “experiencia inmersiva”, acaso, aunque se usó en tanto contexto mediocre esa expresión (recitales de covers a la luz de las velas, alguna pantalla colorida con sistema surround) que a uno le cuesta entender esto que pasó en estos términos: sería como decirle “partido de fútbol” a la final del último mundial. Como el tao: si lo nombro, lo pierdo. También como el tao: solo existe en el presente. Así como la palabra “árbol” no es un árbol, cualquier etiqueta que le peguemos a lo que se respiró en el teatro de la calle Corrientes es una jaula que lo encierra y un recuerdo que no lo honra.