Pat Metheny, el último de su especie: “Ahora muchos van a la escuela y la universidad, pero yo aprendí en la calle”
LA NACION habló con el gran guitarrista norteamericano, quien acaba de editar un nuevo disco: Road To The Sun
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En el altar de los guitarristas eléctricos de jazz donde están Charlie Christian, Wes Montgomery y George Benson, entre muchísimos otros, Pat Metheny tiene su lugar asegurado desde hace años.
A lo largo de sus casi cinco décadas de carrera, Metheny ha desarrollado un sonido distintivo no solo desde su instrumento sino también de cada formación que lidera. Y ese sello -entre la fusión y el ambient- es capaz de llevarlo a terrenos lejanos. Road To The Sun, su más reciente disco de estudio, consta de dos piezas de su autoría escritas para guitarra acústica que interpretan otros (Jason Vieaux una y el Los Angeles Guitar Quartet otra) y su toque recién puede escucharse en el track final, un arreglo para guitarra de 42 cuerdas sobre una obra de Arvo Pärt.
Como sea, lo que se escucha de principio a fin es el sonido y los conceptos de Pat Metheny a la hora de pensar el arte. “Mi destino en la música es comunicar un mensaje, una idea, que haya una narrativa”, asegura en comunicación telefónica con la LA NACION. “No importa si en última instancia soy yo el que la interpreta, para mí se trata de crear el mejor contexto para que esa idea se desarrolle”. Así es como, alejado de la improvisación para este proyecto, se sentó a escribir pensando en la guitarra acústica como médium y el resultado final recuerda, aunque sea desde lo tímbrico, inevitablemente a las clásicas composiciones de Francisco Tárrega de fines del siglo XIX.
Para un músico de jazz, la tensión entre lo que se escribe y lo que se improvisa está latente todo el tiempo. “Son dos temperaturas muy distintas”, dice Pat Metheny, quien también tiene un show programado en Argentina para, hasta ahora, el 1 de diciembre de este año. “Cuando estoy improvisando es todo en caliente, tocás con un baterista como Jack DeJohnette, que te cuenta cuatro y te pone a tocar rapidísimo y ahí tenés un milisegundo para decidir a tocar un Si o un Si bemol. Cuando componés todo es más frío, puedo tomarme una semana para decidir si es un Si o un Si bemol. Pero lo que subyace es la misma filosofía. Me interesa tomar una pequeña porción de información musical y desarrollarla en todo su potencial. Y eso se mantiene en ambos contextos.
-¿Y ahí llega el proceso de pensar cómo se ejecutan esas ideas?
-Yo me manejo con un set de posibilidades que obviamente están filtrados por esa prisión de lo que yo siento y lo que pienso. No puedo crear en formato A-B. Como esa idea de que ahora aparece algo y entonces después es cuando aparece el leopardo púrpura bajando del árbol (risas). Me han llegado cartas de gente a través de los años que jura que esas cosas están claras en mi música. Me encanta que piensen así, pero para mí es más pragmático. Tengo una idea, busco quién la va a tocar y cómo crear el ambiente más propicio para esa idea. En este disco me rodeé de intérpretes geniales, tal vez los mejores en su instrumento, entonces quería escribir algo que sea un desafío para ellos. Es como que contratás a Einstein para que te enseñe matemáticas, querés darle un buen ejercicio de álgebra, algo que lo haga feliz.
-Esa idea del desarrollo de una idea mínima hace que tu música suene casi monoparte a primera escucha, como si fuera más espacial que temporal ¿la pensás de esa manera?
-Bueno, es una idea que siempre me resultó interesante y que me encanta discutir . Viví mis primeros 17 años en un paisaje de mucho espacio y quietud. Siento que acarreo esas circunstancias a cualquier lado que voy, incluso cuando desde entonces hasta ahora mi existencia ha sido densa con tantas cosas yendo y viniendo. Creo también que he crecido mucho en términos del conocimiento sobre mi propia música, pero creo que esa sensación de mis primeros 17 siempre va a estar. La cuestión del Tiempo y el Espacio siempre fueron importantes para mí en la música. Si entrás a un lugar en el que hay música bien tocada te cambia la percepción de lo que está pasando.
-¿Componés e improvisás pensando en cambiar el ambiente que te rodea?
-Sí, claro. Soy afortunado de ser músico, la música me guió a través de la vida. No sabemos a dónde estábamos antes de nacer y no sabemos a dónde vamos cuando morimos, pero si vivís adentro de la música tenés un sentido del presente de una forma muy profunda y también te revela un montón de cosas sobre lo que es ser un humano que no podés encontrar en otro lado. Pero también vale aclarar lo duro que es ser un músico, mantener el estándar de calidad y el crecimiento año tras año. Por supuesto que es un privilegio y vale cada hora del día que me lleva ser un buen músico.
-¿Hubo un momento particular en el que te diste cuenta de qué era lo que necesitabas para ser un buen músico?
-Creo que puedo marcar un momento, sí. Hay algo que pasa con ciertos músicos, que son mis héroes, y es que cuando mencionás sus nombres, se te arma en la cabeza todo su universo sonoro. Me pasa con Wes Montgomery, Miles Davis, Gary Burton, Keith Jarrett y muchos más. Cuando yo tenía 14 años mi ídolo era Wes Montgomery, tocaba como él, usaba la técnica del pulgar y el público de los clubes de jazz de Kansas me amaba, no podían creer que alguien tan joven tocara así. Pero también me di cuenta de que lo que yo quería era hacer las cosas que él hacía pero no como él las hacía. Entendí que tenía que encontrar mi voz, mi camino porque él había hecho eso. Son micro decisiones que tomás, vas eliminado cosas y enfocás en algo particular, lo que te hace distinto. Entonces, para mí fue empezar a evitar tocar como Wes, cada vez que caía en la tentación me decía: “No, eso ya lo hizo él, tenés que hacer otra cosa”. Tenés un punto de partida muy fuerte pero no te movés alrededor de él sino a través de él.
-Este año se cumplen 45 años de tu primer disco como líder. Si mirás en retrospectiva, ¿cuándo creés que diste con ese sonido propio que tanto buscabas?
-Creo que a eso llegué cuando entendí el concepto de lo que quería. Cuando me fui de Kansas recién había cumplido 18 y me pasé un año en Miami. Por causas muy extrañas terminé dando clases en la universidad y conocí a Jaco Pastorius, Gary Burton y músicos de ese nivel. Mucho de lo que descubrí con ellos fue a partir de una búsqueda consciente pero también fue el momento y el contexto del momento. Hacían una música increíble, por más que digan que no era tan cool como al de los 60, para mí los 70 fueron una etapa re creativa para el jazz. Chick Corea, Jack DeJohnette, todos eran 10 o 12 años más grandes que yo, parecían viejos al lado mío (risas). Eran una generación anterior, un modelo para mí. Ellos crearon algo que no era lo esperado; ahí lo importante era tocar con feel. Y yo quería mantener la vara de un músico como Steve Swallow, por ejemplo. Entendí que el concepto de a dónde puede ir la música es lo que importa, y lo encontré de una forma muy singular con estos músicos. Te pongo otro ejemplo: no hay mejor modelo que Ástor Piazzolla para esto. Tenía un sonido que era profundo. Eso es, no se trata de ser masivo, si no de ser profundo. Es algo que excede también la transcripción en la partitura. Va más allá, es estar adentro de la música.
-Tus años formativos fueron en Kansas, una ciudad con mucha historia para el jazz. Aunque no llegaste a vivir su edad dorada ¿sentís que esa mística te influyó?
-Creo que hay algo que es notable y es que Kansas está literalmente en el corazón de Estados Unidos, justo en el medio. Entonces, no teníamos un sentido de Costa Este versus Costa Oeste. La montaña más cerca estaba a mil millas de distancia. Todo era vacas y maíz. Creo que desde lo musical eso nos formó en una suerte de aislamiento de la moda, estábamos en la nuestra. Es cierto que el período de gloria, la edad de oro, fue 20 años antes de que yo llegara. Todo empezó con un político corrupto que permitió que se vendiera alcohol durante la Ley Seca, entonces venían de todo el país a escaparse de eso y muchos músicos tenían trabajo en los bares. Si bien mi conexión con eso es tenue, ese aura sigue estando ahí. Toqué con gente de esa época que nunca se fue de Kansas. Tuve suerte de crecer con ellos. Y acá viene lo más raro: casi no quedaban guitarristas. Me contrataban para shows incluso cuando mi nivel por ahí no era tan bueno, pero es que no había otro. El organ trio [formación de órgano, guitarra y batería] era muy popular en esa época, entonces me llamaban. Yo tocaba algo en el estilo de Wes Montgomery y todos se volvían locos. Así aprendí a tocar, en los bares. Ahora muchos van a la escuela y la universidad, pero yo aprendí en la calle. Tal vez soy el último de esa especie.
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