El esperado tercer disco de la cantante neozelandesa tiene tantos momentos brillantes como discretos
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Artista: Lorde. Álbum: Solar Power. Temas: “The Path”, “Solar Power”, “California”, “Stoned at the Nail Salon“, “Fallen Fruit”, “Secrets from a Girl (Who’s Seen it All)”, “The Man With the Axe”, “Dominoes”, “Big Star”, “Leader of a New Regime”, “Mood Ring”, Oceanic Feeling”. Edición: EMI Records. Nuestra opinión: bueno.
En un par de semanas aparecieron dos de los discos más esperados de este año. Primero fue Billie Eilish quien se plantó a la altura de las circunstancias con Happier Than Ever. Y ahora es Lorde la que hace frente a las enormes expectativas que despertó Solar Power en los meses previos a su lanzamiento con un álbum que muestra algunas nuevas facetas dentro de su estilo ya bien reconocible, pero que en el balance completo suena algo disperso y en más de un pasaje ciertamente monótono.
“No soy una activista del ambientalismo, soy una estrella del pop”, declaró hace unos días la neozelandesa para curarse en salud ante la andanada de consultas de la prensa sobre uno de los asuntos que aborda con más insistencia en este nuevo repertorio. Solar Power es el resultado inmediato de un viaje a la Antártida que Ella Marija Lani Yelich-O’Connor (tal su nombre real) emprendió para desintoxicarse de los flashes que tanto la perturban (un tópico muy repetido por las jóvenes estrellas de esta época) y las poluciones propias de la vida en las grandes ciudades, incluyendo el asedio de los ya clásicos haters de las redes sociales e incluso de las demandas excesivas de algunos de sus propios fans. Ahí está, por caso, “Leader of a New Regime”, un manual ligero para huir eficazmente cuando llegue el apocalipsis.
Pero no se trata de un disco de recetas para vivir mejor, como Lorde se encarga de aclarar taxativamente en más de un pasaje de Solar Power y ha remarcado en más de una entrevista: ella no es una sanadora ni una terapeuta alternativa dedicada a calmar dolores ajenos, sino más bien una superstar transitando el pedregoso camino de la fama mientras se consolida como adulta.
Cerca de los 25 años (los cumplirá el próximo 7 de noviembre), Lorde ya tiene una carrera que ocupó la mitad de su vida: con apenas 12 firmó su primer contrato discográfico con Universal después de que su primer manager, Scott MacLachlan, la descubriera en un concurso de talentos de su escuela donde interpretó una convincente versión de “Warwick Avenue” de Duffy.
Primero llegó el boom de “Royals”, un tema de su primer LP, Pure Heroine, que alcanzóla cima del Billboard Hot 100 -algo que una adolescente no conseguía desde que Tiffany sorprendiera en 1987 con “I Think We’re Alone Now”-, un disco muy venerado con el que además se autopostuló como candidata para liderar a la gente de su generación alérgica al lujo de la aristocracia y finalmente se afirmó como la nueva heroína planetaria del romanticismo trágico. Luego vino el cambio de piel de Melodrama (2017), llevado a cabo con la guía del productor de moda -Jack Antonoff, socio clave de Lana del Rey, St. Vincent, Clairo y su amiga Taylor Swift-: un disco cargado de sintetizadores que evocó el house de los 80 y las disco songs de la década siguiente donde además desplegó un hilo argumental muy concreto: el desamor y las preocupaciones de una buena parte de la generación Z (sobre todo, la del Primer Mundo), agobiada por la trabajosa búsqueda de su lugar en el universo, la problemática medular de una de las series del momento, Euphoria, donde obviamente suena Lorde.
Y con Antonoff continuó el camino para hacerse cargo del gran desafío de cumplir con la predicción generosa y al mismo tiempo comprometedora de David Bowie (“Lorde es el futuro de la música”) y justificar los mimos de otros consagrados: Arcade Fire hizo una versión de “Green Light” en la BBC Radio 1 y tanto Ed Sheeran como Bruce Springsteen sorprendieron con sus covers de “Royals”.
Lorde y Antonoff imaginaron y edificaron codo a codo el sonido de Solar Power, donde la angustia juvenil y los dolores de la ruptura amorosa le dejaron lugar a un febril deseo de comunión con la naturaleza expresado en una clave sonora diferente: las referencias más palpables son ahora el folk de los 60 y los 70 y el pop de radiofórmula de finales de los 90 (All Saints, Natalie Imbruglia, incluso algunas de las esquirlas de las Spice Girls). Pero no todos los tracks tienen el brillo del single de adelanto (el que de hecho lleva el mismo nombre que el disco), un compost muy logrado de aquel ritmo entrecortado y pegadizo de “Faith” (gran hit de Wham! de finales de los 80) y el espíritu lisérgico de Screamadelica (Primal Scream), potenciado por los coros celestiales de dos colegas de su misma generación, Clairo (23 años) y Phoebe Bridges (27).
Sobre todo en la segunda mitad del disco, algunas de las flamantes melodías acid folk de esta Lorde renovada parecen extrañar el ritmo contagioso que propulsaba a sus mejores canciones. Cuando Antonoff apela abiertamente a la economía de recursos, da la impresión de estar frente a una especie de reproducción aguada de Chelsea Girls, sin el misterio, la sugestión ni la profundidad de la mítica Nico. Distinto es cuando aparece el beat, como en “Mood Ring”, cuyo groove centelleante le calza mucho mejor a esta Lorde que crece en público y modera las consecuencias de esa aventura estresante bajando los decibeles con un poco de cannabis y buen humor: en el video de “Solar Power” aparece fumando con un original bong en la playa, y en “Stoned at the Nail Salon” enhebra una serie de fantasías narcóticas en el bizarro contexto de un salón de belleza, dibujando prácticamente los mismos contornos de la melodía lacrimógena de “Hope Is a Dangerous Thing for a Woman Like Me To Have - But I Have It”, de Lana Del Rey, otra aplicada estudiosa del canon de Laurel Canyon que, como revelan el documental Echo in the Canyon, producido por Jakob Dylan que puede verse en Apple TV, o el notable libro de Barney Hoskyns, Hotel California, otra vez está muy en boga.
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