Pancho y la Sonora Colorada, o la metamorfosis del rockero que puso a bailar al Congreso
A principios de los 80 había un trío new wave que la rompía en Santa Fe. Su referencia más explícita era The Police, aunque también tenían mucho progresivo escuchado. Se llamaban Desliz y su guitarrista era Francisco Serra, un muchacho que se había formado en el folclore ("mi viejo me mandó a aprender porque le gustaba que tocara mientras la familia comía", dice) pero un día descubrió a los Beatles y se le torció la vida: lo suyo sería el rock n’ roll. Con el tiempo grabaría con JAF y León Gieco y sería plomo de Memphis La Blusera, Silvina Garré y nada menos que Luis Alberto Spinetta. Y también formaría un grupo con el que vendería más de 300 mil discos y cuyo mayor hit sonaría hasta el abuso en radio, en televisión y -por motivos que ya enunciaremos- en el Congreso de la Nación. Claro: el disco no era tan rockero ni él a esa altura se lo conocía como Francisco Serra. Se trataba de "Cachete, pechito y ombligo", éxito imperecedero de Pancho y la Sonora Colorada, la banda de cumbia con la que aquel violero modernoso de los 80 se ganó (muy bien) la vida en la década siguiente.
"Me vuelvo a Santa Fe, me estoy cagando de hambre", dijo Francisco después de golpear mil puertas en Buenos Aires con un cassette de Desliz para que no se abra ninguna. "Hacíamos cola en las radios con Los Pericos y otros grupos que no se conocían", recuerda. La decepción era grande porque las cosas al principio pintaban bien: en su primer día en la Capital lo invitaron a presenciar una sesión en la que Juan Antonio Ferreyra -que recién abandonaba Riff- grababa demos de lo que más adelante sería su debut solista, Entrar en vos (1989) y, como faltó el guitarrista titular, terminó metiendo unas rítmicas. Días después hizo lo propio en una maqueta de Gieco. "Te imaginás que dije ‘listo, el Obelisco es mío’", cuenta a LA NACION. Pero la Buenos Aires rockera le incumplió la promesa, no atendiendo su peregrinaje demo en mano y no ofreciéndole mucho más que el puesto de plomo. Así que hizo la valija y volvió al terruño.
En Santa Fe lo vieron llegar con cara triste y le hicieron una pregunta clave: "¿Qué querés hacer vos?". Su respuesta fue "quiero ganar plata, necesito comer". Acto seguido llegó una propuesta: "¿Por qué no te armás una banda tropical?". Francisco se escandalizó: "Yo vengo del rock, empecé con los Beatles, con los Rolling Stones, ¿cómo voy a tocar cumbia?". Un par de semanas después las cuentas se seguían apilando y lo reconsideró: pasó de la guitarra a la voz líder, adaptó su apodo de la infancia (Panchi), agregó lo de "Sonora" que aparentemente estaba muy de moda en México y salió a meter "chingui chingui" por los bailes. "Era un sacrificio tremendo tener que salir a tocar porque no era mi onda", insiste.
Con todo, no tardó mucho Pancho y la Sonora Colorada en volverse un fenómeno en su provincia y en el interior: "Ahí empezamos a ‘comer con aceite’, como decimos en Santa Fe, y un día vino un productor y me dijo ‘che, está muy bueno el grupo, me gusta. Nosotros somos de la multinacional Sony Music, ¿no te interesaría…?’". Le ofrecían firmar contrato y volver a la Capital que lo había herido. Aceptó gustoso.
Con Sony grabó un par de discos que pegaron en todo el país menos en Buenos Aires. Un día un ejecutivo de la compañía le acercó un tema del mexicano Carlos Muñiz Barradas al que le veía pasta de hit y se dio, palabras más o menos, este diálogo.
- Mirá, me mandaron un tema que se llama "Cachete, pechito y ombligo"
- No, ¿qué es esto? ¿Cómo dice la letra?
- Dice "si baila cachete con cachete…".
- No, no, no me gusta nada esto.
- Todo bien, grabalo igual y después grabás lo que vos quieras.
"Por supuesto que los temas que a mí me gustaban no vendieron nada y ‘Cachete, pechito y ombligo’ fue un furor que cambió mi vida y cambió la música en la Argentina, porque en los boliches bailables empezó a entrar la cumbia gracias a él", dice Francisco. De todas maneras el cantante se anotó un poroto en la grabación: propuso cambiar el verso original que decía "y qué tal si juntamos todo lo demás" por el más ATP "y qué tal si salimos todos a bailar". Le parecía que el otro quedaba "guaso, medio ordinario" y que la arenga a llenar la pista sería la salvación de los disc jockeys. Y dicho y hecho: "Hasta hoy se me acercan y me dicen ‘gracias Pancho, cuando los bailes se me vienen abajo pongo el tema y la gente sale de nuevo. Me salvaste muchas noches de trabajo’".
Ahí sí, las puertas de Buenos Aires se le fueron abriendo. La versión bolichera (con bombo en negras agregado) terminó de romper fronteras, las radios compraron y Susana Giménez lo invitó a su programa. "Sonó en todo el país y fuimos disco de oro en Chile, en Perú, en Colombia. Fue una explosión", cuenta.
La fama y después
Con 31 años y una familia formada, la fama lo agarró bien parado. "A lo mejor si me tocaba cuando tenía 22, 23 años, capaz que me ponía loco y terminaba mal como otros tantos artistas que terminan mal porque no se dan cuenta de que esto es todo una película que uno tiene que disfrutar", dice, y de alguna manera aconseja: "Yo aproveché la situación para tocar hasta abajo de los mosaicos".
La gente casi no lo paraba por la calle, porque él no podía andar por la calle: su vida eran aviones, giras, ensayos y reuniones. Se subió al escenario del Luna Park con los Auténticos Decadentes. Recorrió Argentina y Latinoamérica sin tiempo para hacer turismo. Hizo bailar a Mirtha Legrand en su programa. "Lo que más me sorprendió era el comentario de un diario que decía que en la época en la que estaba Carlos Menem entraron a una oficina del partido peronista en el Congreso y estaban todos despidiendo el año bailando ‘Cachete, pechito y ombligo’ arriba de los escritorios", cuenta, en una de las postales más noventosas que uno pueda imaginar.
Tuvo otro hit un poco menor en el 96 con "La colita" ("mira como mueve, la colita pero mira como mueve"), y durante un par de años la cosa siguió en piloto automático hasta que lo alcanzaron las generales de la ley. "Yo me di cuenta de que todo se iba apagando y de que los tiempos iban cambiando", dice. En 2000 se radicó en Villa Giardino, Córdoba, desde donde hoy cumple con la cuarentena obligatoria.
Cuando la ocasión lo amerita, Francisco resucita su alter ego en fiestas retro: "Me pongo el traje de Pancho y la Sonora Colorada y salgo. Y cuando termino cuelgo el traje y hago mi vida, que es escuchar la música con la que yo nací: los Beatles, Pink Floyd, Supertramp", dice. El ida y vuelta con el rock lo llevó, por ejemplo, a compartir una mesa con Andrés Calamaro. "Me miraba como diciendo ‘qué hace este pelotudo, yo estuve con Los Abuelos de la Nada’, y lo mismo me pasó con muchos artistas. Uno viene del interior y con esa grasada de [canta] "si baila cachete con cachete…", y ellos tienen su postura. Pero era muy bueno juntarse", recuerda sin rencor.
Hoy, a más de treinta años de la metamorfosis, el Francisco de Desliz y el Pancho de la Sonora ya no pelean: "Se hicieron amigos. Se miran y dicen ‘bueno, salgamos juntos’, je".