Palo Pandolfo, los ochenta, el under y un culto oscuro bautizado Don Cornelio y La Zona
El impacto del disco Patria o Muerte sobre una generación que buscaba referencias; dos recitales en el local Medio Mundo Varieté y la emergencia de una época con una cultura en construcción
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El mismo ritual que nunca quisiera repetirse. El mismo maldito ritual. Ir y poner “Kamikaze” cuando lo de Spinetta; lo mismo después con “Horrible” de Suárez; hace horas nomás “La bestia Pop” para evocar el soplido ronco y amateur de Willy Crook. Y hace menos de un minuto lo último que uno podía pedirle a este jueves de invierno: tener que ir a buscar el disco de vinilo del sello Berlín comprado en tiempo y forma en el último año del colegio Industrial para escuchar de nuevo a Don Cornelio y La Zona; a escuchar de nuevo ese “Smells Like Teen Spirit” nuestro, nuestrito, que fue “Ella Vendrá” sonando en la radio: el estertor del underground que se había disparado en el 81 con Virus, Los Twist, Sumo y Los Redondos. Y del que Don Cornelio, en la voz clara y sacrificial de Palo Pandolfo, era su última y genuina expresión. Pero una en la que se mezclaban todas las bifurcaciones político-artísticas de la postdictadura. Palo Pandolfo, de Flores como Arlt y como Aira, era todo junto: el psicobolche que soñaba con serpientes revueltas por la música de los Sex Pistols; el militante spinettiano (en el show de Las Bandas Eternas se entendió que Spinetta se militaba) que también había armado una banda después de ver a Sumo y que reconocía en Los Redondos el último resplandor de la contracultura. Eran Don Cornelio por otro colegio industrial, el Cornelio Saavedra, y no por chauvinistas en pose de combate. Pero en los ásperos 80 la condición posmoderna estaba todavía en working progress. Había que ver a una turba de punks de la Biblioteca José Ingenieros tratando de bloquear la entrada al show de los Cornelio en Medio Mundo Varieté (enfrente en un lugar llamado La Verdulería, Bersuit Vergarabat ensayaba el comienzo de la denuncia fiestera): lo que hoy llamaríamos una cancelación por no entender lo que se dice nada. Si había algo punk era, entonces, ese segundo disco de Don Cornelio, una breve promesa comercial con “Ella Vendrá”, que se llamaba Patria o Muerte y escenificaba el suicidio público de un grupo. En Palo Pandolfo algunas ilusiones de los 70 aplastadas por los tanques y la policía militar persistían como esas promesas que los hermanos mayores no llegaron a cumplir y se heredan. Don Cornelio era modernista como lo eran Los Ratones Paranoicos o Fricción pero conservaba en el complejo espíritu de Palo algo que no podía deshacerse del mandato revolucionario de los 70. Don Cornelio era, quería ser, el pescado rabioso que lejos de morir asfixiado había alcanzado, como un monstruo del cine de horror B japonés, la costa y amenazaba con el contagio masivo.
Los punks anarquistas, cuyas bandas no podían ni atarse los cordones frente al lirismo extremista de Cornelio, vieron “Patria o Muerte”; vieron la bandera argentina en la contratapa del disco (Invasión 88 es Los Parchís al lado de esto) y asociaron el nombre de Cornelio Saavedra, un prócer del colegio, con todo lo que estaba mal: nacionalismo, fascismo y otros disparates. Entonces se pararon en la puerta de ese lugar donde todavía (1988) fluía el ambiente multidisciplinario del under con panfletos para bloquear la entrada de los que seguían, seguíamos, al grupo. No entendieron la complejidad del giro de Don Cornelio que en ese acto cerraba un período artístico de Buenos Aires que había entrado en su fase última, dark.
Pero en el escenario, Palo y Don Cornelio no eran unas marionetas góticas salidas de un video bar que proyectaba conciertos de Bauhaus o Siouxsie & The Banshees sino que tenían esa misteriosa estampa porteña en la que el mundo se espeja (o espejaba) como en esos souvenirs donde nieva. Cualquier show de Don Cornelio era una bomba dionisíaca. Se sabía que vivían al borde. Bastaba ver el rictus de Palo, un poco tanguero, un poco poeta maldito surrealista: un poco Artaud, un poco Arlt, un poco Artltaud. Y lo seguía Alejandro Varela, un guitarrista del que ya nadie habla y que había traído de vuelta el wah wah antes de que Divididos se sacara a Sumo de encima y postulara la restauración setentista. Esa que siguió en grupos cada vez menos comprometidos con el acto estético y que ellos, los Cornelio, anticiparon en un ambiguo feeling de deseo y pesadilla.
Así que esas dos noches en Medio Mundo Varieté vuelven ahora como una extraña riña ideológica, como esas que despertaban las vanguardias en los años 20 (cuando los connaiseurs se iban a las manos por el futurismo de Pettoruti o el esoterismo de Xul Solar). Una vez franqueado el piquete anarco punk, el espacio parecía envuelto en alambre de púas electrificado. Los Cornelio se habían tomado en serio lo de “Patria o Muerte” pero no para implantar el socialismo nacional sino para autoejecutarse. No habían podido cumplir las expectativas de uno de los mejores debut del rock argentino (desmesuradas cuando al repasar el disco se comprueba lo ariscos que eran con el patrón de medida pop) y, en el segundo, en lugar de adaptarse se desengancharon del tren y en ese acto pegaron el último grito del under (como estética no como condición de ascenso) mientras Los Redondos ya iban por sus legendarios Obras saliendo al fin del bunker. Esas dos noches podrían resumirse en la cara de Palo iluminada desde abajo, un Drácula que se volvería en el 132 a su casa en la calle José Bonifacio, y que repasaba las letras como si mordiera los cables. Todo el grupo sabía que se había terminado, que no iban a ser los nuevos Soda Stereo ni nada. Porque eran únicos y acaso no pudieron soportarlo. Palo siguió después con Los Visitantes, con La Fuerza Suave, solo, folclórico, contradictorio, con una energía de otro mundo, nunca se detuvo. Pero quizás los que estuvimos esas dos noches en Medio Mundo Varieté no nos fuimos nunca de ahí: porque patria o muerte era una demanda demasiado extrema para apenas pararse frente a un escenario y escuchar a una banda tocar como hacían tantas otras. Don Cornelio, la voz de Palo diciendo “si ya estás en la azotea salta” exigía mucho. Acaso era menos traumático imprimir unos folletos y repartirlos como veganos parapetados frente a una carnicería. Porque eso fue Medio Mundo Varieté las dos noches de Patria o Muerte: una performance de El Matadero, nuestro texto fundacional escrito en sangre. “Las formas de las cosas, ambiguas, misteriosas, reacccionan en mi corazón”. Está cantando eso Palo ahora, Lado B, banda 2.
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