Atiende Evangelina Salazar, su mujer. Mientras recorre las escaleras para acercarle el teléfono, conversa animadamente con el mismo tono de voz de toda la vida. Ese de las películas cándidas de los años 60 y 70. "Te paso con Ramón". E inmediatamente se escucha esa otra voz tan instalada en el inconsciente colectivo de los argentinos de cuarenta y tantos para arriba.
-¿Ramón o Palito?
-Decime como más te guste, son la misma persona.
Con un pie en Buenos Aires, transita estos tiempos pandémicos en un barrio cerrado del conurbano, pero con la mirada puesta en la ciudad, luego de mucho tiempo de vivir en su campo de Luján. "Estoy trasladando el estudio para estar más cerca de los amigos", reconoce Ramón Bautista Ortega, el hombre nacido en Lules, Tucumán, que construyó una vida tan atípica como trascendente. Habla con naturalidad de sus encuentros con Charles Aznavour, Frank Sinatra o Plácido Domingo. O de su amistad con figuras como Anna Strasberg. Intercala la charla con anécdotas que, si no viniesen de un hombre de discreción férrea, se pensaría que se trata de la invención de un mitómano. Hizo todo y más. Su carrera fue un suceso. Sus canciones se convirtieron en himnos paganos y sus conciertos en liturgia populosa. Arte con atmósfera de barrio sin esnobismos. Autenticidad al palo. El que diga no conocer aquellas melodías simples y pegadizas, miente. Prejuiciosos abstenerse. Palito atravesó todas las capas sociales. Algunos lo reverencian. Otros cantan aquello de "la felicidad, ja ja ja ja" con pudor y sin testigos a la vista. Y si Palito arrastraba multitudes, el compositor Ramón Ortega creó letras exquisitas que recorrieron el mundo de la mano de grandes voces. Algunos no saben que "Sabor a nada" es de su autoría. "¿Qué nos sucede vida?", arremete la plegaria reflexiva sobre el amor estallado en la pareja.
Palito se dio todos los gustos. Incluso hoy, con casi 80, se atreve a seguir desafiando la zona de confort para involucrarse en nuevos desafíos: Acaba de presentar "Algo tonto", el tema que grabó con su hija Rosario. Nada menos que aquel recordado "Somethin' Stupid", emulando aquella performance entre Frank y Nancy Sinatra. La adaptación es hermosa y muestra a un Palito buscando desafíos. "Es una versión bien lograda", reconoce. El tema fue compuesto por C.Carson Parks y grabado originalmente en 1966 junto a su esposa como el dúo Carson and Gaile.
"Somethin' Stupid" es uno de los cortes incluidos en Swing, la última placa que es parte de una trilogía monumental que incluye Rock & Roll y Románticos 60’s, editados por Sony Music. A lo grande, como siempre hizo todo el hombre de pelo corto renegrido y delgadez infranqueable. Si en el primer disco rescató aquellos temas emblemáticos del género, en el segundo se ocupó de desplegar su voz intimista para las historias de amor. Con Swing, rescatará un sonido algo olvidado: "Es un repertorio eterno, porque las grandes melodías quedan para siempre, marcan un tiempo". A Palito le calzan perfectos esos sonidos de un género ramificado del jazz nacido en los Estados Unidos en los años 20. "Algo tonto" es el tercer estreno del nuevo álbum, luego de las versiones de "El mar" ("Beyond the Sea") y "Te llevo bajo mi piel" ("I've Got You Under my Skin").
-Para un compositor de una producción tan vasta, ¿qué motiva versionar temas de otros?
-Son melodías que marcaron la vida de cada uno de nosotros, son parte nuestra también, definen una época.
-Más allá de ser temas muy reconocidos, hay un sello propio en cada versión.
-Ahora es el swing y, anteriormente, me di el gusto de hacer los románticos y el rock que me gustaron toda mi vida. Al interpretar estos temas, no quise cambiar mi voz, no imposté, soy yo haciendo estas canciones de la forma en que lo sentía. Uno tiene que respetar la creación, sin alterar la melodía, pero sin salirme mucho de mí mismo, con mis inflexiones. De todos modos, lo más importante en mí no ha sido el cantar.
-¿Por qué lo dice?
-Lo más destacado de mi carrera ha sido mi faceta autoral. Mi proyección se dio a través de mis propias canciones y eso me ha permitido viajar por el mundo. Hasta he podido escuchar esas melodías en otros idiomas.
Palito se dio el gusto de escuchar versiones instrumentales de "La felicidad" por una orquesta sinfónica en Alemania o estar sentado en un barcito del Trastévere romano, junto a Horacio Malvicino, y ser testigo de la aparición de un músico callejero, acordeón al hombro, que comenzó a interpretar el famoso tema ante el tarareo de los presentes que conocían la melodía. "Malvicino me dijo: '¡Acá también, no puede ser!'. Cuando terminó su interpretación, llamé al músico y le pregunté: '¿Chi ha cantato questa canzone? ¿Di dov'è?'. Y me dijo: 'Non lo so, è una canzonetta italiana, felicità'. Y la volvieron a tocar porque yo les gritaba bravo. Es muy increíble lo que sucede, algo muy raro. En una oportunidad fui a filmar a Londres en un teatro donde tocaron los Beatles. Fui testigo de cómo una banda alemana empalmaba "Ob-La-Di, Ob-La-Da" con "La felicidad". ¿Cómo carajo me puedo imaginar semejante cosa? La gente bailaba con la canción. Olga Guillot me honró cantando "Papeles", "Sabor a nada", o "Lo mismo que usted". Con los buenos intérpretes, las canciones toman una dimensión increíble".
-A diferencia de lo que sucede en el mundo, en Argentina primó también su faceta de cantante.
-Interpreté mis melodías, pero siempre reconocí mis limitaciones vocales. Esto lo charlé mucho con Charles Aznavour, él sabía que había intérpretes mucho mejores, pero que la interpretación que le daba como autor a sus temas era única. Para mí, la versión de "Venecia sin ti" era insuperable en él. Por eso digo que me ha dado más proyección mi tarea autoral que el cantante.
-Hay una manera de decir que transmite algo personal, su público busca sus canciones en su voz. Hay algo más allá de la técnica vocal.
-Puede ser, Sinatra decía que cuando alguien quiere hacer notar que es buen cantante, arruina la historia. Sostenía que había que cantar con naturalidad y, si se tenía buena voz, mejor. Conocí a muchos de esos cantantes que terminan cayendo en una exageración, pero la gente se da cuenta de eso.
-Una suerte de pedantería que puede transmitir técnica, pero no emoción.
-Conocí bastante a Plácido Domingo porque Anna Strasberg era una amiga en común. Supe mucho antes de su concreción el proyecto que tenía Placido vinculado al tango. Finalmente, cuando grabó, la técnica le ganó a la emoción. A la gente la técnica no le importa, le importa si se emociona o no. Si le das alegría o no. Son cosas misteriosas de la música y de todas las expresiones del arte. El arte no se explica, se siente.
Así como en Swing Ortega se involucra con un repertorio no firmado por él, alguna vez Don Costa, el mítico arreglador de Sinatra, hizo una versión de "Sabor a nada" instrumental que la banda tocaba antes que "La Voz" subiera al escenario. Universalidades de la música. Y si los títulos que Ortega incluyó en su trilogía forman parte de la banda de sonido del mundo, también sus temas marcaron a varias generaciones de argentinos y atravesaron las fronteras con resonancias internacionales: "Me encuentro con padres o abuelos que les hablan de mí a los chicos: 'Él empezó en el Club del Clan, te voy a contar quién es'. Y, a su vez, la faz autoral me da una proyección más allá de lo que elijo para cantar en un disco o sobre un escenario. Por ejemplo, 'Sabor a nada' tiene una repercusión tremenda gracias a Olga Guillot, Tito Rodríguez o Enrique Guzmán, que la grabaron. Voy a México e, indefectiblemente, me la piden. Tengo que hacer memoria para acordarme la letra porque no fue un éxito grabado por mí. Así pasó con 'Papeles' o 'Lo mismo que a usted'". Pluma bendecida, esos boleros resuenan como quien vuelve a ver una cara conocida: "Paso la noche llorando, paso la noche esperando, lo mismo que usted".
Ortega recorrió el mundo con sus canciones. Cantó en alemán y en francés: "Lo hacía por fonética. Era algo muy costoso, pero trataba de hacerlo".
-A la hora de componer, ¿existe la intuición del hit o es algo que acontece inesperadamente?
-Uno siente algo particular, se da cuenta si una canción va a trascender y tener repercusión popular. Cuando nació "La felicidad" estaba filmando una película, recuerdo que una mañana llegué al estudio y me encontré con Antonio Carrizo: "Antonio, se me ocurrió esto, una canción donde repito la última letra de la oración". Y le canto: "La felicidad ja ja ja ja". Fue el primero que la escuchó.
-¿Cuál fue la reacción de Carrizo?
-Me miró y me dijo: "Pibe, ¿qué me estás diciendo? Esto es un éxito".
Corría 1967, la canción se incluyó en el film Un muchacho como yo y fue un suceso. El disco, con arte del maestro Carlos Alonso, vendió más de 2,5 millones de copias, rápidamente el tema llegó a Europa donde lo grabaron Rocío Durcal e Iva Zanicchi, que lo presentó en el Festival de la Canción de Venecia. En la Plaza de Toros de Madrid, el propio Palito fue ovacionado y más de 30.000 personas la corearon de memoria. En la Argentina de ese tiempo, algunos críticos objetaron la filmografía y discografía de Ramón Ortega por plantear un mundo idílico, naif y feliz en un país diezmado por dictaduras y opresiones.
"La felicidad" dio vuelta al mundo con versiones en Estados Unidos, Holanda, Bélgica, Francia, Suecia y Canadá. Palito hacía rato que era Palito y ya había abandonado el mote de Nery Nelson, su primer nombre artístico, y había concluido su paso estelar por el boom El Club del Clan, ese grupete de jóvenes cantantes que arrasaban en la televisión y llenaban estadios, liderado por el propio Palito, Violeta Rivas, Johnny Tedesco, Chico Novarro, Lalo Fransen y Nicky Jones. Aquel era el mismo palito que, tiempo después, se daría el lujo de trabajar, codo a codo, pluma a pluma, con María Elena Walsh y crear preciosas melodías como la "Canción del jacarandá". Pocos saben que ellos rubricaron lo de "una flor y otra flor celeste, del jacarandá", melodía ineludible de la escolaridad inicial.
Muchacho que vas cantando
La vida de Ramón Bautista Ortega no es convencional, vaya novedad. Bien podría ser la trama de un documental o hasta de un argumento con tintes de ficción. Changuito cañero que supo de necesidades urgentes y trascendió.
-¿Es consciente de la vida que le tocó y que construyó?
-Sí, por eso soy un agradecido a la vida y a Dios. No fue fácil transitar un camino desde aquel punto de partida, pero siempre recuerdo que algo me decía que esto me iba a pasar.
-¿Cómo es eso?
-De muy chico, en Tucumán, acortaba camino cantando cuando iba, de colonia en colonia, vendiendo diarios.
-¿Es cierto que jugaba a ser famoso?
-Claro, me presentaba imitando a los locutores de Radio Independencia: "Y ahora canta Ramón Ortega". Y hacía el sonido de la ovación de una multitud. De chico ya me veía ante la gente. Era una cosa rara. Uno puede soñar, pero yo lo veía y lo sentía. Me creaba todo un mundo, lo hice durante mucho tiempo. Cuando me vine, le dije a mis amigos de Tucumán: "La próxima vez que me vean, van a tener que pagar una entrada". Se reían. ¿Por qué decía eso? Había algo adentro que me estaba empujando a visualizar ese futuro.
-¿Cómo fue la llegada a Buenos Aires?
-Lejos de arrancar con la guitarra, empecé a vender café por la calle para ganar unos mangos y poder pagar una pensión.
-Durante sus primeros días en la Capital, dormía en un sótano de Rodríguez Peña y Tucumán.
-Era la sede del Partido Demócrata Cristiano. Me dejaban dormir a cambio de la limpieza del edificio. Fue el primer hogar que tuve en Buenos Aires.
-Su historia es la concreción de la superación. Más allá de su talento, evidentemente soñar y perseverar fueron herramientas eficaces.
-Lo primero que aparecen son los sueños, pero luego hay que trabajar para materializarlos. Las tentaciones en el camino son muchas, muchísimas. De hecho, llegué con otro pibe de mi edad al que le gustó otro camino, la cosa más fácil y divertida. Yo me plantaba porque no era eso lo que quería. Hay imágenes, patrones que uno tiene, que son los que marcan el camino.
-¿A qué se refiere?
-Antes de venirme, mi viejo Juan me dijo: "Usted es muy chico, pero si no lo dejo ir, y el día de mañana es uno más en este pueblo, de los tantos que hay acá sin trabajo y fracasados, no me gustaría que me haga sentir culpable ni siquiera con la mirada. Lo voy a dejar ir, pero usted ya sabe cómo quiero que se porte. No quiero jamás caminar con la cabeza gacha por vergüenza de algo. Cuando vuelva, quiero que venga caminando con la cabeza en alto". Unas imágenes tremendas. Ni bien llegué acá, lo primero que pensaba era en no traicionarlo, porque era un hombre sublime. Si había algo parecido a Dios, era él, era tan bueno.
Palito jamás mareó a Ramón. En tiempos donde "figuras" de fama efímera se llevan el mundo por delante o desvían el rumbo atontados por ciertas facilidades que aparecen en el camino, Ortega transitó su descomunal éxito con inusual normalidad: "Cada cual es como es, es muy difícil dar una fórmula y hasta puede sonar arrogante. Asumí el ejemplo de mi padre, que era muy humilde y trabajador. Mis padres se separaron cuando yo era muy chico y fue mi viejo quien nos crió: nos preparaba la comida, planchaba. Uno sentía la responsabilidad de responder ese gesto de amor y ese sacrificio. Imaginaba a mi viejo caminando con la cabeza gacha por algún desliz mío y me daba escalofríos. Por eso, si había una calle muy iluminada y divertida, prefería la más oscura y tranquila para caminar más discretamente".
-Tuvo mucha voluntad.
-Es lo que trae cada uno. Más allá de los ejemplos y de lo que uno aprenda, tiene que ver con el temperamento. De hecho, con mis hermanos no somos, ni pensamos ni actuamos igual, habiendo venido del mismo origen y con los mismos ejemplos. Cuando llegué a Buenos Aires, mi meta era darle una satisfacción a mi viejo y concretar mis sueños. Iba a la puerta de las radios a vender café y veía a los artistas de cerca, sabiendo que para ser como ellos debía estudiar.
-Con una vida apretada económicamente, ¿cómo hizo para estudiar?
-Un baterista, que me veía en la puerta de las emisoras, me sugirió que estudiara. Como no podía, no tenía medios, pero sí mucha voluntad, el tipo me enseñó. Me regaló palillos y no me cobraba las clases. Fue lo primero que aprendí. Los maestros que tuve fueron por afecto, porque no les podía pagar.
Los muchachos de mi barrio
Quizás tratando de remedar la vida de tanta gente con carencias que lo llevaban a su propio origen, buscó en la política accionar para cambiar el destino funesto de las colonias carenciadas que tanto conocía en su Tucumán querido. El 29 de octubre de 1991 ganó la gobernación de su provincia natal, accediendo a un terreno nuevo y con mieles más agridulces que las de la repercusión artística. Ramón Ortega vivía en Miami con su familia cuando dejó todo para regresar a esa Argentina que, en cierta medida, lo había expulsado al quebrar financieramente luego de aquella sonada contratación a Frank Sinatra.
"La voz" se presentó en el Luna Park el 9 y 10 de agosto de 1981. El país era gobernado por Roberto Viola, presidente militar de facto. A las atrocidades sobre los Derechos Humanos, la dictadura le sumaba la ineficacia económica. El peso se devaluó sideralmente y Ramón Ortega perdió más de dos millones de dólares. Figurita repetida para la siempre crítica economía argentina. "Sinatra, sabiendo todo lo que perdí, me dio una gran mano cuando arribé a Miami. Me había ofrecido todas sus garantías para hacer lo que quisiese allá, porque se había dado cuenta que lo habíamos perdido todo, aunque se le cumplió absolutamente el contrato. Entablamos una relación y me fui a vivir a Estados Unidos con su ayuda. Al tiempo, ya tenía mi productora, había sacado créditos blandos para crecer, estaba bien".
-Es muy complejo salir sin manchas del mundo político, ¿se arrepiente de ese paso?
-Mucha gente se pregunta por qué lo hice.
-Usted era un ídolo popular que se metía en las barrosas aguas que navegan los políticos de nuestro país. Tenía mucho para perder.
-En Estados Unidos tenía muchos amigos médicos que me contaban que se tiraba mucho material, desde insumos hasta antibióticos, así que les pedí que me juntaran todo eso para poder llevarlo a los hospitales de Tucumán, sobre todo al de niños. Al tiempo, me comentaron que eso que enviaba, alguien lo podía llegar a comercializar. Así que viajé a Tucumán, hablé con la gente de la Cooperadora y les pedí especial atención con las donaciones. En ese viaje, una noche salí a cenar con amigos, en la charla surgió el tema político y todos coincidieron en que la elección la ganaría Antonio Domingo Bussi. Me sorprendí, recuerdo que les dije: "Muchachos, cómo puede ser, se olvidan de la época de la represión". Pero me decían que la gente lo votaría porque estaba harta de los políticos y que un tipo con fama de malo iba a terminar con los malos políticos. Me pareció una locura. Me quedé pensando en eso y, desde Miami, empecé a buscar una estrategia para cortar esa realidad y ver qué se podía hacer. En eso, me llama un periodista de radio, me consulta si estoy al tanto de la situación en Tucumán y le digo al aire: "Sí, me vinieron a ver, incluso algunos gremialistas". Le armo una historia, le digo que se les había ocurrido que alguien de la provincia, que no vivía ahí y que le había ido bien, podía competir con un tipo que fue interventor militar en la dictadura.
-¿Quién lo había ido a ver?
-Nadie. Inventé todo. Pero este periodista comenzó a largar en los medios la noticia y eso despertó en dirigentes políticos una curiosidad. Luego de eso, sí me visitó una delegación para hacerme una propuesta. Lo único que les pedí fue ir a ayudar, organizar un acto, pero no hablar de candidaturas.
-¿Se concretó ese acto?
-Sí, lo hicimos en la cancha de Lules. Llovía, pero estaba repleto, habían ido de todos lados. Recuerdo que tenía un discurso orientativo que se me mojó, así que empecé a improvisar. En un momento determinado ya había agotado las dos o tres ideas que llevaba apuntadas, me quedo en blanco y entro a balbucear: "Yo tengo fe que todo va a cambiar". Finalmente, "Yo tengo fe" se convirtió en el himno de la campaña.
-Graficaba bien la situación.
-Aquella vez, en Lules, la gente empezó a levantar los pañuelos que flameaban como palomas, todos cantaban. Me dije: "Esta es la canción que marcará el camino".
¿Por qué cree que le ganó a Bussi que estaba tan instalado?
-Él tenía ventaja en todas las encuestas, pero yo decía públicamente que le iba a ganar. Él me minimizaba y se enojaba. Hasta comenzó con cierta agresión, pero eso fue lo peor que podía haber hecho, porque yo no le contestaba y quedaba parado como el tipo agresivo. Cuando Bussi se quiso dar cuenta, ya estaba instalado con mi mujer y algunos de mis hijos en Tucumán. La imagen familiar, aunque no lo pensamos desde ese lugar, caló en el afecto de la gente. Se fue armando algo muy especial y yo, que no era un político tradicional, gano la elección.
-¿Por qué no reincidió?
-Cuando comencé a diseñar algo en torno a la presidencia, vino Eduardo Duhalde y me ofreció que estuviéramos juntos por ser ambos peronistas. El encabezó, debido a su trayectoria. Curiosamente Carlos Menem, que estaba al frente de la presidencia, no lo apoyó. Nunca supe por qué. Eso hizo muy difícil todo y con el antecedente que, de ganar nosotros, hubieran sido tres períodos presidenciales peronistas. Es lógico, la gente buscó un cambio. Apareció De la Rúa con una propuesta nueva y a nosotros se nos hizo cuesta arriaba.
-No me respondió por qué no reincidió.
-Entendí que aquello había sido la culminación, lo otro era insistir en algo que ya había experimentado. Además, es un oficio, un trabajo, una vocación muy fuerte, muy atrapante, te roba tu vida y a tu familia. Es más bravo que la carrera de un artista.
-Además, al artista lo quieren todos. No sería el caso de los políticos.
-Es cierto, pero hay antecedentes de artistas que pasaron a la política como Ronald Reagan. Para mí lo de Tucumán fue muy importante, nací en un lugar con un padre trabajador, en un ingenio azucarero, conozco el rigor de los inviernos, de las heladas que te mojaban las alpargatas, porque no había zapatillas y se te congelaban los pies.
-¿Cómo recuerda aquella infancia?
-Para ganar una moneda había que salir tempranito a buscar el primer tren que pasaba a la mañana por Lules, me tiraban un paquete de diarios y salía a vender por las colonias. Esa historia muy grabada también influyó en mi decisión por la política. De chico pasaba por la casa de gobierno de Tucumán, que es increíble, y pensaba qué pasaría ahí dentro. Esas imágenes fueron apareciendo e incidiendo en la decisión. Ni bien asumí, la primera escuela que ayudé fue a la que había ido yo. Recordaba el techo de zinc donde en invierno caían las gotas congeladas y en verano el aula era un horno, te caían gotas de sudor mientras aprendías a leer. Trabajé al lado de la gente, le di subsidios a los ingenios azucareros para que no cerraran, dado que cada vez eran menos porque llegaba azúcar de Brasil a menor precio que el costo nuestro. Me peleaba con el ministro de Economía por eso.
-¿Domingo Felipe Cavallo?
-Si, con él discutía. De 17 ingenios quedaban 10. La gente se abraza a la chimenea, al trabajo. Entender eso no es tan fácil para quien no conoce la historia.
Mi primera novia
3 de marzo de 1967. Abadía de San Benito de Palermo. Primera boda televisada. El país se paralizó para observar los detalles del casamiento del año, el que espejaba la historia de amor de tantas parejas argentinas. Irineo Leguizamo fue uno de los padrinos. La transmisión ante cámaras estuvo animada por Antonio Carrizo y Pipo Mancera (Palito era un asiduo artista de los Sábados Circulares). Cuando Ramón Bautista Ortega y Evangelina Yolanda Salazar dieron el "Sí", la Argentina entera celebró como si se tratase de las nupcias de un ser querido. Lo eran. "Dios me iluminó y me dio esa luz para alumbrar los caminos que anduve. Y esa luz me llevó a encontrar a esa mujer que llegó para completar mi vida. Sin Evangelina la historia de mi vida no hubiese sido la misma. Por mi trabajo estuve más ausente que presente. Me casé en el esplendor de mi carrera y Evangelina sabía todo eso. Ella fue la que estuvo en el día a día con los chicos. Yo llegaba, saludaba y me volvía a ir de gira. Evangelina fue, y es, el pilar de la familia, por eso los hijos son tan mameros y tienen una imagen muy fuerte de su madre. Ella los ayuda a resolver los problemas, los aconseja".
Martín, Sebastián, Julieta, Emanuel, Luis y Rosario son los seis descendientes, todos dedicados a la comunicación y el arte, de ese matrimonio con aires de perfección. "Cuando uno encuentra la otra mitad, es un gran complemento y todo se pone en funcionamiento. Llegué hasta donde llegué, pero lo más importante fue haberme encontrado con un ser que le entregó la vida a nuestra historia, a los hijos, a la familia".
El reciente fallecimiento de Diego Armando Maradona puso en blanco sobre negro la vida de los astros rodeados del afecto popular, pero, muchas veces, desprovistos de la contención más íntima y primaria. Dinero, adicciones, amigos del campeón conforman un combo peligroso que más de una estrella no pudo sortear con éxito. Hace años, Ramón Ortega y toda su familia entablaron una cálida amistad con Charly García. Incluso, el rocker convivió con los Ortega, quienes lo acercaron a una vida menos excesiva. "Gracias a Dios pude darle una mano a Charly", dice Ortega, encontrando en los sonidos del autor de "Desarma y sangra" algo de su propia esencia allá lejos y hace tiempo. "No existe una escuela que enseñe a vivir", dice el tema de Serú Girán que explicita las laberínticas opciones para transitar la existencia.
-¿A Diego Maradona le faltó un Palito Ortega?
-Con Charly, así se dieron las cosas. Con Diego me pasó algo muy curioso: estaba filmando Que linda es mi familia, con Luis Sandrini, cuando ya se rumoreaba el fenómeno, la gente iba a la cancha temprano para ver a Diego hacer jueguito en la reserva. Ante eso, le dije al jefe de producción que lo buscara. Luis Sandrini interpretaba al presidente de un club de barrio al que todos le sugerían vender al "pibe prodigio". "El pibe no se vende", decía el personaje de Sandrini que termina conversando con Diego en una escena hermosa.
El vínculo de Diego Maradona con Palito no concluyó en esa filmación dirigida por Ortega. Al tiempo, Jorge Cyterszpiler le dijo que Maradona lo quería invitar a comer. "En la comida, el que hablaba era Cyterszpiler, porque Diego era muy vergonzoso. En un momento, sabiendo que Evangelina estaba embarazada, me dijo que Diego me quería pedir ser padrino de mi futuro hijo Luisito".
-¿Diego Maradona se ofreció como padrino de Luis?
-Diego estaba como acurrucado, muy tímido, era un pibito inocente y divino que te querías llevar a tu casa. Lo hablé con Evangelina, pero ya se había comprometido con otra gente amiga. Lo curioso es que la primera vez que Diego está ante una cámara de cine es bajo mi dirección en Que linda es mi familia y la última lo hace ante la cámara de ese hijo mío del que él quería ser padrino.
-¿Luis rodó con Diego Maradona?
-Lo fue a filmar, para un documental, en la concentración de Gimnasia y Esgrima hace muy poco. Diego le dio un gran abrazo porque se acordaba de la historia. Fijate la paradoja, la primera y la última vez de Diego frente a una cámara de cine fue con un Ortega.
-Ramón, ¿cómo se lleva con el paso del tiempo? ¿Le preocupa?
-Me llevo muy bien. Gracias a Dios me siento y me veo bien. Puedo disfrutar con toda mi capacidad de asombro, emoción y lucidez de la vida, de mis hijos, de mis nietos. Pedir más sería egoísta. A esta altura, con todo lo que disfruto, hay que dar las hurras, todo es un regalo.
-¿Confiesa su edad?
-Soy de la clase 41. Nací un 8 de marzo.
"Tolipa" le decía Aníbal Troilo a ese joven alto y lánguido que arrasaba en los estadios. Ese que se convirtió en "El Rey" de una monarquía amorosa de devoción infinita. Ese que construyó una historia digna de un film realizado por sus hijos: "Creo que los chicos lo van a hacer cuando yo ya no esté, cuando tengan más recuerdos aún".
-¿No le parece que los homenajes hay que hacerlos en vida?
-Uno piensa, quizás egoístamente, que hay más páginas por escribir. Quizás los chicos desean esperar para ver cómo sigue el camino y que ese documental sea completo.
-Quedan muchas páginas por escribir.
-Dios quiera.
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