Osvaldo Fattoruso, un pionero del rock rioplatense que dejó su sello en la batería y que a 10 años de su muerte “vuelve” con un material que se creía perdido
Este viernes se presenta el álbum en vivo que el gran baterista uruguayo grabó meses antes de su muerte con Daniel Maza, Ricardo Lew y Ricardo Nolé
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Todo comenzó con una vieja grabación que el bajista Daniel Maza decidió desempolvar en la pandemia. Junto al sonidista Juan José Libertella, que había conservado el crudo de un recital de 2011 en la ya desaparecida sala Boris, editaron la cinta en el estudio Liberty Sadem y luego se la pasaron a los que también tocaron aquella noche: Ricardo Lew y Ricardo Nolé. Aquella noche hubo un cuarto integrante, el baterista uruguayo Osvaldo Fattorruso, fallecido en 2012, por lo que el material, de reciente edición por Los Años Luz discos, se convirtió en el último registro en vivo en Argentina del mítico músico uruguayo. Este viernes el disco se presenta a las 20 en Bebop Club (Uriarte 1658) con las presencias de Daniel Maza, Ricardo Lew, Ricardo Nolé y Fabián “Sapo” Miodownik -el reemplazante de Osvaldo en todos sus grupos-, que recrearán los diez temas de jazz-candombe-funky del álbum, gran parte de los cuales se hicieron conocidos por las versiones de la recordada banda uruguaya OPA, tales como “Dedos” y “Ayer te vi”.
“Es un disco sorpresivo. Osvaldo estaba muy enfermo, pero se tocó todo y nuestro técnico amigo, Juan Libertella, quiso grabarlo. Luego se dilató en el tiempo y el año pasado hablamos en Uruguay con el Maza para que se pueda remasterizar. Siete meses después de ese concierto, Osvaldo falleció. Hoy se escucha como un documento histórico. Osvaldo tenía una gran personalidad y marcó un estilo en el candombe fusión que sigue influenciando a los jóvenes”, puntualiza el pianista Ricardo Nolé, que tocó por años con Osvaldo en la banda de Rubén Rada.
El disco trae algunas perlitas. En el final del tema “La sombra de tu sonrisa”, hay un diálogo jodón entre Ricardo Lew y Osvaldo Fattoruso. El humor uruguayo era un signo de las juntadas, donde los músicos se divertían cruzando el charco rioplatense entre mates, asados y largas sobremesas de vinos y tocadas entre los conciertos. “Osvaldo fue una de las mejores cosas que me pasó en la música”, rememora Daniel Maza. “Era un tipazo, compartimos tocadas por el mundo y él siempre estaba bromeando, con buena cara. Aquella vez aprovechamos que estaba por Argentina y organizamos cuatro toques, dos en el bar Ciudad Vieja de La Plata y dos en Boris. ´Vamo´arriba´, respondió enseguida, porque tenía una energía jovial. En esos conciertos estábamos prendidos fuego y ahora que lo volvimos a escuchar esa llama continúa presente”.
Osvaldo no toca la batería, Osvaldo toca música, recuerda que le dijo alguna vez un especialista en música uruguaya. “Tengo un par de fotos de Osvaldo colgadas en mi comedor. Era un tipo admirable, y cuando toqué por primera vez con él y su hermano Hugo era como jugar en las ligas mayores. No se jodía, en los ensayos ya había que tocar a pleno. Nunca de taquito. Cuando en mi primer trío lo invité a que se sumara, él me respondió ´cómo no, hermano´, iba y venía de Uruguay siempre con esa frescura. Y después armamos el Cuarteto Oriental, con los dos Fattorruso y la guitarra de Leonardo Amuedo. Fue otro masazo en la cabeza”, se emociona el bajista y cantante uruguayo.
En el camino un sinfín de anécdotas, “de esas que no se pueden contar”, confiesa Daniel Maza, tomando “copetines deliciosos” en los tiempos muertos de los conciertos. Maza se ríe al recordar que cierta vez, en Neuquén, estaban probando sonido cuando Osvaldo interrumpió el ensayo para ir al baño. Se fue caminando detrás del escenario, y de pronto escucharon un grito. Se había caído en un pozo. Al rato, en el hotel, Osvaldo estaba lastimado, tirado en la cama. “Osvaldo, suspendemos la gira”, le sugirió Maza. “Ni en pedo, andate. Dejame acá que en un rato salgo”, se negó Osvaldo. “Y a la tarde estaba sentado en la batería y esa noche tocó como si nada hubiera ocurrido -repone el Maza-. De él aprendí esa cosa del ´no se suspende por lluvia´, del que siempre hay que meterle para adelante pese a los problemas que aparezcan”.
“Lo extraño cada día que pasa”, dice su hermano Hugo Fattoruso, del otro lado del teléfono, desde su casa de Uruguay. “Era un artesano, en cada disco dejó su impronta. Tenía esa cosa bien rioplatense, un montevideano que era amado en Argentina”. Para el pianista, que compartió una vida musical con su hermano, el disco que acaba de salir de su último toque en Argentina refleja una intimidad creativa a flor de piel. “De músicos que tocaron mucho tiempos juntos no se puede esperar otra cosa que una alta alquimia, eran amigos entrañables de muchos kilómetros recorridos. Este disco tiene un sabor especial, retrata una era en la conexión Argentina-Uruguay”.
Familia de músicos
Nacido en 1948, en un hogar de músicos, Osvaldo comenzó a trabajar de niño como baterista del trío que formaba con su padre y su hermano mayor, Hugo. Tocaba también la guitarra, y tempranamente abrazó la fusión del rock, el jazz, el funk, el candombe, la murga y otros ritmos latinoamericanos. Los Fattoruso “rompieron todo” -a partir de su emblemático tema- con la creación de Los Shakers en la segunda mitad de los sesenta, presentándose con el mismo flequillo y puesta en escena que los Beatles, aunque buscando un acento español en el rock. “Queríamos ser más nosotros que beatlemaníacos. Más latinoamericanos que ingleses. En nuestros ratos de ocio, ya estábamos experimentando con músicas de acá”, sintetizaba Osvaldo en una entrevista.
En su camino fundó una banda de jazz tipo Dixeland, llamada The Hot Blowers, y por la que pasó el Negro Rada. Solían tocar en el viejo Hot Club de Montevideo, y Osvaldo era seguido por el público en sus toques atléticos, con su destreza en los palillos y en los tambores, singularmente famoso por su swing en el ritmo de candombe.
Al separarse Los Shakers, Hugo y Osvaldo Fattoruso viajaron a Estados Unidos a encontrarse con Ringo Thielmann, músico amigo con el que formaron una banda hasta que fueron convocados por el brasileño Airto Moreira, con quien grabaron el disco Fingers. Y luego formaron OPA, la que es aún reivindicada como la banda uruguaya más importante de la historia: en 1976 grabaron su primer disco, Goldenwings, con la participación de Hermeto Pascoal, y al año siguiente se incorporó el Negro Rada en voz y percusión. Con el tiempo crearon un estilo de fusión en donde combinaron jazz, candombe, samba, soul, bossa nova, rock y el funk, siendo habitués del ambiente musical de Nueva York.
“OPA estuvo cuatro años tocando en restaurantes. Al principio era todo música comercial, bailable, covers de la radio. Pero tipo dos y media, tres de la mañana, cuando los amorosos se habían ido y quedaban los amigotes y los que frecuentaban el boliche, tocábamos otras cosas: lo que sabíamos de Rada, de Mateo, música brasilera, y también aquellos jazz del Hot Club”, recordaba el baterista, que en su trayectoria perfiló un camino crítico con las tendencias del mercado: “A veces tocamos por el pancho y la Coca. Pero hacemos lo que queremos, y eso es lo más importante. Nunca dejamos que ningún sello nos impusiera nada. Es más, con OPA desechamos un contrato de muchos dólares, porque nos querían poner un productor adentro del estudio para decirnos lo que teníamos que hacer. Directamente mandamos a cagar a la compañía y al productor. Yo sólo necesito un plato de arroz, una catrera para apoliyar... no necesito venderme para tener dos camas”.
Autodidacta, de la escuela pragmática de aquellos músicos que se formaban en los conciertos, nunca estudió música formalmente: aquella formación familiar muy temprana fue la base desde la que desarrolló su caudal creativo personal. “Mi principal guía siempre fue Hugo. En Estados Unidos perdí mucho tiempo en cosas banales, por no decir boludeces, y sólo tome tres lecciones con un percusionista de la Sinfónica de Atlanta y dos lecciones con Elvin Jones”, le contaba a una revista uruguaya. “Me arrepiento de haber empezado a estudiar recién después de los treinta. No me lo perdono. Empecé a tocar a los 8 años más o menos y debería haber empezado a estudiar por aquellos años”, decía también.
“A mí me gusta hacer música, me gusta tocar casi todo, pero sobre todo fusión”, se definía, aunque aclaraba: “La cosa es que uno dice fusión y entra hasta mi tía en la bolsa. Lo que quiero decir es que no me cae bien aquello de ‘yo escucho jazz’ o ‘yo escucho rock’. Digo esto también para aquellos que dicen ‘no, eso es cumbia’ y cierran la puerta. Hay que animarse a escuchar todo. Nosotros nos identificamos con el espíritu del jazz, que es el de respetar lo que sucede en el momento. Si lo grabamos 20 veces más, suena siempre distinto”.
Tras vivir en Estados Unidos, Osvaldo volvió al Rio de la Plata y se instaló en Buenos Aires a inicios de los ochenta, donde tocó con Litto Nebbia, Luis Alberto Spinetta, Alejandro Lerner, León Gieco, Fito Páez, y otra vez con Rada. En los noventa retornó a los principios del candombe junto a su compañera Mariana Ingold, una joven uruguaya que había surgido de un concurso de canto familiar en la televisión montevideana. Participaron en la comparsa de negros y lubolos, tanto en el desfile tradicional de “llamadas” por los barrios Sur y Palermo, como en el concurso de Carnaval en el Teatro de Verano del Parque Rodó y grabaron varios discos. En su última década de vida, recreó el Trío Fattorruso con su hermano Hugo y su sobrino Francisco, luego integró el Cuarteto Oriental junto a su hermano, el bajista Daniel Maza y el guitarrista Leonardo Amuedo y también un trío: Fatto-Maza-Fatto. El último disco que había dejado grabado en estudio fue Tango del Este, hecho con el trío.
Versátil y transgresor de fronteras, de Uruguay hacia el mundo, Osvaldo Fatorruso sin embargo se referenciaba siempre en sus raíces rioplatenses. “Sabemos de dónde venimos pero no hacia dónde vamos”, solía decirles a sus compañeros en los set de matriz jazzera que lo encontraban como anfitrión.
“Cualquier percusionista uruguayo lo toma hoy como uno de los maestros, fue el que abrió el camino del candombe fusión”, enfatiza Daniel Maza. “Está más vivo que nunca en la escena rioplatense. Su legado sigue latiendo en un frondoso plantel de percusionistas que vuelven una y otra vez a sus discos”, remarca su hermano Hugo Fattoruso.
“Este disco es una cosa histórica, quedó grabado en nuestro corazón. Y ahora vamos a recuperar esa energía para hacerla explotar una vez más en el escenario”, remata el Maza, haciendo alusión a la presentación del disco Lew-Nolé-Fattoruso-Maza en vivo en Boris 2011 ante el público argentino, con el que siguen viviendo un idilio que se proyecta eternamente.
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