'Opus Gelber. Retrato de un pianista'
Leila Guerriero - Anagrama - 4 estrellas
Bruno Gelber sobrevivió a una madre omnipresente, a la poliomielitis que le anuló una pierna, al vuelco de un auto que le fracturó la mano, a un sismo en pleno concierto, a una cirugía estética en la que no le hizo efecto la anestesia. De todas las cosas que lo pasaron por encima, es posible que ninguna haya tenido la contundencia de Leila Guerriero.
Opus Gelber es un juego de seducción tridimensional en que un objeto –él– es observado por un sujeto –ella– con tanta insistencia que la incomodidad y la familiaridad atraviesan a los testigos –nosotros–.
La pericia metonímica de Guerriero, su ojo argentino para mirar lo argentino y descifrar el mundo, ya estaba probada si uno toma, al azar, sus perfiles de Facundo Cabral, de Marta Minujín, de Ricardo Piglia, o su crónica larga, Una historia sencilla, sobre el malambo en la ciudad cordobesa de Laborde, pero nunca como hasta ahora le había dado tantas vueltas a una misma cosa.
A veces una anécdota trivial se repite en tres ocasiones o una escena vuelve reversionada y uno se pregunta para qué tanto, si acaso podría durar mucho menos. Pero la escena vuelve a volver, una vez más, y uno termina preguntándose por qué no, si acaso la ciencia y el arte viven de eso: de girar más veces de lo necesario sobre el mismo eje.
Guerriero tiene el oficio del que ya miró mil veces pero conserva la magia del ojo primitivo, la paciencia del bebé que agarra una botella de plástico y la mira y la abolla y la hace sonar y la chupa y todo de nuevo, toda la tarde, hasta que la botella siga siendo la misma pero tenga impregnada su baba.
El libro es el retrato de un pianista hipnótico y es el espejo de la terquedad de una escritora inflexible, que confiesa su fascinación por el personaje y tal vez revela su trampa. Quizás lo único que no resuelve como autora es dónde se mete ella, que oscila entre mostrarse y dejarse ver, que no es lo mismo. Nadie está a salvo de ese misterio creativo: la decisión del titiritero sobre qué hacer con el propio cuerpo. Pero quizás es que sabe que el mejor artista no es el que se revela sino el que se filtra en la pieza, de forma que pensar tanto en Bruno Gelber sea pensar en Leila Guerriero, que a su vez sea pensar en nosotros.
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