Roby Orbison escribió la canción en los años 60 y fue un hit instantáneo; Claudette, su esposa, fue la fuente de inspiración; la tragedia los alcanzaría tiempo después y una película, Mujer bonita, provocaría un nuevo boom por el tema muchos años después
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El mayor éxito de la carrera del gran Roy Orbison, figura capital de la música popular estadounidense y uno de los cinco fantásticos del supergrupo Travelling Wilburys (los otros cuatro eran Bob Dylan, George Harrison, Jeff Lynne y Tom Petty), fue una canción que escribió especialmente para una mujer con la que protagonizó una historia amorosa llena de alternativas y con final trágico.
“Oh, Pretty Woman” es hoy un estandarte del riquísimo legado que dejó Orbison (de hecho, su tema más escuchado en plataformas de streaming). Un hit inoxidable que después de arrasar en los años 60 sería recuperado en los 80 por Van Halen (aquella versión con una intro larguísima) y que volvería a explotar en los 90 gracias al boom de taquilla de Mujer bonita, la comedia romántica protagonizada por Julia Roberts y Richard Gere.
En 1964, Orbison era joven (28 años), pero ya empezaba a dar señales de agotamiento por el ritmo de las giras. Aun cuando venía cosechando muy buenos resultados para su incipiente carrera con el interés que despertaban hits como “Only The Lonely” y “Crying” y había logrado transformarse en la principal atracción de un tour en el que era una especie de convidado de piedra (la gira Surfside ’64, donde en principio el número central eran los Beach Boys), antes de desembarcar en Canadá decidió tomarse unos días en Honolulu, Hawai, para descansar y reflexionar a solas sobre su inestable relación con Claudette, la madre de sus hijos Roy y Anthony.
Volvió de esos días en los que se entregó a la reflexión íntima con una convicción que de hecho hizo pública: “Pasé unos cuantos días tomando sol y comiendo cocos en la playa, pero nada es tan gratificante como estar en casa con Claudette y mis dos hijos. Ese es mi lugar”. Con lo que había ganado en los primeros años de una carrera que empezaba a tomar vuelo, Orbison había comprado una casa con dos piscinas y un ascensor exterior que llegaba a la orilla del lago Hickory, cerca de Nashville, donde solía pasear en su lancha. También había montado en el lugar un estudio de grabación muy sofisticado. Pero la verdadera razón por la cual quería volver al lugar no tenía que ver con todas esas comodidades, sino con el objetivo de estar cerca de su mujer para intentar salvar una relación que, intuía, empezaba a resquebrajarse.
Con esa preocupación en mente, Orbison tuvo que encarar un par de sesiones de grabación que Monument, la compañía discográfica fundada por Fred Foster en Washington DC, le había programado en un escenario que distaba de ser el ideal: Foster le había comprado a Sam Phillips -fundador del mítico sello Sun Records, aquel que registró las primeras canciones que grabó Elvis Presley- un estudio en Nashville que pagó barato pero encontró en malas condiciones, y encima había poco tiempo para trabajar porque Roy tenía que partir pronto para cumplir compromisos ya cerrados en Australia.
Con esa presión y una multitud de colaboradores convocados especialmente para la ocasión por el propio sello (30 músicos y 12 vocalistas de apoyo), Roy llegó con algunos temas compuestos a medias con Bill Dees, un autor también valorado por figuras como Johnny Cash y Loretta Lynn. Arrancaron con “It’s Over”, donde la virtuosa interpretación de Orbison justificaba uno de los motes que la prensa le había asignado (“El Caruso del rock”); siguieron con “Indian Wedding”, la dramática historia de una pareja de indios sepultada por una avalancha de nieve, y no quedó tiempo para nada más. Orbison partió de inmediato a Londres, paso previo a sus conciertos de Australia, con Claudette y sus dos hijos.
Uno de sus planes era encontrarse con los Beatles, que habían explotado en Estados Unidos luego de su record de audiencia en el famoso programa televisivo de Ed Sullivan, y habían expresado (especialmente Paul McCartney) una estimulante admiración por su trabajo musical. Pocos días más tarde, “It’s Over” llegaría al tope de los charts británicos. A los elogios iniciales de Paul se sumaron entonces los de los otros integrantes del grupo de Liverpool. Orbison viajó a Australia con la satisfacción de ese reconocimiento en su equipaje emocional y la certeza de que la experiencia en Londres también había fortalecido su situación familiar: a Claudette la había encantado conocer a los Beatles y durante toda esa estadía la relación había fluido.
De vuelta en Estados Unidos, volvió a los Foster Sound Studios, donde grabaría en agosto de 1964 el mayor clásico de su carrera, “Oh, Pretty Woman”, la canción que celebraba a la mujer de la que iba a separarse pronto, como -está muy claro a la distancia- de algún modo u otro sospechaba.
La historia oficial dice que el tema nació en la cocina de la mansión de Orbison, donde se había sentado a bocetar ideas con Bill Dees. De repente, Claudette apareció por allí para pedir dinero y salir de compras. Y Dees contestó muy rápido con una ironía: “Una mujer bonita nunca necesita dinero”. Esa frase -que también dice algo sobre el rol de la mujer en una sociedad que estaba a punto de ser salpicada por la ola hippie- fue el germen de “Oh, Pretty Woman”, cuya letra delineó básicamente Roy, usando incluso algunas líneas que tenía escritas hace un tiempo.
La idea de Orbison al momento de grabarla era conseguir una base que sonara al estilo beatle (es decir, remarcando la potencia del bajo y de la batería para estar a la altura del poderoso riff de arranque) e incluso agregarle el “yeah yeah yeah” que los ingleses habían puesto de moda. El proceso fue muy veloz: apoyado por The Candymen, la formación que prefiguraría al combo Atlanta Rhythm Section, uno de los nombres importantes del southern-rock, Orbison encontró la versión definitiva con mucha facilidad. La canción fue escrita un viernes, grabada siete días más tarde y una semana después fue lanzada como single, a pesar de los temores de un posible pleito judicial con Joe Melson y Ray Rush, dos autores que un tiempo antes habían trabajado con Roy en algunas de los versos que terminaron dándole forma. Ese reclamo nunca llegó, pero el que quedó definitivamente azorado fue Dees, a quien Orbison no incluyó como autor y apenas recibió 80 dólares por aquella idea que tuvo en la cocina, puntapié de un éxito que generaría muchísimo dinero en concepto de regalías.
A los pocos días de su lanzamiento, más precisamente el 29 de agosto de 1964, “Oh, Pretty Woman” alcanzó el primer puesto de Billboard y también trepó a la cima de las listas en Inglaterra. Con siete millones de copias despachadas en un lapso muy breve, Orbison se plantaba como el único norteamericano capaz de colocar un número uno en Gran Bretaña en plena beatlemanía. Tanto los Beatles como los Rolling Stones reconocieron que el riff inicial de “Oh, Pretty Woman” fue una inspiración para clásicos futuros como “Day Tripper” y “(I Can’t Get No)Satisfaction”, respectivamente.
El formidable suceso de la canción impulsó otra extensa gira por Estados Unidos, una visita al codiciado programa de Ed Sullivan que tanto había ayudado a los Beatles y una serie de shows en Canadá, el país en el cual Roy se enteró de que Claudette estaba de nuevo embarazada. La noticia de la llegada de un tercer hijo fue agridulce: por un lado, alimentaba la fantasía de reforzar el vínculo con una mujer a la que adoraba; por el otro, llegaba en un momento en el que ya había pruebas concluyentes de que había un tercero en discordia (un arquitecto para cuya hija adolescente Claudette, en una actitud poco elegante, le había pedido a Roy que consiguiera los palos de la batería de su ídolo, Ringo Starr, cuando estaban en Londres).
Montado en el torbellino de “Oh, Pretty Woman”, Orbison regresó a la capital inglesa para presentarse en un par de programas de televisión y volvió a Estados Unidos para ofrecer un show en Chicago y otro en Wisconsin. De vuelta en su país, se encontró con dos noticias que lo deprimieron: la muerte de David Box, integrante de los Crickets con el que tenía una amistad y había trabajado más de una vez, y la confirmación de la relación extramatrimonial de Claudette por parte de un familiar de Ana Dixon, la esposa del arquitecto. Si bien el hombre que lo alertó prefirió no identificarse, fue lo suficientemente convincente como para mellar el ánimo de Roy, acostumbrado a canalizar la angustia que le provocaban sus paranoias en las viñetas de autoconmiseración que solía escribir para su exitoso repertorio.
Hundido psicológica y físicamente (había bajado notablemente de peso por esos días), Orbison pidió el divorcio y se preparó sin ganas para el último concierto de 1964, un festival navideño en Pittsburgh para el que vendió 15 mil tickets. En ese show su telonero fue Jackie Wilson, un cantante de soul y rhythm and blues conocido también como “Mr. Excitement”, que había sido baleado en el estómago por una fan devenida novia un par de años antes. La amarga historia oscureció todavía más él ánimo de Orbison: era imposible no ver reflejada en ella una señal ominosa. Wilson intentó varias veces contarle los detalles de esa traumática experiencia y, enterado del mal momento por el que pasaba su colega, quiso saber más de su debacle con Claudette, esa “pretty woman” que empezaba a esfumarse, pero que luego regresaría y terminaría muerta en un trágico accidente en moto del que Roy salió ileso en 1966. Roy ni siquiera imaginaba ese fatal desenlace, pero de todos modos dejó a Wilson desairado y no le dirigió la palabra durante toda la noche.
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