¡Oh, Kay!
Hasta hace algo más de un año, el de Kay Swift era un nombre infaltable en cualquier biografía de George Gershwin, pero soslayado por los historiadores del teatro musical norteamericano, donde dejó la marca de un show legendario, la música para la primera coreografía de George Balanchine en Broadway y un par de canciones que se han convertido en clásicas, antes de desvanecerse detrás de otro capricho de ex millonaria inconstante.
A fines de 2004, una crónica de su vida y obra escrupulosamente informada pero escrita sin afecto ni humor por Vicki Ohl y publicada por la Universidad de Yale, sirvió para ubicarla por primera vez en su lugar de hermosísima mujer independiente dispuesta a cambios irresponsables, como fue el de abandonar la posición de compositora y pianista de cámara casada con un banquero para intentar hacer carrera en un cerrado mundo de hombres, como era el de la revista musical en los años de la depresión económica.
Todo eso como consecuencia de haberse fascinado con George Gershwin, que en 1925 llegó a su casa con Jascha Heifetz, empezó a llamar Kay a quien hasta entonces era Katherine Warburg -para reforzar la seducción tituló Oh, Kay! su siguiente show- y durante más de diez años la mantuvo como una combinación de alumna, compañera de estudios con Joseph Schillinger, consejera musical, compositora sustituta, comentarista de sus obras, agente de prensa y amante oficial, pero no exclusiva.
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"Los matrimonios comunes buscan superar sus crisis teniendo un bebe; mis abuelos, en cambio, tuvieron una comedia musical", ha dicho la novelista Katherine Weber, nieta de Kay, explicando el efecto Gershwin sobre los Warburg -autor de libros en contra de la política monetaria de Roosevelt, él, y acompañante de Albert Einstein cuando se le ocurría tocar Mozart en violín, ella-, lanzados, igual que personajes de una comedia lunática, a escribir para el teatro de revistas con los seudónimos Paul James y Kay Swift.
Empezaron muy bien, con el tema "¿No podemos ser amigos?", una exposición de su conflicto matrimonial que Libby Holman impuso en The Little Show y ha perdurado como pieza de repertorio adulto, con notables versiones de Frank Sinatra y Ella Fitzgerald-Louis Armstrong, y continuaron con un gran éxito que tampoco mejoró la relación: Fine and Dandy , la primera producción de Broadway compuesta íntegramente por una mujer.
A pesar de que figuró entre lo más visto de la temporada 1930-31, lo único que quedaba del show eran unas cuantas críticas, suficientes para imaginar que se trataba de un híbrido de vaudeville y sátira social optimista, típico de los tiempos de la Depresión, y el conocido tema principal, que gozó de preferencias muy dispares a lo largo del tiempo sin recuperar hasta ahora el formato de dúo y una demencial letra que parece más de Cole Porter que de un financista engañado.
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Esa es una de las tantas revelaciones de la primera grabación completa de Fine and Dandy , un ejemplar trabajo de reconstrucción de partituras y orquestaciones perdidas que tres cuartos de siglo después permite comprobar que la obra era tan importante como siempre se dijo, imposible de reponer, por falta de cómicos payasescos como el que la estrenó, pero más agradable de escuchar que mucho de lo que montan actualmente.
Si al interés de esa edición se suma el dato de que las dos melodías que identificaban a Kay Swift, "Can t We Be Friends?" y "Fine and Dandy", inspiraron a Teddy Wilson, Django Reinhardt, Art Tatum, Lester Young, Charlie Parker, Dizzy Gillespie y otros grandes estilistas del jazz, resulta todavía más incomprensible su decisión de quedarse a la sombra de Gershwin mientras él quiso, componiendo tonterías encargadas por el Radio City Music Hall, y luego de que la dejara para irse a vivir -y morir pronto- en Los Angeles, se volviera incapaz de crear música parecida.
Lo que no quiere decir que cambió inmediatamente de actividad. Continuó entregando canciones para las rockettes y en 1939, siendo directora musical de la Feria Mundial con que Nueva York saludaba el fin de la Depresión, de un día para otro se fue a vivir a Oregon con un cowboy estrella de rodeo. Pero, como dice su nieta, ésa es otra historia.
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